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lunes, 15 de enero de 2018

Katisma: el descanso de la Virgen María.

Desde el comienzo de su vida, la Iglesia tuvo en cuenta sólo cuatro de los evangelios en que se escribieron la vida y las palabras de Jesús. Pero la lectura de algunos de los ingenuos relatos de otros, llamados apócrifos, despierta sentimientos de ternura y piedad.
En el capítulo tercero del llamado Evangelio de Santiago se lee: “José ensilló la asnilla e hizo que María se sentase en ella [...] Cuando estuvieron a tres millas de distancia, José se volvió y al verla triste se dijo: «Probablemente lo que lleva dentro la hace sentirse mal...». Y otra vez que se volvió José vio que reía. Entonces le dijo: «María, ¿qué es lo que tienes que veo tu rostro unas veces que ríe y otras sombrío?». Y dijo María a José: «Es porque veo con mis ojos dos pueblos: uno que llora y se golpea el pecho y el otro que se alegra y goza». Llegados a la mitad del camino, María le dijo. «Bájame de la asnilla, porque lo que está en mí aprieta y me obliga a dar a luz»”
Aquel lugar, a unos cinco kilómetro de Belén en el camino de esta ciudad a Jerusalén, fue honrado, siguiendo la tradición, por los cristianos desde los primeros tiempos. Una mujer devota de mitad del siglo V, Ikelia, levantó sobre la piedra en que, según la tradición, se había sentado María para descansar, una basílica. Se la llamó con el nombre griego de Katisma (asiento o lugar de descanso). Los árabes la llaman Bir-el-Quadismu, “Pozo del Descanso” o “Pozo de los Magos”.
Las excavaciones realizadas por  los judíos (dirigidas por Rina Avner) dieron a conocer una planta octogonal, en cuyo centro sobresale unos ocho centímetros del suelo una roca. Dos anillos de columnas rodean el octógono y hay, en forma de cruz, cuatro capillas. El conjunto mide cincuenta y dos metros de largo. 
Estos hechos revelan tanto la ternura con que los fieles seguían los pasos de María, como la mirada llena de compasión de ella hacia los hombres («Veo con mis ojos dos pueblos...») y la de aquellos primeros devotos a la Madre de Jesús, a la que sentían como una Madre sencilla y necesitada del mimo de sus hijos.
Un antiguo escritor decía a propósito de esta piedra, Katisma, y del descanso de María y del cansancio de Jesús: “... aun teniendo hambre, eres el pan de la vida, y teniendo sed, eres el refrigerio de los sedientos: eres río de incorruptibilidad. Y aun cuando te cansas recorriendo la tierra, caminas sin dificultad sobre las olas del mar. «Levántate, Señor, y ven a tu descanso tú y el arca de tu santificación»: evidentemente la Virgen, la Madre de Dios. Porque si tú eres la perla, con todo derecho ella es el cofre. Si tú eres el sol, necesariamente será llamada cielo la Virgen. Si tú eres la flor incontaminada, la Virgen será entonces planta de incorrupción, paraíso de inmortalidad”.
No es ahora distinto. Ella sigue colaborando, siempre Auxiliadora, en la obra de su Hijo. Camina entre nosotros, toma descanso con nuestro descanso, siente la presura de dar a luz, a la Luz, para rescatarnos de la tiniebla.

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Eya velar...!



De Gonzalo de Berceo son estos versos.
¡Eya velar, eya velar, eya velar!
Velat aljama de los judíos.
¡Eya velar!
Que non vos furten al Fijo de Dios.
¡Eya velar!
Ca furtárvoslo querrán.
Gonzalo de Berceo, riojano, se educó en el Monasterio “de arriba” (“de Suso” dice él) de San Millán de la Cogolla; fue diácono, preste, notario y poeta, después de haberse formado muy seriamente en los Estudios Generales de Palencia. Y con los versos anteriores parece que alertaba a los judíos a no dormirse junto al sepulcro de Cristo para que sus discípulos no pudiesen hurtar su cuerpo y proclamar su resurrección.
   ¿Y por qué sólo en Pascua? ¿Y por qué sólo alertar a los judíos y no a nosotros? 
   Hay muchas “navidades” en las que, por muchas causas, se ha hurtado el Cuerpo de Jesús recién nacido. Algunos lo han hecho por inercia: han ido quedando deslumbrados por el papel brillante con el que habían envuelto el misterio y se encuentran con que Navidad es confeti y espumillón. Otros lo han hecho con una intención bien definida: la de no sentir el ronroneo de la conciencia y llenar “los días felices”, “las felices fiestas”, de humo, de vapores y de sabores dulces o recios. A otros les ha sobrado siempre (o les ha ido sobrando poco a poco a golpe de emociones carnales) cualquier referencia a lo trascendente del mundo del espíritu; o han prescindido de esa ardua esfera de lo invisible que, parece, molesta porque exige ser menos animal. Algunos, ingenuos, han encontrado en la deformación de tradiciones seculares y venerables el alimento de sus fantasías, esperanzas, sueños e ilusiones: Magos, Papá Noel, Santa Claus o, simplemente, Santa, sin género ni caso.
   A los que hemos construido nuestra vida en la irrenunciable fe en el Amor de Dios hecho Hombre nos corresponde poner diques a la invasión, en nuestro pequeño o no tan pequeño mundo, de corrientes de vacíos, de ficciones y de cuentos.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Desconocido.



