Mostrando entradas con la etiqueta muerte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta muerte. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de noviembre de 2015

Letanía.

(¡Qué bien nos viene -en este mes de noviembre- acariciar esta preciosa letanía que nos sigue regalando Gustavo Adolfo Bécquer en la Solemnidad de Todos los Santos).

Patriarcas que fuisteis semillas
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte
rogadle por nosotros.
Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas,
rogadle por nosotros.
Almas cándidas, santos Inocentes,
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado,
rogadle por nosotros.
Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de verdad depositario,
rogadle por nosotros.
Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo en sangre roja,
al que os dio fortaleza en los combates,
rogadle por nosotros.
Vírgenes bellas cual las azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura,
rogadle por nosotros.
Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas,
rogadle por nosotros.
Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y rico tesoro,
al que es caudal de ciencia inextinguible,
rogadle por nosotros.
Soldados del ejército de Cristo,
santas y santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a aquel que vive y reina entre nosotros.

miércoles, 29 de octubre de 2014

El amor y la muerte.

El libro de los meshalim o, como nosotros traducimos, de los Proverbios, es una corriente sabia e inteligente que ocupa un lugar respetado en el conjunto del antiguo testamento de la Biblia. Figuran en él los llamados Proverbios de Salomón, pero también, y casi en epílogo, las Máximas de Agur, hijo de Yaqué, el masaíta y las de Lemuel, rey de Masá, que le enseño su madre. Masá, que significa tentación, tiene que ver, sin duda, con Rafidim, el lugar donde el pueblo se quejó por no tener agua y Moisés la hizo brotar de la roca de Horeb.
No pertenece a la colección que comentamos el “relato rabínico” que sigue. Pero bien pudiera tenerse presente para que nuestra vida, que nos parece tan dura, pudiera verse en el fondo del corazón, como fuente del Amor, que siempre es Vida. En el libro de los Proverbios leemos (10,2):
            Tesoros mal ganados  no aprovechan,
             pero la justicia libra de la muerte.    

En el mundo han sido creadas diez cosas duras.
La montaña es dura. Pero el hierro puede romperla.
El hierro es duro. Pero el fuego puede doblarlo.
El fuego es duro. Pero el agua puede apagarlo.
El agua es dura. Pero las nubes pueden llevarla.
Las nubes son duras, pero el viento puede disiparlas.
El viento es duro. Pero el cuerpo puede resistirlo.
El cuerpo es duro. Pero el miedo puede romperlo.
El miedo es duro. Pero el vino puede alejarlo.
El vino es duro. Pero el sueño puede vencerlo.
El sueño es duro. Pero la muerte puede acabar con él.
La muerte es más fuerte que cualquier otra cosa.
Sin embargo, el amor libra de la muerte. 


viernes, 13 de junio de 2014

Velar se debe...

Cuenta la Historia (y no hay por qué no creerla) que en su lejanía de casi nueve siglos, y cuando los reyes de Castilla (el toledano Sancho III El Deseado y su hijo Alfonso VIII el de Las Navas) luchaban contra el Invasor, recibieron ayuda de dos hermanos caballeros franceses que se asentaron en nuestras tierras. Uno de ellos, llamado Diego, encontró acomodo para su descanso en el valle de Soba, hoy en Cantabria, y en Castresana de Losa, de las Merindades, echó raíces. Y sigue contando la Historia que se le dio tan bien achicar la presencia de las muchas zorras presentes en la región, que se ganó el apellido de Çorrilla o Zorrilla que heredarían sus descendientes. Y que alguno de estos, por otra parte, orló el escudo familiar con el mote VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
Mucho más tarde el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, nacido en 1855 e hijo del español Juan Manuel Zorrilla de San Martín, fue conocido por sus servicios a su patria y por su abundante y apreciada obra literaria. Y uno de sus hijos, José Luis, escultor, al arreglar en 1921 la casa familiar en el barrio de Punta Carretas, de Montevideo, quiso que sobre la chimenea del comedor figurase también el escudo de los Zorrilla de San Martín, naturalmente con el lema VELAR SE DEBE LA VIDA DE TAL SUERTE QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE.
¿A que nos suena bien? ¡Cuántas veces lo hemos repetido! ¡Y cuántas ha reforzado nuestra convicción de que vale la pena hacerlo realidad! No se trata solo de que se nos recuerde. Ni solo de que nuestra vida se viva con tal dignidad que nadie pueda nunca tacharla de vil. La vida queda viva en la muerte cuando hemos sembrado bien: cuando fuimos exigentes al escoger la semilla, cuando elegimos con tiento y responsabilidad la tierra en la que sabíamos que habría de brotar vigorosa; cuando la cuidamos con fortaleza y ternura para que sus frutos fuesen sanos, generosos, excelentes, nobles, fecundos…
Esa es la condición para que nuestro paso por esta vida responda al propósito de quien sabe que ningún acto de amor queda malogrado.  

domingo, 12 de febrero de 2012

… Et moriente mori.


