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lunes, 4 de diciembre de 2017

Todos somos Uno.

Elías Taberlet soñó siempre con tener un rebaño de ovejas y convertirse en dueño y pastor de ellas. Decía: "Comencé a acercarme al campo desde niño, cuando tenía seis años. Iba al campo con mi padrino y quedaba fascinado por el contacto con la naturaleza y con los animales. Después pensé que aquella pasión podía convertirse en trabajo. Mi familia me regaló una oveja cada uno: una la abuela, otra el padrino, otra mis padres... un regalo que fue un punto de partida para mi futuro”.
Esto sucedía hace pocos meses en Posada, en el Nordeste de Cerdeña.
No ha de extrañar el nombre del pueblo de Elías si en Cerdeña se encuentran pueblos,  lugares y ciudades que se llaman Cabras, Vallermosa, Iglesias, Teulada, Torres, Arenas, Palmas, Piscinas… (¡la historia!).
Y sucedió que una noche le robaron a Elías las ovejas. Se conoció el hecho y la tristeza de Elías, de 17 años. Y se organizó lo que llaman en aquel lugar una ”sa paradura”, “un gesto de solidaridad de la Cerdeña rural – como se lee en la crónica periodística de los hechos -: cada miembro de la comunidad regala una pieza.  Elías dice: “Ahora tengo 80; no olvidaré nunca esta generosidad”.
“Elías Taberlet – sigo copiando del periódico - se siente todavía un poco incrédulo, porque no pensaba que su historia iba a hacer tanto ruido. En cambio la aventura de este muchacho sardo, de Posada, que quiere ser pastor, se ha hecho famosa. Tanto por la joven edad de Elías, que tiene 17 años, como por lo que la historia supone, un símbolo de generosidad y de amistad.
 "No pensé en renunciar, pero estaba muy desilusionado…eran el regalo de mis parientes y la base de mi profesión".
Elías no quería que se conociese el hecho, pero el padrino envió una carta al diario “La nuova Sardegna” describiendo la tristeza del muchacho y lo que las ovejas suponían para él.
Se abrió un torrente de solidaridad en la que estuvo activa la web. Laura Laccabadora en Facebook propuso regalar algún animal al muchacho... “Tengo dos cabras: se las puedo regalar” “Yo no tengo animales pero le compro uno”. Y el grupo sardo Istentales organizó para Elías "sa Paradura", como se ha dicho.
“Ha sido emocionante; no dejaré nunca de pensar en lo que han hecho por mí”.

martes, 6 de junio de 2017

Ébano y Marfil.

Margaret Patrick y Ruth Eisenberg coincidieron en la primavera de 1993 en el mismo Centro Geriátrico de Nueva Jersey casi con la misma edad y con el mismo mal, un derrame cerebral con inmovilidad de una mano, una de la derecha y la otra de la izquierda. Una era blanca y la otra negra y ambas habían sido concertistas de piano.
Millie McHugh era mucho más que un trabajador en aquel Centro. Era una mente privilegiada y un corazón ardiente. Y con aquella mente y aquel corazón se convirtió para Ruth y Margaret en un ángel bienhechor: Y les propuso tocar juntas. Las dos manos sanas, una blanca y otra negra, iban a deslizarse sobre el ébano y el marfil del teclado en una conjunción perfecta.
Ruth preguntó a Margaret: ¿Sabes el Vals en re bemol de Chopin? Y ellas mismas, Ébano y Marfil, como el teclado, fundieron su arte como melodía y acompañamiento en un concierto musical en televisión, iglesias, escuelas, centros de rehabilitación y residencias geriátricas. Pero los que admiraban aquella sinergia musical admiraron igualmente el precioso enlace de almas en un mismo acto de amor al arte, a la belleza y a la fusión de personas.
¿Nos vale? Debe valernos. Cuántas veces la defensa de nuestra independencia en juicios, resoluciones y ejecuciones ha dado al traste con proyectos mejores que los que individualmente hemos sido capaces de llevar adelante. Cuántas veces eso que llamamos orgullo, amor propio, libertad nos ha atado y hecho más pequeños y producido menos luz porque nuestra cabezonería infantil nos ha detenido a la mitad de un camino gozoso.

viernes, 5 de mayo de 2017

Biárbol: el valor de la diferencia.