Atenas. Lugar del Areópago (Colina de Ares)

El precioso libro de los Hechos de los apóstoles nos presenta a uno de ellos, Pablo, queriendo dirigir la atención de sus más o menos oyentes en el Areópago de Atenas hacia el Dios desconocido cuyo altar acababa de ver. Pero su fuego de enamorado chocaba contra la frialdad del pensamiento de los atenienses y su ciencia inigualable tendía como destino a las mentes pobladas por los chismes y las algaradas del Olimpo.
Aquel dios desconocido era, según parece, el que sin duda estaba, pero no se manifestaba, en el lugar en que se detuvo una oveja de las que, sueltas por Epiménides, indicaban al detenerse junto a uno de los muchos altares de la ciudad,  a qué dios se le debía sacrificar para acabar con la plaga que los asolaba. Así lo cuenta Diógenes Laercio.
Sin plaga ya y sin el nombre de aquel dios, a los sabios de Atenas, les sonaba a chino la argumentación de Pablo. Y el pobre apóstol se sintió tan decepcionado por la sordera de la filosofía, que abandonó aquella ilustre capital del saber.     
¿Qué haría Pablo en esta Colina de Ares nuestra, llena de altares a los dioses bien conocidos del Éxito, el Placer, el Dinero, el Premio, el Enchufe, la Recomendación, la Zancadilla, el Trofeo, el Egoísmo, la Celebridad, la Fama, la Importancia… si la voz del que recomienda el Sacrificio, la Generosidad, el Altruismo, el Trabajo, la Renuncia, el Perdón, el Amor, la Cruz … como camino seguro hacia la Grandeza, queda apagada  por nuestra sordera y se pretende matar al que nos la dirige?   
Si tenemos que construir una ciudad en la que no nos perdamos porque todas las calles nos lleven a la muerte, debemos despertarnos del letargo del Olimpo moderno y grabar en el alma de los que nos quieren el dulce nombre de Jesús, el Dios desconocido.  

lunes, 25 de junio de 2012

Sembrar amor.


Juan Cervera Sanchís, de Lora del Río, que sueña a Sevilla  con los ojos abiertos en su México acogedor, decía de sí hace poco más de un año, que es 
el último poeta,
que rima flor con amor,
que rima vuelo con cielo,
y cuna con luna rima
y poesía con fantasía.

Me repito a mí mismo muchas veces (y me hace bien hacerlo) otros versos que escribió hace medio siglo:
Ando sembrando
amor
por los caminos.
Por donde paso
o sueño
que he pasado,
o he de pasar,
o acaso nunca pase,
ando sembrando
amor
mientras me muero

Y me hace bien repetírmelos porque es un proyecto (sin vista atrás, breve, resuelto) de muerte por los otros. Y cuesta tanto morir amando a los otros o simplemente amar (si es que amar no supone irremediablemente morir), que necesito al menos saber el camino que debo hacer aun sin hacerlo.
Sembrar amor parece un disparate. Porque lo que nos gusta es cosechar. Pero sembrarlo mientras muero, sin esperar que al menos una brizna de vida brote de mi siembra, parece un suicidio sin herederos. Y sin embargo el poeta necesitaba sembrar mientras caminaba porque morir así era su meta. Y sembrar por caminos reales o soñados, presentes o futuros, pisados o no más que deseados, es una avasalladora profesión de vida.
Y no es que el poeta – pienso – sienta tener que morir porque ama. No es que sepa que si ama se hace alieno, se hace de “otros”. Es que está seguro de que sólo será de verdad si deja de ser porque se ha dado todo en forma de amor.
Cuando se vive en mundo en el que el yo lo quiere todo, es muy difícil aceptar como amigo, como amigo de verdad que compromete nuestra existencia, a Jesús que en todos los caminos de Galilea ensayó esa siembra de amor y en Sión acabó de sembrar porque amó hasta entregarse todo.

domingo, 10 de junio de 2012

¿Somos virutas?


