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martes, 19 de junio de 2018

Sin una quela también se vive!


Juike es una muchacha juiciosa. Estaba contemplando la sopa en camino (cangrejos en el agua que empezaba a calentarse), cuando observó y grabó la escena. Uno de los rojos artrópodos se dijo para sí y actuó en consecuencia: “¡Se acabó!”. Se arrancó una quela (que estaba enganchada en las patas de otros compañeros de suplicio) con la otra, y salió del agua y de la muerte. Ahora tiene solo una pinza, pero ¡vive! en el acuario de Juike que le ayudó en su decisión.
Y debemos tener en cuenta la lección. Sucede con frecuencia que ignoramos el lastre que pesa sobre las débiles conciencias que tanto amamos: alumnos, hijos, discípulos, miembros de un club, de una asociación. No llegamos a apreciar el peso que la conducta de los adolescentes pone en la orientación de otros adolescentes. Hay muchachos brillantes por su simpatía, su afecto (real o fingido), su cercanía, su disponibilidad en la ayuda, su amistad… que, queriendo o sin querer, enganchan en su vida la de otros. Y muchas veces esos “otros” no son capaces de distinguir el oro del brillo y se dejan moldear aceptando como ideal el ejemplo del amigo deslumbrante.
Lo peor es que el moldeo afecta al criterio. Y el criterio se convierte a su vez en molde de la vida. A veces nos preguntamos: “¿Pero de dónde ha sacado este muchacho, este hijo mío… esos modos de pensar, de argumentar, de proceder…? Has estado distraído mientras tu hijo empezaba a madurar. Aceptó (sin que tú te interesases por ello, porque estabas en “babia”) un injerto tal vez extraño, tal vez contrario al tuyo (¡siempre recto!), tal vez pernicioso…
¿Cuál es el camino? Que tengáis un camino común. No se trata de que lo atosigues: necesita cultivar su libertad de mirada, de apreciación, de opción. Pero tu conducta hacia él, tu madurez serena y respetuosa, la decisión y claridad de exigencia de tu personalidad, deben encenderse de tal modo que comprenda que son la luz orientadora que debe orientarle en el posible túnel en el que siente que se encuentra. 

jueves, 27 de febrero de 2014

El Maestro.



Hace ya algunos años, bastantes, tuve la oportunidad y el agrado de colaborar en una encuesta de extensión europea. Se trataba de obtener el parecer de adolescentes sobre el Ego ideal. Es decir, cómo era para un adolescente la persona que consideraban modelo. Mi trabajo fue sencillo: proponer por escrito a un número amplio de muchachos estas dos preguntas: Describe a la persona que te parece ejemplar entre las que conoces. Si hay alguna persona entre las que conoces que corresponde a esa definición de ejemplar, ¿quién es?
Para enviar al centro de estudio de la encuesta debí leer todas las respuestas y clasificarlas. Como se puede pensar, las respuestas a la primera pregunta eran muy variadas, aunque todas ellas giraban alrededor de un modelo común. No me produjeron sorpresa. Pero sí las respuestas a la segunda: Mi Maestro fueron extrañamente las más frecuentes. Extrañamente, porque superaban en gran número a las repuestas Mi padre, también abundantes.
Recordando aquel trabajo he pensado muchas veces cómo serían hoy los resultados. Hoy ya no hay maestros. En las escuelas de muchachos adolescentes hay profesores. Sin duda muy competentes en su materia, pero con un cometido en el que el aprecio del alumno por su persona queda menos marcada porque son muchos los profesores y por la relativa brevedad del tiempo que pasan con los alumnos.
Pero mi reflexión va también y con más fuerza en otra dirección. Hubo un tiempo en el que el maestro era muchas veces el forjador de la personalidad del alumno. Convivía con él. Y muchas veces, afortunadamente, tratar, contemplar, apreciar, admirar y querer a aquel hombre que dedicaba tanto de su vida por ellos, que manifestaba no sólo la grandeza de sus conocimientos, sino la de su paciencia, constancia, cercanía y honradez y que despertaba en los jóvenes destinatarios de sus esfuerzos las ganas de parecerse a él. Si no como maestro, sí como persona.
Y… ¿es el padre hoy el “sucesor” del maestro de antes? ¿O se encuentra con que el trabajo le impide estar con su hijo, interesarse por su progreso en todo día a día, aguantarle en sus deficiencias sin impacientarse porque saca malas notas, estimularle con el aprecio, el seguimiento, la cercanía?
Sería triste que si hoy se hiciese una encuesta como aquella, el padre no quedase al menos en segundo lugar en la escala del aprecio de su hijo.

jueves, 23 de enero de 2014

¡Han robado un nenúfar!



