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sábado, 20 de mayo de 2017

María Auxiliadora en Kawaguchi.

Kawaguchi, precioso lago casi a los pies del Monte Fuji, significa algo así como “Linda Boca”. O no. Pero tanto el monte como el lago son dos bellezas extraordinariamente espirituales que atrajeron a un grupo de 40 miembros de dos ADMA (Tokyo y Hamamtsu) del Japón en esta Primavera para un retiro espiritual.   
Como el grupo era casi universal (además de los japoneses había 9 brasileños, 5 peruanos y 2 filipinos), estaban con ellos, además del Director espiritual de la ADMA, don Ángel Hitoshi Yamanouchi, el Provincial, don Mario Michiaki Yamanouchi, el vietnamita don Dong Tan Hien, el portugués don Ambrosio da Silva y la Hija de María Auxiliadora Sor Teresita Matsumoto.
¿Hacía falta escribir tanto nombre inasequible para nuestra cómoda enunciación española? Pues precisamente, sí. Porque la intención al escribir estas líneas es la de subrayar cómo la Presencia viva de la Madre de todos los hombres, María, Madre del Hermano mayor de todos ellos, Jesús de Nazaret, y Auxiliadora de todos, atrae también en un lugar tan lejano, como en tantos y tantos lugares del mundo, a los miembros de una ADMA (Asociación De María Auxiliadora) querida por Don Bosco.     
Afortunadamente donde está la Madre acuden los hijos. Y tristemente sucede que cuando falta la Madre la familia se dispersa. 
A Mayo (en el hemisferio sur de América lo hacen desde el 8 de noviembre al 8 de Diciembre) lo llamamos el mes de María. Y no porque haya flores que podamos llevarle, sino porque ella es la Flor más hermosa que nunca deja de atraernos a sus brazos, con los que nos ofrece a su Hijo, para que la familia que somos siga siendo siempre y cada día más firmemente familia.
Durante el retiro de Kawaguchi se celebró la admisión de 23 nuevos miembros del grupo de Hamamatsu que pronunciaron la fórmula de compromiso y confirmaron el propósito de dar testimonio, como miembros de ADMA y como discípulos de Jesús, en la sociedad japonesa. Precioso ejemplo para cada uno de los que tenemos a María Auxiliadora como Madre de nuestras vidas. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Adviento.

Un viejo y buen amigo, padre de familia y rico de experiencias, me escribe en este Adviento con los sentimientos que florecen cuando se mira el mundo desde los brazos del Padre que nos ha regalado a su Hijo, al que ya no esperamos porque, afortunadamente ya está con nosotros. Usamos con demasiada insistencia en este Adviento de lo que llamamos Liturgia y de nuestra vida desesperanzada verbos y tiempos de los antiguos creyentes, de los perseguidos en la Historia, del Antiguo Testamento, para pedir a Dios lo que ya nos ha dado. Y, pidiendo que venga, puede suceder que pensemos tanto en nosotros mismos que no nos demos cuenta de que camina a nuestro lado. Puede suceder que seamos discípulos llorosos de Emaús, presuntuosos albaceas de un fracaso inesperado que no es ya el fracaso de un Profeta y de su profecía, sino del de quienes no hemos sabido comprender que lo que creímos profecía es ahora Vida, Vida en abundancia, Vida completa y definitiva porque es Vida divina que se nos ha dado en plenitud.
Escribe mi amigo:                     
“… Y yo que, sin saber de Dios ni de su enorme misterio, solo entiendo ya la vida bajo la luz de sus palabras; y yo que le negué y le escondí, y me avergoncé de su nombre y ahora sólo encuentro razón en el milagro de su ejemplo; y yo que le pedí lo imposible y ahora sólo le pido su mano tibia y su amor sin descanso; y yo que pequé y renegué de Él, vuelvo a Él como un cordero descarriado o un pájaro sin nido; y yo, que tanto bebí del árbol de la ciencia y que tanta fe puse en negar la exactitud de Su existencia...vuelvo ahora, ¡ahora!, a Él  como un niño fatigado a dormir en sus brazos...”.

“Estas palabras pueden hacer nacer esperanza, bondad y amor pues no son mías. Vienen del dolor con el que mi Padre me ha probado y al que no puedo fallar. Él no dio a su Hijo ni un día de descanso... ¿Quién soy yo para darme un mérito? Solo digo lo que me inspira su ejemplo. Y a propósito de Dios entiendo ahora el mundo y rechazo la razón. El vendrá a nosotros en poco tiempo. Vuelven la esperanza, la alegría y el gozo. Pero no debemos equivocarnos: la Pureza de María es la prueba de que estamos ante la Verdad límpida y el Hijo que nos dio la prueba exacta de que estamos ante un mensaje cierto. Cuando leo el Evangelio encuentro verdades que nadie ha podido explicar y cuando reflexiono sobre sus textos lo entiendo todo, todo lo que ningún hombre ha podido explicar. Solo soy un niño extasiado por algo que no entiendo, pero que me hace temblar de emoción...”.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Auxiliadora de Dios.


Gilbert Keith Chesterton fue, como es sabido, un fecundo escritor inglés que vivió desde 1874 hasta el 16 de Junio de 1936. Dentro de unos días se cumplen 76 años de su muerte. Un crítico literario le considera el mejor escritor del siglo XIX. ¿Por qué se le conoce tan poco?  Por ser, como otro crítico afirma, católico; aún más, por ser un converso. Ha habido siempre en la historia una “leyenda negra” de ataques que urden, sin más, los que se arrastran por las alcantarillas de la envidia. Todos la conocemos. Y otra, de silencios, que por ser fruto de mentes iluminadas, no es menos eficaz. Aunque igualmente decisiva.
La celebración católica de la solemnidad de María, Auxiliadora del hombre, nos lleva a mirar a aquel hombre que encontró en la santísima Virgen, Madre de Dios, la luz que le condujo y le acompañó desde su conversión hasta la muerte.    
Cuando explicaba por qué y cómo se había hecho católico refería: “Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable”.
Nos ceñimos hoy al primero de los casos: “En el primer caso - creo que se trataba de Horton y Hocking - se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.
No creo que sea presuntuoso traducir estas palabras de Chesterton con esta afirmación: “María es Auxiliadora de Dios”. Dios (que ama al hombre como sólo puede amar Dios; que respeta la libertad del hombre como sólo sabe respetar la libertad Dios) ama y respeta a una jovencita nazarena casadera (hasta poco antes una bogeret, como llamaban los judíos a las doncellas de esa edad) y le comunica un poco de un proyecto inimaginable para el hombre que Él tiene sobre el hombre: Que ella sea la madre de su propio Hijo. Y María dice que sí, porque es esclava de su voluntad, porque, por amar a Dios, encuentra su felicidad en construir con Él lo que sea y como sea por muy incomprensible que sea.    
Decimos tantas veces “Madre de Dios” que se nos ha ajado entre los labios ese precioso pétalo de asombro, admiración, agradecimiento, ternura y contemplación que usamos para invocar a la que, al convertirse en Madre de Dios, se convirtió también en Madre nuestra.
Sin vergüenza y sin debilidad debemos volver a tomar esa afirmación (¡Madre de Dios!) como un timón seguro de nuestra vida, un recurso para sentirnos superiores a cualquier ataque, un lazo de unión con Ella que refuerce nuestra ternura de hijos y nuestro orgullo de Familia.