Teófanes el Recluso (1815-1894), también conocido como Teófanes el Eremita, es un santo de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Su nombre era Gueórgui Vasílievich Góvorov. Y, como su padre, fue también sacerdote. Había sido antes hieromonje en el monasterio de Petcherky con el nombre de Teófanes. Fue obispo durante doce años, pero sintió nostalgia de su tiempo de monje y se retiró hasta su muerte al eremitorio de Vysha. Nos puede hacer bien meditar esta dura afirmación que hizo sobre el hombre: La mayor parte de los hombres son como virutas enroscadas alrededor del propio vacío.
Como es una reflexión de hondo calado a lo mejor nos resbala por la funda de nuestra honorable mente. Pero si la tomamos y la aplicamos con una pizca de valentía y sinceridad a nuestro enhiesto yo, puede que nos ayude a descubrir su verdad.     
¿No nos hemos sorprendido alguna vez mirándonos al espejo de lo que dicen de nosotros para aparecer como nos gusta que nos vean, aunque nos parezcamos muy poco a esa imagen del espejo de la fama? ¿No nos echamos a cuestas el ropón de la importancia porque nos cuesta descubrirnos sin importancia delante de los que nos miran a fondo?
Los cristianos tenemos en el misterio de la Eucaristía el antídoto contra ese raquitismo de virutas vacías. La fiesta del Corpus, a punto de celebrarse, no es una reliquia del pasado o un ejercicio devoto de fe. Es el fruto del amor de Quien vivió entre nosotros y ahora vive en nosotros para liberarnos de la corteza del propio yo y llenarnos de la grandeza de la entrega.
El mundo está enfermo de egoísmo. Se alimenta de egoísmos. Construye egoísmos. Hubo un grandioso dibujante, Giovanni Battista Piranesi, en el corazón del siglo XVIII, que tomaba el esquema de un viejo y suntuoso palacio clásico y lo convertía en un instrumento de tortura para sus imposibles habitantes.
Estamos haciendo la locura de que el ejemplo de la entrega total que realizó Jesús de Galilea nos parezca que es algo ajeno a ese instinto de encerrarnos en nosotros mismos, como la viruta de Teófanes y de asfixiarnos en nuestras propias y atormentadoras salas vacías y dominadas por el narcisismo. Está Cristo aquí, a nuestro lado, para convencernos de que vale la pena ser hombres capaces de amar y de que el engaño de querer proteger nuestra pobre existencia nos lleva a vivir abrazados a la nada.

viernes, 6 de abril de 2012

Hermano herido (J. Arregui)


Tomamos este texto del blog de José Arregui. Una buena lectura para una tarde de Viernes Santo... ¡Qué aproveche! (texto completo: clic aquí).

Va por el hermano herido. Va por ti, padre o madre sin trabajo al borde del suicidio, joven en paro y sin futuro (¡un joven sin futuro!, terrible confusión de mundo y de lenguaje). Va por ti, muchacha violada o mutilada en tu carne y en tu alma, anciano abandonado con la sonrisa ya perdida. Y por vosotros, todos los amores traicionados. Va por ti, pobre niño soldado doblemente pobre, y vosotras, muchedumbres hambrientas que los grandes poderes asesinan cada día sin rastro de mala conciencia, sin que nadie pida perdón ni exija reparación. Dejadme que bese todas vuestras lágrimas, pues son la esencia más sagrada de esta tierra herida.
Va por ti, Jesús de Nazaret, Hermano Herido. Déjanos sumarnos hoy a esa confusa multitud de Jerusalén que te aclama con sus palmas de olivo o de laurel, con su voz rasgada o su silencio desnudo, con su ira contenida o su esperanza incierta. Ellos con todas sus heridas, y todos nosotros con las nuestras. Tú eras entonces joven y fuerte, Jesús. Eras tierno y valeroso. Parecías intacto en tu cuerpo y en tu alma, pero ninguna herida te era ajena. Eras como aquel buen samaritano de tu parábola, que los sacerdotes y los levitas del templo a quienes habías ofendido con ella, y muchos escribas a quienes habías provocado, te la tenían guardada.
Tus ojos. Tus ojos lo habían observado todo muy de cerca: la desesperación de los campesinos despojados de sus tierras, la miseria de los pescadores del rico lago de Galilea, el desaliento de los jornaleros esperando en la plaza de las aldeas, la humillación de las mujeres, el llanto de los niños (¡qué tsunami el llanto de un niño!), la dictadura de los impuestos, el yugo de las deudas impagables, la desdicha de los leprosos a las afueras de todo, el dolor de los enfermos al borde de los caminos. Y la prepotencia del prefecto romano, la sombría altivez del Sumo Sacerdote, la codicia de los terratenientes, los abusos de los soldados. Y la dureza implacable de los justos sin bondad. Y la sangre derramada de los animales y el dinero sustraído a los pobres que sostenían el templo. Así era aquel mundo en que viviste, tan semejante al nuestro, y tus ojos lo vieron todo, junto con la belleza de los campos, el vuelo de los pájaros y el brillo de los ojos.
Tu corazón. Tu corazón sensible y fuerte, tu corazón palpitante. Donde había alegría, te alegrabas. Donde había pasión, padecías sin desmoronarte. Nunca te evadiste, nunca diste un rodeo para no encontrarte con el herido del camino. Tuviste compasión de la gente hambrienta, del ciego de Jericó, del leproso impuro. ¡Gracias, Jesús, en su nombre y en el nuestro! No te imagino como un hombre perfecto, pero eras compasivo. Y nunca temiste ser contaminado por los leprosos y los “pecadores”, tal vez porque no eras perfecto. Pero ¿qué perfección necesita este mundo si no es la dulce compasión con todo lo imperfecto y con todo lo herido? ¡Gracias, Jesús, por ser como fuiste!