Así es de pequeña y de bonita la Nymphaea thermarum. El único ejemplar que había en la colección de nenúfares del Real Jardín Botánico de Kew (entre Richmond upon Thames y Kew, al Suroeste de Londres) una inmensidad de belleza de 120 hectáreas donde trabajan 700 personas. Carlos Magdalena, asturiano, investigador, descubridor, conservador… denunció la desaparición del nenúfar enano, ¡el único de Kew!, sucedido el pasado día 9 de enero. Se trata de una especie que procede de Ruanda. ¡y que, por estar en peligro de extinción, la llevó al Real Jardín, según nos dicen los medios, nuestro gijonés! Scotland Yard está detrás del autor del robo, pero…
En el jardín está uno de los mayores y mejores bancos de semillas del mundo. Y en él se yerguen pabellones, pequeños palacios, museos… que albergan ejemplares  soberbios de especies preciosas.
Cuando la obsesión por la educación de los niños, de los jóvenes (y de los adultos) ronda por la cabeza, como a mí me sucede, acude este pensamiento: ¿Cuántas “especies preciosas” de la educación, de la maduración, de la formación de las personas han desaparecido y siguen desapareciendo, con peligro de extinción, de este mundo en el que parece que lo tenemos ya todo, y que todo lo que tenemos nos parece que está bien?       
Parece como si fuese una necesidad adquirir el grado suficiente de vulgaridad para parecernos a los muchos que la cultivan, no sólo para no llamar la atención, sino porque nos parece que ser vulgares es el mejor modo de llamar la atención. ¿En qué estoy pensando? En muchas cosas. Y los inteligentes lectores de estas líneas están repasando, estoy seguro, otras tantas líneas escritas en la vida social y dándome la razón.   
Vayamos, por ejemplo, a uno de esos panfletillos, que no sé por qué se llaman “del corazón”, para reflexionar sobre estas tres cosas: cómo hay quien cree que es ejemplar publicar un producto como ese; cómo hay quien ofrece jirones de su vida, no precisamente ejemplares, para salir en esa prensa; y cómo hay quien alimenta su difusión y se alimenta con la basura que ofrece.
Ya sé que hay quien me acusará diciendo: “¡Ya estamos!”, “¡Intransigente!”, “¡Deja que cada uno haga, diga, coma… lo que quiera!”.
¿Lo ves? ¡Pero sigo queriendo que se salve la nymphaea thermarum! 

sábado, 4 de junio de 2011

Alergias.


Me imagino el Diccionario de la RAE como un altísimo y atento mirador desde el que se pueden descubrir las palabras que se nos han metido en pocos años en el almacén de nuestro glosario. Una de ellas, escrita y, desde luego, usada y abusada, es alergia. Antiguamente (y el antiguo del que hablo no es tan antiguo) no había alergias. Quiero decir que nadie se enteraba de que padecía una alergia. Uno tenía un catarro primaveral; otro, un constipado otoñal; otro, unos granitos en el brazo que producían un rebelde y fastidioso picor; otro, molestias digestivas que atribuía a la acidez y otro, una gastroenteritis (por no usar otro vocablo más… sonoro que se encuentra, naturalmente, en el Diccionario de la RAE).     
Ahora nos alertan: “¡Cuidado, urbanitas: que se nos vienen encima como un alud el eccema atípico; que dentro de una década serán pocos los niños que se liberen de la rinitis alérgica y del asma alérgico; que nuestros niños están respirando en  un mundo “estéril” en el que el organismo no aprende a defenderse; que el sistema inmunitario se está volviendo loco; que la flora bacteriana intestinal ha cambiado y se ha empobrecido; que vivimos una vida de calidad presuntamente mejor, pero que es un gimnasio blando que vale cada día menos ante el karate o el jujutsu de los depredadores!”.  
Y las mamás, alarmadas porque ven por todas partes alergenos, ocupadas en acudir con el pequeño luchador a las pruebas específicas, obsesionadas en sus sueños con una anafilaxia, en busca de antihistamínicos, corticoideos, leucotrienos, anticongestionantes… saben más en la materia, de palabra, claro, que el más versado en el tema de su denominación y origen.
¿Les preocupa igualmente el futuro de su niño en aspectos más profundos? Tal vez la obsesión en este caso es que no sufran, que no conozcan el dolor, que no se asomen a la desgracia, que no sepan de la muerte. O que, ante una vida que empieza y que se promete feliz, traten de mantenerla así concediendo, dando, “que no le falte nada”, dejando que se acostumbre a un sí indefinido que, al principio es regalo; después, otorgamiento; más tarde, concesión; a cierta edad, transigencia; más adelante, aguante resignado; a continuación y por siempre, una cruz.
La ausencia de educación o su escasez nacen de que los padres no han pensado que su primer deber era que, además de ser modelos que tener en cuenta, tenían que robustecer su inmunización ante lo que en el aire exterior que necesariamente deben respirar, deben ser ellos mismo y no víctimas del contagio de la inmersión. El hijo es una copia del padre en sus rasgos físicos y en sus gestos psíquicos. Pero es natural que también lo sea en la asunción o la deserción del esfuerzo, en la rectitud o el retorcimiento de las intenciones, en la transparencia o la falsía de las palabras, en la adhesión o la deslealtad de los compromisos, en la exactitud o la chapucería en el trabajo, en la serenidad o la tensión de la vida familiar, en la presencia o la ausencia entre los que ama, en la fidelidad o la infidelidad a los suyos. 
Y cuando no se ha tenido en cuenta que era posible prevenir y robustecer ante las alergias que rondan en la historia, después todo se va en lamentar: ”¡Este hijo mío!”, “¡Parece mentira!”, “¿A quién sale este bestia?”.