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domingo, 16 de diciembre de 2018

Inclinada: ¿Se caerá?


Llaman Plaza de los Milagros a la que en Pisa alberga la historia y la belleza de varios monumentos inigualables. La llamada Torre de Pisa no es una torre sin más. Es, como sabes, el campanario de la catedral dedicada a Santa María en su Asunción.
En Pisa hay otras dos torres inclinadas, aunque ésta es la que tiene la fama y se lleva el sobrenombre de inclinada. A las otras dos (el campanario de San Nicolás con una inclinación de 2,5º y el de San Miguel de los Descalzos con 5º) se les hace menos caso.
¿Qué pasa en Pisa que las torres se inclinan? Cuando el 9 de agosto de 1173 se puso la primera piedra, su “padre”, Bonnano Pisano, miró con sus ojos soñadores los 56 metros de los siete pisos de su sueño, pero no se fijó tanto en que su obra (que iba a acabar Tomás de Andrés Pisano dos siglos más tarde y que pesaría 14.453 toneladas) no podía soportar su gloria sobre un terreno arcilloso sin suficiente cimentación.
En 1990 su pendiente era de 6 grados. Y se empezó a poner remedio: tirantes de acero y contrapesos de plomo hicieron posible que la inclinación se redujese a menos de 4 grados.
Y como no es arte, historia o turismo lo que nos trae a esta página, va bien añadir unas líneas de reflexión muy sencilla pero que deberían convertirse en convicciones y actuación.
¿Qué ha pasado con esos hijos, con esos muchachos para los que hubo un proyecto perfecto, que tanto prometían y que acabaron un poco o un mucho torcidos?
Crecieron desde sus cimientos sobre arcilla: engreimientos: “¡Qué guapo!”, “¡Qué listo!”, “¡Qué gracioso…!”, complacencias, concesiones, descuidos, desinterés por sus pasos, lejanía de afecto y amistad, ignorancia sobre sus amistades, aficiones, estudios, costumbres… “¡Ya es mayorcito!”, “Ya sabe lo que tiene que hacer”, “No debo coartar su maduración y crecimiento”, “Él sabrá lo que hace”, “Bueno, eso no tiene mucha importancia”. “¡Que me dejen en paz!”.
“¡Tener un hijo es una gran responsabilidad!”, “¡Aceptar ser formador es un deber sagrado!”… Pero no enterarse del piso que pisan, de la arcilla que los va hundiendo poco a poco en la mediocridad, en parecerse a un amigo que es muy brillante pero que carece de solidez moral, permitir de hecho lo que se prohíbe de palabra… son trampas sobre las que hay que prestar atención serena y decisivamente. Y nunca dejar de ser ese amigo honrado que es un padre y un auténtico educador que acompaña siempre, que alienta siempre, que eleva siempre.             

martes, 11 de diciembre de 2018

Un raro Pulpo.


La imagen de este animal, que aquí se nos presenta, se debe a la ayuda de la telecámara de un submarino robótico de la expedición Ocean Exploration Trust a ochenta millas al Oeste de Monterey y a tres mil metros de profundidad.
Lo llaman “Dumbo” porque dicen que se parece al elefantito de Disney. Pero es, dicen, un pulpo, un pulpo raro, pero un pulpo. Un Grimpoteuthis bathynectes (ese es el solemne nombre que le han dado) de sesenta centímetros, que se alimenta de crustáceos, gusanos y moluscos.
Los apéndices que luce como orejas atentas no se han estudiado todavía dada la dificultad de observar esas realidades de vida tan profundas.
Pero contemplarlo vale para una sencilla reflexión sobre el bulismo infantil. Y escribo infantil porque es propio de quien no ha madurado como para comprender la amplitud, la riqueza, la dignidad de cualquier ser vivo, pero especialmente de las personas más cercanas.
¿De dónde nace esa práctica pueril que tanto mal provoca? ¿Podemos afirmarlo sin error? Sí. De los padres y solo de ellos adquieren los niños la capacidad de medir. Aprenden de ellos a clasificar, a medir el calibre de los bienes y los males, a comparar la altura o grandeza, la bajura y raquitismo de todos los que no son “de la familia”. La crítica es una práctica mezquina e inmadura en la vida de relación. Pero es muy frecuente que el criterio de valores (de cualquier tipo que se piense) que expresan los padres (el padre y la madre) en el hogar sea decidido, decisivo, tajante, exagerado. A veces va envuelto en un sentimiento de envidia o de revancha, de desahogo, de superioridad que sirve para plantar una cátedra propia de jueces.
Cuando esa debilidad en la entereza del respeto al otro, a todo otro, se une a la del amigo o compañero o grupo o rebaño, el contagio del placer de mortificar, la tendencia a acosar al animal herido, el regusto de creerse superior, la falta de compasión, el instinto desbocado forman escuela.
No es difícil en nuestra vida de relación comprobar que muchos, demasiado…, hasta el más necio  (seguramente más que ningún otro) viven embistiendo y son capaces de juzgar, de clasificar, de condenar, de despreciar –sin más- al que no le cae bien.