Casorzo es un pueblo de la provincia de Asti (ya sabes: Piamonte, Italia). Ese árbol que ahí ves está en Casorzo y es un árbol muy especial: un cerezo ha nacido sobre un moral. Lo llaman con toda razón bialbero, biárbol (No es el único caso. En el parque natural de Plitvice, en Croacia, cuentan, la pareja la han formado un abeto y un melocotonero).
Se supone que un pájaro dejó caer el hueso de una cereza en el moral de modo que pudo alimentarse de la planta que lo había acogido  y ahondar sus raíces hasta alcanzar el suelo. Cada uno crece a su ritmo, se poda a los dos en el momento oportuno y crecen de modo que el cerezo, de cinco metros, da su fruto a su tiempo. El lugar es tan acogedor e inspirador que los viñadores de la zona lo han adoptado. Y bajo sus ramas celebran, con el malvasía del lugar, la llegada de la Primavera y el solsticio de Verano.
Se lee que Quinto Horacio Flaco, del siglo I aC, después de sus estudios en Roma y Atenas, probó las armas como tribuno a favor de la República. Perdió en Filipos pero, amnistiado, regresó a Roma. Conoció en Nápoles a Publio Virgilio Marón al que en su oda primera (3,8) lo define como mitad de su alma (“animae meae dimidium”). Ha habido en la Historia (en la gran Historia de los grandes y en la no menos grande Historia de los humildes) muchos casos de auténtica identificación de mentes y afecto. Los mejores, los que se dan (¡y se dan!) entre padre e hijo y maestro y discípulo. Pero para ello hace falta que, sin que ninguno de los dos pierda nada de su identidad, sientan ambos el calor amigo de la acogida, el valor de la diferencia y la capacidad de juzgarla, apreciarla y adoptarla en la medida oportuna para que cada uno de los dos siga siendo él mismo enriquecido con el encanto del otro.

sábado, 10 de enero de 2015

Yo rey?

Piotr Ilich Tchaikovsky estrenó su obra “Cascanueces” el 17 de diciembre de 1892 en San Petersburgo. La historia narrada por el sublime músico y el ballet de Lev Ivanov venía de lejos: el libro de cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann “El Cascanueces y el Rey de los ratones” de 1816 y, más de cerca, de la  adaptación de Alejandro Dumas padre: Drosselmeier, el mago de las marionetas, lleva, la tarde de Navidad, a los niños de la familia Shtalbaun sus muñecos con los que juegan. Pasado algún tiempo se llevan los muñecos. Después de atender a luces y regalos Clara y Fritz vuelven a pedir a Drosselmeier que haga vivir a sus marionetas. Como ya no están en casa, les presenta un cascanueces que Clara rompe porque le resulta antipático. Cuando, cansada, se duerme sueña lo que todos conocéis.
Me ha venido este recuerdo al recibir un correo de esos que hacen pensar: en el taller de un imaginero discuten sus instrumentos de trabajo quién debe ser el presidente de la democracia que desean: se ofrece el martillo al que desechan porque es duro, golpea siempre y mete mucho ruido; le sigue el tornillo pero no lo ven bien, porque se pasa la vida dando vueltas, hurgando y metiéndose en lo hondo de las vidas; prueba la lija y la rechazan porque es áspera y monótona y muerde sutilmente; cree valer el metro ya que es el valedor de las medidas correctas, pero le dicen que es extremoso, demasiado exigente y un poco estirado y engreído…
Empieza su jornada el artista y logra rematar el precioso juego de ajedrez que puebla con sus galanas figuras el tablero de sus vidas. Feliz él y felices los instrumentos que declaran la necesidad de que el martillo sea fuerte para afianzar la seguridad de los trabajos, la tenacidad del tornillo para sujetar lo que pudiera desmandarse, el toque definitivo de la lija que logra para las figuras la tersura de sus superficies, la precisión del metro que todo lo conduce hacia su justa medida.

Y andamos nosotros, Claras de nuestros sueños y Martillos y Compañía de nuestras ambiciones, desechando a quien de verdad puede dar sentido, belleza, orden y  capacidad de servicio y entrega  a nuestras vidas. ¿Nos cuesta mucho desear, admitir, recibir y colaborar la condición que nos es tan necesaria para aunar y dar sentido y fruto a nuestras vidas?

martes, 4 de noviembre de 2014

Sam Van Aken.

