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martes, 8 de diciembre de 2015

Inmaculada.

El 15 de junio de 1520 la Iglesia no tuvo más remedio que declarar que Martín Lutero se había apartado del camino que la Iglesia venía haciendo trabajosamente tras las huellas de Jesús de Nazaret. Y unos meses más tarde (3 de enero de 1521) le indicó que quedaba fuera de la comunión con ella.  Entre noviembre de 1520 y junio de 1521 Lutero escribió un Comentario al Magnificat. Se lo dedicaba al joven Federico de Sajonia que años más tarde sería Príncipe de esa región. He aquí algunas de sus palabras.
“Para la ordenada comprensión de este sagrado cántico, es preciso tener en cuenta que la bienaventurada virgen María habla en fuerza de una experiencia peculiar por la que el Espíritu santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra de Dios, si no es por mediación del Espíritu santo. Ahora bien, nadie puede poseer esta gracia del Espíritu santo, si no es quien la experimenta, la prueba, la siente. Y es en esta experiencia en la que el Espíritu santo enseña, como en su escuela más adecuada; fuera de ella, nada se aprende que no sea apariencia, palabra hueca y charlatanería.
Pues bien, precisamente porque la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y hacer lo que está roto…
…cuando Cristo tenía que llegar, los sacerdotes se habían apropiado tal honor, eran los únicos que gobernaban, y la casa real de David se había visto reducida a la pobreza y al desprecio. Justamente como una cepa muerta, que no dejaba sospechar ni esperar que de ella pudiera brotar un nuevo rey de tan elevado rango. Y precisamente entonces, cuando esta falta de vistosidad había tocado su punto máximo, llega Cristo para nacer de esta menospreciada estirpe, de esta insignificante y pobre mozuela; el renuevo y la flor brotan de una persona a la que las hijas de los señores Anás y Caifás no hubieran creído digna de ser su más humilde criada. De esta suerte las obras y mirada de Dios tienden hacia la bajura; las de los hombres sólo hacia las alturas”.
La devoción de Lutero hacia María nos ayuda a comprender cómo ante Ella, “la humilde sierva”, toda mente y todo corazón se abren a venerar la bondad de Dios que hizo que ”la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y rehacer lo que está roto”.

martes, 7 de octubre de 2014

Lepanto.

"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".
Así se presentaba, como recuerdas, Miguel de Cervantes en el prólogo de sus Novelas ejemplares. Y evocaba el día en que perdió gloriosamente la mano izquierda mientras celebraba la victoria de la Madre de todos sobre los turcos. Porque el papa san Pío V agradecía a la Madre de la Paz y de la Luz aquella victoriosa y empezaba a llamarla Auxilio de los cristianos.
Herida que “parece fea” pero que “él la tiene por hermosa” en “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos ni esperan ver los venideros”.
Cuando un hombre de la altura moral, entereza varonil y gratitud espiritual de Cervantes se expresa así, se nos despiertan, en el aniversario de aquel hecho, 7 de octubre de 1571, las ganas de descubrir la nobleza en nuestros aparentes fracasos y la altura insuperable de grandeza, honor y belleza espiritual, tan poco tenida en cuenta cuando la vida se llena de dolor victorioso.

lunes, 23 de junio de 2014

Castilviejo.