domingo, 7 de octubre de 2018

Nada en demasía (Μηδέν άγαν).


Pausanias, viajero griego del siglo II, geógrafo e historiador, nos dejó entre sus escritos, como sabes, diez libros en los que nos describe el mundo griego que él visitó. En el capítulo 24 del último, dedicado a la Fócida, nos dice que en la pronao del templo de Apolo, en Delfos, figuraban frases que los sabios ofrecían a los hombres para norma de su vida. He aquí dos: “Conócete a ti mismo” (Γνῶθι σαυτόν) y “Nada en demasía” (Μηδέν άγαν), que los romanos tradujeron Ne quid nimis, conocidas por muchos y vividas por pocos.
La observación de la conducta de los hombres, después de veinte siglos, teniendo presentes aquellos sabios consejos, de los que hoy me preocupa el segundo, despierta en mí estas dudas: ¿Me gustan los “demasiados”, los “absolutos”, los “irrepetibles”, “los “pluscuamperfectos”...? Y, sin embargo, tendemos a creer que existen, que hay quien vive sin error, quien alcanza el zenit de la perfección, quien nunca nos ha decepcionado…
El camino de la demasía se recorre de muchos modos. Por eso en nuestra obra educativa debemos atender a que la mesura (que no es la mediocridad sino la medida correcta) sea la meta de nuestra búsqueda.
A partir de la adolescencia (y a veces bien avanzada la juventud) nuestros hijos y formandos tienden a compararse y a distinguirse. Se cubren con un manto que no es el suyo, se dan cuenta de que se les evita y no aciertan a saber por qué. Ser petulantes queriéndose hacerse valer es fácil en esas etapas inmaduras de la vida.    
Hay quien se esfuerza en quedar bien. Casi siempre mete la pata. Porque en la vida no debemos ir adelante (en todas las esferas de la dignidad, del bienestar y del mando) buscando sobresalir.
¿Cuál es la fórmula? Estoy seguro de que todos los que leen estas simplezas la conocen: Cumplir enteramente con el deber, asimilar todo cuando pueda forjar un carácter flexible y exigente; mirar el futuro con confianza; servir, servir y servir. Es decir: tener presente al otro, a los otros; y aportar con nobleza, prudencia, constancia y generosidad lo bueno que se tiene.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Los honderos o dar el blanco.


Los honderos baleares fueron buenos mercenarios en los ejércitos cartagineses y romanos que ganaban o perdían batallas (¡es un decir para los demasiado chinches!) en el encuentro o en el cuerpo a cuerpo. Porque no había balas.
Los honderos las ganaban a distancia. Iban en primera fila y, como David ante Goliat, con un solo disparo (de una de las tres hondas que llevaban en la cabeza, la cintura y la mano) eliminaban a un enemigo, con otra piedra (o una pieza de plomo de 200 gramos) a otro... Y así diezmaban la vanguardia, que era  lo más selecto del ejército enemigo.  
En la guerra de griegos contra cartagineses a finales del siglo V, en el ejército de AmílcarAsdrúbal y Aníbal (recuerda: Cannas, primero – derrota - y Zama más tarde - desquite) estuvieron destrozando escudos y corazas y… desconcertando al enemigo. O perforando, desde la costa, el casco de madera de los barcos hostiles o sospechosos.  
Se entrenaban desde niños, como sabes. Y debían acertar en su puntería si querían comer.
A veces serpea entre nuestras prácticas educativas una que suele ser complacer para que nos quieran o nos dejen en paz. A la larga lo que logramos es que nos declaren la guerra (esa guerra insidiosa de la desestima o el desquite solapado que tanta tristeza y desolación produce). El ejercicio de la paternidad nunca se realiza con el ejercicio del paternalismo. Autoridad es la calidad del que acompaña en el crecer, en madurar, en acompañar al hijo o al “pupilo” para que vaya siendo él mismo y lo sea sabiamente.
Dar de comer gratis no es el camino. Ayudar a entender que el premio de la amistad, de la cercanía, del triunfo sobre la propia limitación no es un regalo, sino una meta que se alcanza cuando se ha crecido en puntería, en fuerza y en constancia animado por la mirada exigente, estimulante y llena de aprecio y cariño del que lo quiere ver de verdad convertido en un buen luchador.