La vida de los grandes suele estar llena de grandeza. Aunque nos duele que a veces la grandeza vaya entretejida con algunos jirones de miseria. Esto viene a propósito de dos grandes. Uno, pintor y arquitecto, Rafael Sanzio de Urbino. Y otro, Pedro Bembo, eximio latinista y muchas cosas más, que veía en los escritos de Cicerón la perfección del Latín cultivado por él soberbiamente. Se conocieron y apreciaron, primero en Urbino y después en Roma, aunque Bembo superaba en 13 años la edad de Rafael.
La siguiente reflexión se reduce a un dato mínimo en su extensión, triste en su situación y grande en su contenido. Rafael había hurgado en su juventud en las entrañas de Roma. Con unos amigos, artistas y amantes de la cultura clásica, buscaban y copiaban los restos del arte antiguo de la ciudad. Se descolgaron en las ruinas vacías de la Domus aurea de Nerón, donde dejaron sus firmas con humo en los muros del palacio nunca terminado. Y de allí sacaron las pinturas “grutescas” que habrían de multiplicarse en las obras del Renacimiento.           
El que visita el Panteón de Roma queda tal vez anonado ante una obra tan perfecta y no advierte que allí, a la izquierda y a ras del suelo está la sepultura de Rafael. Y aun los que la ven no leen dos breves inscripciones de un especial interés.
La inferior aclara que el papa Gregorio XVI concedió que Rafael, muerto a los 37 años, fuese depositado en el arca de una obra antigua. Sin duda se creyó que era el cofre mejor para quien había sabido hacer moderno el arte de la lejana capital del Imperio.  
La otra inscripción es el breve, conciso y bello epitafio que le dedicó Pedro Bembo:
ILLE HIC EST RAPHAEL TIMVIT QUO SOSPITE VINCI RERUM MAGNA PARENS… ET MORIENTE MORI.
Los conocedores del Latín darán una traducción mejor que la mía, pero yo la adelanto para los que sólo estudiaron griego: Aquí está aquel Rafael a quien la Naturaleza temió mientras vivía y morir cuando él moría.
Y la reflexión que cierra estas líneas puede ser la siguiente. A pesar de que Bembo luchó por una lengua a la que llamó vulgar para que fuese común en toda Italia, a pesar de que Rafael llenó su mundo de en apariencia fácil belleza, no podemos consentirnos (ni consentir si hay alguien que nos mira y nos escucha) que la vulgaridad sea su Norte o nuestro Norte. La vulgaridad es hija de la vagancia, de la indiferencia ante la auténtica belleza, la auténtica conducta, la auténtica grandeza, la personalidad auténtica. Llenar nuestra vida de sucedáneos y el mundo en el que respiramos de camelos lleva a la inevitable decadencia de valores. Y con esa decadencia se provoca la decadencia irremediable de la Verdad.

jueves, 9 de febrero de 2012

El final.


Escribo en el regusto de la fiesta de Don Bosco, que fue ayer (el pasado 31 de enero). Los que creemos, vemos muy bien que se celebre la muerte de los creyentes como el día de su nacimiento a la Vida que no acaba. Y en recuerdo de esos nacimientos hoy agrupamos a todos los salesianos que murieron. Como lo hacemos el 25 de Noviembre, día de la muerte de Mamá Margarita, la madre de Don Bosco, con todos los miembros de su inmensa Familia.
Es interesante preguntar a jóvenes sobre la muerte. Algunos se muestran en sus respuestas como sabios. Preguntadles. Para ellos no es un tema macabro o desechable. Coinciden bastantes en verlo como un hecho natural, necesario, aunque no muy presente en sus pensamientos. Y hacen bien. Con tal de que pongan en sus vidas la intensa satisfacción, el noble esfuerzo de construirse como ejemplares cabales, en su naturaleza de hombres y mujeres y en su condición de cristianos. 
A alguien que visitó el cementerio de Génova, Staglieno, el más bello del mundo, le llenaba de emoción el conjunto de un ángel que habla a dos niños allí clavados delante del sepulcro de su joven madre: “No lloréis. No está aquí. ¡El corazón de una madre no cabe en un sitio tan pequeño!”.
Que es lo mismo, de otro modo, que lo que escribían tres salesianos ejemplares:
Don Bosco en su Testamento espiritual: “Os dejo aquí en la tierra… Os ruego que no lloréis mi muerte. Es una deuda que todos debemos pagar. Pero después nos serán copiosamente recompensados los sufrimientos padecidos por amor de nuestro maestro Jesucristo”.
El Venerable José Quadrio, pocas semanas antes de morir, como respuesta a una señora que manifestaba terror ante la muerte: “Para un cristiano morir no es acabar, sino empezar; es el principio de la verdadera vida, la puerta que da a la eternidad.  Es como cuando, en la alambrada de un campo de concentración, se oye el suspirado anuncio: «!Se vuelve a casa!».Morir es entreabrir la puerta de casa y decir: «Padre, ya estoy aquí; he llegado». Es verdad que se trata de un salto en la oscuridad, pero se hace con la certeza de caer en los brazos de nuestro Padre del cielo”.
Y un gran salesiano, José Luis Carreño, señor de muchas esferas, escribía: “¡Piensa lo que será!: saltar a tierra, ¡y ver que es cielo ya! Pasar de la borrasca de la vida ¡a la paz sin medida…! De un brazo asirte y ver, al irle en pos, ¡que es el brazo de Dios! Beber a pulmón pleno un aire fino… ¡Y es el aire divino! Ebrios de dicha oír a un querubín: «¡Es la dicha sin fin…». Abrir los ojos, inquirir qué pasa, y oír decir a Dios: «¡Ya estás en casa! ¡Oh el inmenso placer de abismarse en tu mar! Cerrar los ojos y empezar a ver; pararse el corazón ¡y echar a amar!”.