Cuando volvemos a nuestra Universidad Laboral de Zamora y entramos en la impresionante iglesia de María Auxiliadora, del eminente arquitecto Luis Moya Blanco (1904-1990), tan bien conocida por nosotros, admiramos los tres grandes óleos que llenan casi la totalidad de las paredes laterales y el fondo del coro. Todos recuerdan su contenido y significado. El sueño que tuvo Don Bosco viendo que la Iglesia, combatida por los siglos, seguía su avance alentada por las dos columnas de la Eucaristía y María Auxiliadora. El sueño de los creadores de las Universidades Laborales de ayudar a construir un mundo nuevo, forjado en el esfuerzo y la entrega. El canto de los hombres a su Madre elevada en lo alto.
Su autor fue en 1957 el admirable pintor zamorano (1925-2004) cuando tenía 32 años. En Cubillas de Santa Marta (Valladolid) pasó sus últimos años. De Cubillas decía: «Aquí, en Cubillas, pinto, como, trabajo, cazo perdices, ando por los rastrojos, charlo con los amigos, amo y vivo, porque el paisaje es determinante». Y Chema – fue siempre un amigo cercano para todos – “vivía Castilla para pintarla”.
Chema para los amigos y José María García Fernández para el registro civil, era Castilviejo en la pintura. Cuando le preguntaron por qué quería ese nombre respondía: «En honor a mi padre, que era de Rioseco, y para él la Virgen de Castilviejo era su virgencita, la que en medio del campo tiene la ermita. Y era tal la devoción que tenía y no era un beato, que entonces yo quería devolver a mi padre algo de lo muchísimo que me dio. Era algo en su honor y para mí es un orgullo».   
El día 8 de septiembre se celebra la fiesta patronal de Nuestra Señora La Virgen de Castilviejo con romerías en las praderas de la ermita: Misa, procesión, limonada y dulces.
La imagen actual de la Virgen es copia de la que desapareció hace algunos años. La imagen original, de sesenta centímetros de altura, era una talla del siglo XIII, de madera de peral policromada. La Virgen, sentada, abraza con su brazo izquierdo a su Niño y muestra una manzana en la mano derecha.
Estas noticias de algo tan entrañable como la acariciada herencia de un padre en las manos de un hijo artista, la presencia vida y vivificante de una Madre de todos los hombres y el rescoldo nunca apagado del pasado por nuestra querida ULZ bien valen para encerrarnos un rato en lo hondo de nuestros sentires para abrazar con fuerza entrañable tanto germen bello y bueno como hemos recibido y hemos tenido el placer celestial  de convertir en cosecha. 

sábado, 24 de mayo de 2014

María...


El papa Francisco cierra su exhortación La alegría del Evangelio (24.11.2013) con este precioso broche. 


Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.



Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz 
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.



Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos 
el don de la belleza que no se apaga.



Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.



Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.



Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.

jueves, 22 de mayo de 2014

Auxiliadora.



Gilbert  Keith Chesterton (ya ha venido otras veces a darnos las buenas noches) fue un hombre grande: medía 1,93 metros y pesaba 134 kilos. Tuvo una educación intensa de modo que su espíritu estaba movido por la inquietud de conocer, de conocer… Tal vez por eso se interesó por el ocultismo y en el diabolismo. Y creía en el demonio.

Se casó con Frances Blogg, anglicana practicante, quien le ayudó a que se acercara al cristianismo. Estudió seriamente los escritos tradicionales sobre la fe. Y los padres John O’Connor y Ronald Knox, convertidos, como él más tarde, al catolicismo, le ayudaron mucho en su camino hacia su fe católica. Se convirtió en 1922.

No quería una Iglesia que se adaptase a los tiempos, ya que el ser humano sigue siendo el mismo y necesita que lo guíen: “Nosotros realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados...”.

Gilbert Keith Chesterton atribuía su conversión al catolicismo, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno, referido a María, quedaba reflejado así: «Un místico católico escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!". Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico…».

En mayo reverdecen muchas cosas. Lo verde es espera y esperanza. La sazón es de oro. Pero esperar nos mantiene en juventud, tensión, esfuerzo, camino… Todo eso nos brota en el espíritu con la presencia de la Madre de todos, Aquella a la que, según sentía Chesterton, “hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Como si dijese Auxiliadora de Dios. ¡Y lo es nuestra!

Andamos estos días del corazón de mayo celebrando o añorando la presencia viva de esa Madre siempre tierna, que nos toma de la mano o la pone sobre nuestra cabeza para que nuestro corazón mantenga siempre la nobleza de su estirpe.

lunes, 15 de julio de 2013

Metrópolis.