sábado, 10 de febrero de 2018

Sénia, patria de olivos milenarios.


La Mancomunidad del Territorio de Sénia comprende algo más de 2.000 kilómetros cuadrados. Son, como sabes, 27 municipios de Castellón, Tarragona y Teruel. Y en ella hay un tesoro: casi 5.000 olivos milenarios en la mayor concentración de viejos y gloriosos olivos del mundo. Tienen más de tres metros y medio de perímetro y se elevan a 1,3 metros del suelo. Entre los estudiados por la Universidad Politécnica de Madrid hay media docena que tienen entre 1.000 y 1.490 años. Y entre los que están todavía esperando que se les extienda su fe de nacimiento hay uno en Ulldecona (Tarragona) que se calcula que llega a los 1.703 años.
El 9 de junio 2016, en el Salón de conciertos Vigadó de Budapest, el Consejo de Europa, ¡nada menos!, otorgó una mención especial al Paisaje de olivos milenarios del Territorio Sénia (España), noble paisaje olivarero, lleno de vida y de experiencia.
Parece que Sénia, el nombre que ha quedado, viene de saniya, como llamaban los árabes de la zona a una noria o aparato similar frecuente en aquellas tierras para el  riego. Hasta nosotros ha llegado como acenia, usado en muchos lugares desde el siglo XII o sus cercanías.   
A mí Senia me suena (pero que me suene no quiere decir nada) a viejo. Con toda la razón. Senex, vetulus… era viejo entre los romanos. En las culturas llamadas clásicas ser viejo era un valor. Porque a esas edades se consideraba que ser viejo era tener la mente (la sien) madura, el corazón engrandecido y enriquecido por la experiencia, la prudencia, la sabiduría, la paciencia, la bondad…
Es sabio (de viejos o no) educar en el aprecio a los mayores. Hay muchos argumentos para ello: el reconocimiento a su condición de fuente: de la vida, del ingreso en la sociedad humana, del aprendizaje del oficio de ser recto y justo, del sentido del equilibrio y la equidad, de saber dar al tiempo la pausa que necesita para que el nuevo árbol (el hijo, el nieto…) crezca, se afiance, se embellezca de flores, dé fruto… 

domingo, 27 de octubre de 2013

Luchadores.



Cuando tenía muy pocos años nuestro pequeño hombre entró de criado en una carbonería de su pueblo, perdido en la Mancha: escaso el jornal, mala la comida y un trato inhumano. Carbonería de las que hacen carbón y que no sólo lo venden. Y fraguaba, fraguaba…  la idea de huir de aquel negro rincón.

Hasta allí iban desde Madrid carboneros a buscar carbón. Uno de ellos, que se llamaba Juan, le trató con respeto y nuestro pequeño hombre le pregunto dónde vivía. El señor Juan le respondió que en la calle del Ave María. Y nuestro pequeño hombre al día siguiente solo, andando, con sesenta céntimos en el bolsillo, se encaminó hacia Madrid. Preguntó al llegar a un guardia dónde estaba la calle donde vivía un señor que se llamaba Juan, que era carbonero y que la calle tenía nombre de Semana Santa. El guardia lo miró con estima y se dedicaron a recorrer las calles con nombre de Semana Santa: Verónica, Amor de Dios, Válgame Dios, Desamparados… sin éxito. Pensó el guardia que tal vez se trataba de la del Ave María ¡y allí encontraron la carbonería del señor Juan que quedó pasmado cuando le oyó a nuestro hombre que había huido del pueblo para lograr un poco de luz para su vida!. Se quedó a trabajar en la carbonería de la calle del Ave María.