Un huertecito del estado de Nueva York, a punto de desaparecer, se ha convertido, según cuentan los periódicos, en el escaparate de un prodigio. En la foto anterior se puede contemplar uno de los dieciséis árboles, fruto de una impensable iniciativa. Sam Van Aken, profesor de la Syracuse University y, sin duda, también poeta, soñador, artista, decidido y emprendedor, lo adoptó hace seis años, y en uno de sus árboles frutales hizo cuarenta injertos de otros tantos árboles de frutos de hueso. Albaricoques, melocotones, almendras, nectarinas, cerezas, ciruelas… y así hasta cuarenta frutos diferentes, son ahora testigos de algo que nos puede servir de reflexión y ejemplo.  Y en primavera del gozoso premio a una decisión como la de Sam.
Parece que el injerto es cosa antigua: de los chinos hace cuatro mil años. Plinio el Viejo (23-79 dC), es decir, Gaius Plinius Secundus, dos milenios después, describía el injerto de púa. Nuestro ilustre Gabriel Alonso de Herrera (1513) en su Agricultura General (tomo IV) se refería con amplitud a este noble campo de los cultivos. Y tres siglos más tarde el francés André Thouin (1821) habla nada menos que de 1.119 tipos de injertos.
Basta el enunciado de los hechos para que broten espontáneas algunas reflexiones. Me limito a dos. ¿Cuál fue la semilla que en el pensamiento de Sam le llevó a emprender el camino que le ha conducido hasta aquí? ¿En qué medida cuentan la imaginación, la decisión, la tenacidad para ello? ¿Cuánto tiempo, intentos, fracasos, vueltas a empezar… hicieron falta para llegar a un final tan asombroso? Y (esto es lo que nos importa más): ¿En qué medida y de qué modos fomentamos, en nuestro serio cometido de educadores, el afán no solo por saber, sino especialmente por emular, por imaginar, por conseguir, por luchar, por innovar, por crear, por esforzarse, por sentir que siempre hay un más y un más allá que conquistar…?    
El triunfo de Sam parece un retrato del triunfo de la unidad de los Estados Unidos de América. Es el resultado de querer ser lo que se es, buscar una tierra nueva para poder serlo, aceptar la carestía, los sueños, el esfuerzo hasta la violencia (no siempre las cosas se hacen bien), el sudor, la conquista, la aceptación de todos y la identificación de todos en una nación que no tiene nombre propio, salvo el del injerto que le ha dado vida.

Hay naciones (aparentemente consolidadas desde hace siglos) en las que la diferencia, el distanciamiento, la envidias, el asqueroso egoísmo, la trapacería, las zancadillas son fruto y retrato del alma de sus habitantes. Habitantes en los que llevar la contraria, ladrar, morder parecen ser necesidades sin las que es imposible mantener a flote la propia dignidad y prestancia.

jueves, 5 de julio de 2012

¿Al revés?


Para los que ya hace mucho tiempo que aprendieron cómo se porta el río Okavango y para los que no han caído en ello, me permito decirlo aquí.
Es un río grande, muy largo, como casi todo en África, de casi mil seiscientos kilómetros, que nace en Angola con el nombre de Cubango y que en la época de las grandes lluvias se crece, crece y se convierte en un milagro. Porque yo creo que el Okavango, como todo en África, tiene alma. Alma de río, claro, pero alma y grande. Cuando ya es adolescente atraviesa Namibia, como Kavango, regándola, y llega adulto a Botsuana, donde, ya Okavango, se entrega para formar lo que dice su nombre: ríos con grandes peces. Los racionalistas dicen que el río mantiene ese curso porque no tiene más remedio, porque lo aprisionan dos fallas geológicas que no le dejan hacer lo que hacen todos los ríos: echar su vida al mar. Pero yo creo que lo hace porque no quiere perderse en el infinito de los océanos, sino convertirse en fuente de vida, en forma de un inmenso delta lleno de vida en el más inmenso desierto de Kalahari (gran sed) de 700.000 km2. Llega a bañar este impresionante río algún año, en su crecida, hasta 22.000 km2. Y allí se consumen sus aguas hasta la nueva crecida.
Acuden, además de miles de aves, elefantes, búfalos, hipopótamos, jirafas, cebras, leopardos, cocodrilos, rinocerontes y… leones nadadores. Nadadores porque, si no, los antílopes y los impalas se les escaparían por el agua.
¿Moraleja? Muy simple, pero puede valer. ¿Ser distinto es malo? ¿No ser como los demás demuestra soberbia? ¿Es necesario seguir la moda para sobrevivir? ¿Investigan y descubren los que caminan en pelotón o los que se adentran en solitario tierra adentro? ¿Acudir con las manos llenas y abiertas donde hay necesidad nos empobrece?   

sábado, 30 de junio de 2012

Budapest.