¿Os acordáis de Metrópolis, aquella película expresionista alemana, muda, de 1927, de Fritz Lanzg y su esposa Thea von Harbou? De ella se pueden decir muchas cosas, verdaderas o inventadas dada la complejidad de la hisoria. He aquí algunas, sencillas y breves.     
Una breve síntesis del punto de partida para recordar o situar: En el año 2026 (¡!) la ciudad está formada por los propietarios (que viven en una suntuosa, fría, atormentada y complicada superficie) y los trabajadores (pobladores perpetuos de un sórdido mundo subterráneo, anónimo y maquinizado). Un robot incita a éstos a la rebelión y a la destrucción de la ciudad bajo la que viven y para la que trabajan. Pero Freder, hijo de Joh Fredersen, el dueño de todo el complejo, se enamora de María, defensora de los trabajdores y cuidadora de sus hijos.
Mi primer subrayado es este de María. María, como suena en alemán, latín, español, italiano, portugués… No es sólo una figura simbólica. Es la fusión de la belleza, de la bondad, de la sencillez, de la generosidad, de la fe en los hombres, de la entrega, del amor. Es la personificación de la Madre de todos, de  María, Madre de Jesús, el Mediador, el Amor.
Juntos (y este es el segundo rayo de luz bajo cuyo ardor me parece oportuno acogerme)  Freder y María tratan de hacer sentir el amor a los sublevados, que nunca han sentido el amor aunque siempre han suspirado por él. Freder se convierte (gracias a la invitación de María y al amor hacia ella) en el Mediador entre el cerebro y la mano, es decir, el corazón de la ciudad que parecía no tenerlo, ni arriba ni abajo. No arriba por estar embrutecidos por el egoísmo. Ni abajo porque sin horizonte de libertad es imposible amar.
Y por último, los niños. Se preguntan los sublevados por ellos en un momento de lucidez: “¡Nuestros hijos!”. Es el instante de la verdad. María los ha amado, los ha guardado, los ha conservado como seres humanos y los presenta como la realidad de una promesa de vida frente a los inventos de destrucción del científico Rotwang que fabrica venganza y odio. Vale la pena ver de qué lado estamos nosotros hoy.

domingo, 20 de mayo de 2012

El último canto.


Emociona acompañar en los últimos momentos de la carrera que hace por la historia a un amigo al que se quiere. Cuando sus pies están ya inmóviles y parece que el oído del corredor está sólo abierto a la voz del que le va a premiar con un abrazo tras el último esfuerzo por llegar a la meta.   
El padre Vincent McNabb, buen amigo de Gilbert K. Chesterton contaba así su último  encuentro con él: “Fui a verlo cuando moría. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquella gran humanidad estaba con el calor de la muerte; su gran mente se preparaba, sin duda, a su modo, para la visión de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión, siempre bendita, María de Nazaret. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las rasgos de su gran corazón, e inmediatamente recordé la canción de los Cruzados, la Salve, que nosotros los Blackfriars (Frailes Negros: Dominicos) cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Va a oír usted la canción de amor de su Madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “Salve, Regina, Mater misericordiae…: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…”.
Del padre Vincent McNabb, irlandés, había escrito Chesterton: "... es uno de los pocos hombres grandes que he conocido en mi vida; es grande en muchos sentidos, mental, moral y místico y en sentido práctico… Nadie que haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo puede olvidar".
Emociona también esta actitud de aprecio, de respeto, de admiración y, sobre todo, de cariño que se da naturalmente entre hombres grandes. Porque los menguados de espíritu, que andamos dispersos por el mundo, encontramos dificultad en atravesar nuestra miserable piel de babosa y rodear con afecto a quien deberíamos agradecer sus altos valores y de quien deberíamos aprender las lecciones de sus acciones.
¡Y ojalá tuviésemos a nuestro lado, ante el momento del auténtico Encuentro, a quien nos cantase las acariciadoras palabras de la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos… Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre… María”.

domingo, 6 de mayo de 2012

María.


De la poesía de José García Nieto se escribió que era “sosegadamente apasionada”. Y no de otro modo podía manifestarse un poeta que bebía la sustancia de su palabra en los valores hondos del espíritu y el aroma de sus versos en los clásicos, cimiento de la expresión más perdurable. La lectura de los que siguen son un ejemplo.
El arrendajo, pato
de los aires, oscuro,
pasa. ¿Por dónde? Hay algo
que nos oculta el rumbo.

Y llora la resina
intermitentemente
por la amarilla herida
que tiene el pino verde.

A nuestro alrededor
sólo el vuelo y el árbol;
la garganta sin voz,
sin amigo la mano.

Pero Dios no está lejos.
Ya se anuncia. Sin prisas,
detrás de aquel otero
nace Santa María.

Detrás del otero de nuestra esperanza está naciéndonos siempre Santa María. Y cuando en cada Mayo vuelve a estar de moda en nuestra vida, nos damos cuenta de que nunca ha estado ausente. De que si somos, es porque ha sido siempre la Madre de nuestra historia, Ella que la empezó con una espada en el alma y abrazó al final la Vida de su vida en los brazos que siempre estuvieron abiertos y tendidos para hacernos, con Juan el joven, hijos suyos.
Ni el arrendajo que nos quita la luz, ni las lágrimas amargas de este pino que somos, ni la mano amiga que parece faltarnos, ni los gritos sin voz pueden hacernos sentir que en esta era de crisis falte el vino. Ella lo sabe y nos recuerda que la respuesta sólo estará en hacer lo que Él nos diga.