Los primeros ahorros y parte de los siguientes los invirtió en un silabario y una vela, después en un catón y más velas y aprendió, en la escuela nocturna de su cuartucho, a leer y a escribir.

Encontró la posibilidad de trabajar como listero en una obra y siguió con su escuela particular, abierta todas las noches donde él era maestro y al mismo tiempo, único alumno. Mientras tanto había pulido su persona y su presencia y entró en la casa del Marqués de… En ella tenía, entre otras misiones, la de acompañar al primogénito de la familia al Instituto. Pero por su cuenta se matriculó él también y empezó el bachillerato hasta que el marqués se enteró y le prohibió que asistiese a las clases con su hijo. Nuestro hombre se despidió de la casa.

Se colocó de oficinista, al mismo tiempo que completaba el Bachillerato al que siguieron los estudios de Derecho en la Universidad donde se doctoró. Más tarde cursó Filosofía y Letras y Ciencias Morales y Políticas. Fue Director General de Prisiones, Ministro de Justicia algunos meses y autor de varios tratados.

Como esto no es un cuento, sino la historia real de un hombre auténtico que él mismo relataba sencillamente, con naturalidad, sin dar importancia a nada que le pudiese servir de halago, llenando su conversación con las anécdotas y la descripción de los muchos lugares del mundo que había conocido, debe bastar, sin comentarios, para encender en todos el deseo de crecer.

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Ser feliz? (3)

Il Vate (1920)

Realmente la vida de Gabriele D’Annunzio (1863-1938) fue una carrera de obstáculos con todo. Fue político, militar, novelista, dramaturgo, poeta... sufrió e hizo sufrir en el amor, fue diputado y renunció, deudor y tuvo que huir, encendió el ambiente en favor de los aliados en la primera Guerra mundial. Fue piloto en ella, quedó tuerto, llevó a Viena nueve aviones que lanzaron propaganda de rendición, se resistió a la entrega de la ciudad de Fiume al final de la guerra, la ocupó echando a los americanos, ingleses y franceses que la ocupaban, exigió que volviese a Italia y, en vista de su fracaso, la declaró Estado libre del que se autoproclamó Duce; enredó en la Sociedad de Naciones a favor de las ciudades enajenadas, como la suya, quiso organizar un movimiento con núcleos separatistas de los Balcanes, declaró la guerra a Italia y se rindió bajo el bombardeo sufrido. Al final de su vida fue nombrado miembro de la Real Academia Italiana y tuvo un funeral de Estado decidido por Mussolini. 
Pues este Gabriele D’Annunzio, zarandeado por la vida y zarandeador de la historia,  tenía a la entrada de su casa una placa de cerámica con el tallo de un rosal, una rosa y esta leyenda: Toma la rosa, evita la espina (Cogli la rosa, fuggi la spina). Y poco antes de morir declaraba: “Soy viejo e infeliz. No encuentro haber vivido en mi existencia ni un instante de alegría”.
Si su estrategia para ser feliz fue tomar la rosa, su estrategia estaba equivocada. Una rosa separada del rosal es ya un cadáver. No sé si Francisco de Rojas se dirigía a una rosa cortada cuando lloraba su ocaso: “… si sabes que la edad que te da el cielo es apenas un breve y veloz vuelo”. Para que la rosa viva necesita al rosal. De él absorbe vida. Y la espina, las espinas defienden su integridad.
¿Por qué hay tanta gente infeliz? ¿Su mente no les llega para comprender que la vida no puede conservar su lozanía si no se construye sobre el tallo feraz de la exigencia? Que, indudablemente, supone dependencia del rosal y solidaridad con las espinas. Hay jóvenes que no salen de este proyecto: Ser libre para pasarlo bien. Es el proyecto del instinto, es decir, del ímpetu animal. Un proyecto así encierra un doble engaño: ni se es libre ni se pasa bien.
La esclavitud más engañosa, más dolorosa, es la del egoísmo. El ser humano que se cultiva abonando su vida de ese modo, choca, sin entenderlo, con la imposibilidad de crecer. Una persona es sólo persona si “es para los demás”. Así la definen los filósofos. ¡Y los psiquiatras! Y no “lo pasa bien” la flor que se pasa la vida ante el espejo, no lo pasa bien el que se complace, sino el que ha buscado y ha encontrado un jardín en el que pueda regar las flores.

viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Ser feliz? (1)