Corona, espada y mundo (San Esteban: año 1000)

Toda persona que viaja o quiere viajar sabe que Budapest es la capital de Hungría. Y aunque parezca que una ciudad puede decirnos poco para alentar nuestro intento de mejorar el mundo (este pequeño mundo que se nos ha confiado), vamos a ello.  
Hasta 1873 Budapest no era Budapest. Había una ciudad llamada Buda en la orilla derecha del gran Danubio. Que todas las mañanas saludaba desde lejos y por encima de las aguas del río azul a otra ciudad de la margen izquierda que se llamaba Pest.  Y se gustaban tanto que aquel año decidieron convertirse en una sola y preciosa ciudad, la “perla del Danubio”.
Esa es la primera lección. No es la única ciudad que la da: por ejemplo, Nueva York con el Hudson, se hizo una cuando, en 1898, Brooklyn se unió a Manhattan… Y desde mucho antes (¡en 330!) Constantinopla, a pesar del Cuerno de Oro y del Bósforo, es una sola ciudad. Y nosotros, ¡a la gresca de la división!, ¡a la pesca de mi parcelita!
Parece que el nombre de Buda, en antiquísima lengua local, significa (con mucha razón: basta asomarse al Danubio)”agua”. Y Pest, en eslavo, es “horno”. ¡Qué buen consorcio: agua y fuego!
Y esa es la segunda buena lección: la vecindad de los extremos no es necesariamente un mal. La cercanía de la Fuerza y la Ternura engendra amor. Basta ver de qué modo el Sol y el Mar provocan juntos el choque y la quietud vitales de la playa.   
La tercera puede tomarse en la contemplación de su historia. Budapest (Óbuda) fue primero celta, después romana (Aquincum), deshecha por los vándalos, ocupada por los mongoles, convertida por algún tiempo en suya por los otomanos, siguió siendo magyar en su corazón. San Esteban, su primer rey, le dio un alma que pudo volar por encima de los avatares de casi mil años para que sea hoy un modelo de libertad, laboriosidad,  arte, cultura, equilibrio y sensatez.

viernes, 8 de julio de 2011

Estentor


Paris ofrece la manzana de oro a Elena. Y se arma la de Troya.
Cuenta Homero en la Ilíada que cuando la diosa Hera, “la de los níveos brazos”, quiso hacerse oír de los pobladores de Troya, a falta de mejor megafonía, le pidió al heraldo Estentor que le prestase su voz. Y así se hizo. Porque este Estentor (o Esténtor), además de poder prestar a una diosa su voz, tenía tal potencia en ella que, como puntualiza el mismo Homero, equivalía a las de cincuenta hombres juntos.
¡Qué cosas pasaban cuando había un cantor como Homero que, como fiel y agudo observador, era perfecto cronista de la historia y de sus hombres y se fijaba en ellos para poder legarnos la admiración por sus cualidades sin que se perdiese ningún detalle! ¡Qué buen corresponsal habría sido hoy para determinadas revistas llamadas del corazón!
Aquella voz ha quedado sólo, que yo sepa, como medida sobresaliente de la capacidad de hacerse oír. No ya de elevarse sobre las altas murallas de la ciudad sitiada. Ni para que Laocoonte, según contaba después Virgilio, se hiciese oír de los troyanos y desconfiasen del célebre regalo en forma de caballo de madera.
Basta pasear por una ciudad sin prisas para oír (tratando sin éxito de no escuchar) a una muchacha que habla con una amiga que lleva o tiene al lado. Su voz alcanza la altura de gritos estentóreos. No sólo la amiga (a no ser que los gritos sean la agresión a una enemiga capturada), sino todos los que se cruzan o pasan delante participan del tema de la conversación. La sospecha de que son sordas desaparece cuando el volumen de voz baja y parece que la comunicación se mantiene. Se piensa en ese caso que es el enfado el que añade énfasis a la voz. Pero tampoco, porque no se detecta que se estén en una situación de tensión.           
Un estudio detenido del hecho lleva a la conclusión de que la mujer necesita que se la oiga porque sospecha o sabe que no se la escucha. Y a falta de argumentos o de atractivos, percibe que lo que dice ha perdido interés o no lo tiene en absoluto y lo grita.
Debe creerse el resultado de la investigación del profesor Michael Hunter, de la Universidad de Sheffield. Pudo precisar con un sistema de resonancias magnéticas la reacción del cerebro estimulado por diferentes impulsos vocales.
Notó, por ejemplo, ¡pásmense ustedes!, que el sonido que emite la mujer al hablar necesita toda el área auditiva del cerebro. La voz de los hombres, en cambio, actúan sólo sobre el área del hipotálamo, conocida como «el ojo» del cerebro.
De ahí deriva la dificultad del hombre para prolongar una conversación con una mujer.
Dice Hunter: «A diferencia de la voz masculina, las mujeres tienen una voz natural melódica con una mayor complejidad de sonidos». Y nosotros podemos añadir: ”Añádanle, además, la potencia de Esténtor”.