Parecería que una persona tan seria como Emmanuel Kant (¿has visto algún retrato suyo?) no iba a preocuparse de la felicidad y menos de la felicidad concreta de cada ser humano. Lo lógico es que dedicase su atención el empirismo, a la estética  trascendental y al mundo de los fenómenos. Pues no señor. Un amigo, conocedor de su pensamiento, me dice que propuso esta fórmula para ser feliz: Algo en que creer. Un ideal que vivir. Una persona a quien amar. ¿Nos lo puso fácil?
Lo de creer se entiende bien y parece que está al alcance de la mano. Pero hay que acertar con ese algo. Y basta repasar la lista de los muchos algos en los que creímos (cosas, acciones, iniciativas, personas, amigos, instituciones…) para darnos cuenta de que hoy vivimos apoyados, es decir, creyendo, en algo que, ni siquiera por costumbre, nos hace de verdad felices. ¿Qué hacer entonces para empezar por el principio en el camino de felicidad que me propone Kant? Analizar sabiamente (¡eres sabio, no te arredres!) cada uno (o, al menos, alguno) de los algos que todavía no son apoyo de mi vida, no son fuente de mi felicidad, programar cómo acercarme a él y abrazarlo con fuerza.    
Un ideal que vivir es un flujo de vida que dé respuesta cabal al proyecto de mi existencia. Nadie acepta como ámbito de vida un programa que convierta las tardes en siestas. Ni tampoco un proceso de ganancias, honradas y crecientes si se quiere, pero que de ideal tiene tan poco como el de nadar en el césped que rodea la piscina.
Ideal debe significar la plenitud de un deseo. Y no es fácil aceptar que la plenitud quede en algo que no sea el infinito. Porque es posible idear, pero cuando se desea lo imposible, es lógico que el resultado sea la decepción. 
Oscar Wilde escribía: Cuando se desea algo se es infeliz, pero el que lo consigue lo es más. ¿Por qué? Tal vez porque nos echamos en cara no haber deseado más. O porque el algo deseado y alcanzado es tan vulgar como yo. O porque lo que vimos como ideal era algo que no podía saciar mi infinita necesidad de ser.     
Tener una persona a quien amar es más fácil. ¡Hay tantas! León Tolstoi decía: No hay más que una manera de felicidad: vivir para los demás. Sus obras El reino de Dios está en vosotros,  Anna Karénina, Guerra y paz, Últimas palabras han sido modelos de serenidad e inteligencia. En la última citada nos deja la fórmula: “que vivamos según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la tierra con nuestras propias manos”.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Buena Educación (5): Hombre-hombre.

Lao-Tze

Lao-Tzu (o Lao-Tze o Lao-Tzi, o …), con su sabiduría exacta aunque un poco enigmática, como casi todo lo chino, afirmaba que “Ser grande significa ir adelante. Ir adelante significa estar lejos. Estar lejos significa volver”. Todos queremos ser grandes. Es una de las necesidades fundamentales del hombre. Y si no llegamos a serlo, intentamos aparentarlo. Y al lanzarnos a ser los primeros, constatamos que sólo empezamos a serlo cuando comprendemos que tenemos que volver hasta el último lugar y mirar con ternura a los que caminan junto a nosotros, tal vez renqueando, poner al compás de su caminar nuestros pasos y los latidos de nuestro corazón.
Un profesional, aunque alcance a ser el primero de su profesión, si no es más que un profesional, es bien poca cosa. Lo que ante todo define al hombre ¿hará falta decirlo?, es la hombredad”. Son palabras de Ramón Pérez de Ayala. Y sigue: “Por su mucho saber, tal vez un hombre es útil a los demás hombres, como lo puede ser una máquina, y esto no siempre. Por su hombredad, el hombre se afirma hermano de otros hombres y, por ende, se hace amar de ellos fraternalmente”.
Ese debería ser el primer empeño de los que tenemos un hueco en este mundo apretado en que vivimos. Pero la competitividad, el logro, ser el primero... suelen exigir casi todas las energías de quien intenta abrirse paso. Y no quedan ya para el cometido más importante, casi determinante, de educar y educarse. Sin corazón, sin amor, nadie es hombre, nadie es ‘educado’.
Algo perecido y de modo más solemne escribía Ignacio Romero Raizábal: “La hombría es elegancia espiritual y alma maciza. Se consigue a muy alto precio. Constituye una adquisición ruinosa. Se adquiere y paga sólo a base de corazón, de voluntad y de sacrificio.
El hombre hombre es amable con los demás y tirano consigo mismo.
Cuando tiene un amago de tristeza el hombre hombre se sonríe por un acto reflejo.
Al hombre hombre no se le nota cuando le duele el estómago o el alma.
El hombre hombre es algo que son pocos, no quiere ser ninguno y todos dicen que lo sean.
El hombre hombre es un moderno caballero andante que ama la dignidad, odia la injusticia y desprecia la murmuración.
El hombre hombre necesita tener buen corazón, mala memoria, bastante entendimiento y muchísima voluntad”.
Menos mal si vivimos juzgándonos para examinar ese corazón del que nos van a juzgar cuando todo se haya hecho vida y verdad: “A la tarde de la vida nos juzgarán del amor”. Sólo del amor.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Buena Educación (2). Ver y mirar.

En la historia de los hombres hay figuras que pasan por modelos. Buenos o malos. Un modelo fue Caín. Estaba estrenando la vida y ya oía en su corazón: “... a tus puertas está el egoísmo acechándote como una fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”. Y él respondía a Dios, después de haber matado a Abel: “No sé dónde está. ¿Es que me toca a mí cuidar de mi hermano?”.Un poco descuidados debieron de estar Adán y Eva en la educación de este hijo mayor.
Así hablan todos los egoístas, es decir, todos los ‘maleducados’. No saben dónde están sus hermanos. Que no los ven, vamos. Y si no los ven, mal pueden preocuparse de ellos. Hacen verdad -  pero ¡de qué modo tan miserable y tan triste! - la afirmación de George Berkeley (¿recuerdas?) hace tres siglos: Esse est percipi. Existe lo que veo, en una traducción cómoda. Existimos porque Dios nos ve. Existen las cosas que percibimos. Y las personas. Podríamos pasarlo a nuestro lenguaje vulgar: “Lo que no me interesa ni lo veo ni existe”.
Bien educado es el que crece madurando como persona. “Crece madurando”. Porque cada paso de la vida nos hace madurar cuando, al caminar, no pisamos a ninguno de los que van junto a nosotros porque los vemos, y los respetamos y hasta los amamos.
Ser persona es ser para los demás. Y ser para los demás hasta dar la vida por ellos es la cima de la buena educación, porque es la cima del amor. Así hablaba Jesús, el ‘hombre perfecto’, el ‘Bieneducado’ en quien el Padre se complace. San Francisco de Sales, tan humano y tan divino, lo repetía con una metáfora: “La educación es la flor de la caridad”.
Lo podemos decir de otro modo. “El que no ama no puede ser ‘bieneducado’”. O viceversa: “El ‘maleducado’ lo es porque no ama”. Y en positivo. “El que ama de verdad ha llegado a la cima de su educación, de su madurez como hombre”. Y como cristiano.
¡Qué raro suena este consejo: “Sed esclavos unos de otros, pero por amor”! Ser esclavo es duro. Y, sin embargo, qué fácil es ser esclavo de sí mismo. Todos somos un poco (o un mucho) esclavos de nosotros mismos. Y eso que nos gusta, por encima de todo gusto, ser libres. Sólo el educado, el ‘bieneducado’, es libre. Liberarse es educarse. Y al revés.

lunes, 1 de agosto de 2011

Mi nombre.

Si te asomas al mapa de este mundo tan pequeño en el lugar en que crecen las ciudades en forma de palmeras tendidas en el mar, puedes ver un montón de islitas, muy cercanas unas a otras, en los Emiratos Árabes. 
Una de ellas, Al-Futaisi, es propiedad de un jeque, Hamad Bin Hamdan Al Nahyan. Y ha tenido el gusto de que su nombre (sólo HAMAD: todo no cabría) aparezca bien claro a los ojos del espectador. Espectador desde un satélite o espectador de alguna de las fotos hechas desde esos incansables vigilantes de la mañana. Las letras son canales excavados en la arena. Las dos primeras, HA, como bien puedes ver, son navegables porque están comunicadas con el mar. La superficie que ocupan las cinco letras de su nombre es de tres kilómetros cuadrados: 3 x 1 km2. 
El jeque tiene muchas cosas más. Pero para verlas (como son más pequeñas) debes hacer un viaje y llegarte hasta su museo-pirámide, donde lucen, por ejemplo, sus 200 automóviles, siempre a punto para ser contemplados.         
Es inexplicable la poca atención que prestamos a nuestro ego. No es que te proponga soluciones como la anterior. Pero sí que eches un vistazo a cómo te ves y te preocupes menos de cómo te ven. Cada uno de nosotros es la ejecución vital de un proyecto que viene de lo alto, queramos o no queramos, creamos o no creamos. Nuestros padres, primero, con todos los que han mariposeado alrededor de nuestra vida, y nosotros más tarde, hemos puesto las manos en esta pasta de la que está saliendo (¡esto nunca se acaba: siempre cabe seguir modelando!) la obra de arte que estamos destinados a ser. Nuestros padres nos ayudaron a comprender que éramos noble barro y contribuyeron acertadamente a modelar rasgos ejemplares. O nos hundieron porque nos dijeron que de aquel lodo no llegaría nunca a salir algo que mereciese la pena. Y se lo creímos. Pero, si hubiese sido así, estamos o hemos estado equivocados. Porque, en guardia para oír qué dicen los otros de nosotros, perdemos la oportunidad de vernos como somos. Y dejamos de continuar la silenciosa, inacabable, a veces dura y exigente, misteriosa, maravillosa tarea de labrarnos como el Creador de todas las cosas nos ha pensado.

miércoles, 8 de junio de 2011

Calígulas y Nerones.


Calígulas somos todos, al menos un poco. Como él pretendemos tener un asiento más ancho, aunque sea a costa de cargarnos a nuestro asociado en la vida, como hizo él con Tiberio Gemelo. Como él caemos de vez en cuando en crisis y, como él, salimos de ellas a veces un poco nublados. A los 25, y después de una grave enfermedad, ya sabía que era dios. Y nosotros estamos convencidos de que somos los reyes de nuestro hogar (mientras esperamos que llegue “lo otro”) desde que entendemos que ser rey significa poder hacer lo que nos da la real gana. Y nos ponemos hechos unos diablos, como Calígula (¡Cayo Julio César Augusto Germánico nada menos!) cuando alguien, como J. de Alejandría, se opuso a aceptar su divinidad. O intentamos erigir la estatua de nuestra indiscutible personalidad en lo más sagrado de las personas como intentó Calígula, por medio del procurador Herennio Capitón en el Templo de Jerusalén.
En enero del año 41 (tenía 29 años) un navajazo de los conspiradores dirigidos por Casio Querea acabó con su divinidad.
Y Nerones.
Suetonio, halagador, escribió unos veinte años más tarde que "Nerón nació exactamente cuando el sol salía, de modo que le tocaron sus rayos antes que la tierra". Y tal vez eso, o su infancia en casa de su tía Domicia Lépida, carente de afecto, torcida por sus “educadores”, un danzante y un barbero, sus ayas Eglogue y Alexandra, los mangoneadores griegos Aniceto y Berillo y el sacerdote egipcio Kerémone; llena de mentiras por miedo a su madre Agripina Julia Menor, le hacen modelarse como un adolescente adulado, violento, vicioso, dado a placeres, artista caprichoso, experto en música que tocaba la flauta, la gaita y otros instrumentos, al que le gustaba pintar, esculpir, cabalgar y, sobre todo, el circo, en el que era fan de los Verdes contra los Azules, Rojos y Blancos; que impone el culto al lujo y a los juegos como el sumo estilo de “su” Roma y que elimina a todos los que veía como opositores o embrollones contra su gusto o su poder, hasta a su propia madre.
Parece demasiado para los 31 años que vivió hasta su suicidio en el año 68. Mientras preparaban su incineración pudo exclamar: “Muero como un artista”. Pero es el retrato, en el desmán, de los muchos niños y adolescentes que crecen inexplicablemente en un engreimiento sin más razón que la de creerse dioses. Y que lo deben, nada menos, que a la “educación” que han recibido de sus padres.
Esta desviación de la conducta se da en las personas y en las instituciones y en las ideologías. Todos los que tratan de imponerse o eliminan al otro en nombre de la democracia que dicen encarnar, son personas con una mente escasa de luces, con un corazón sobrado de inquinas, dictadores que hacen de su propio juicio la regla a la que deben someterse todos y que, si no la aceptan, caen bajo la zarpa del “demócrata” dictador que los ha condenado a la exclusión o al exterminio.