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sábado, 10 de enero de 2015

Yo rey?

Piotr Ilich Tchaikovsky estrenó su obra “Cascanueces” el 17 de diciembre de 1892 en San Petersburgo. La historia narrada por el sublime músico y el ballet de Lev Ivanov venía de lejos: el libro de cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann “El Cascanueces y el Rey de los ratones” de 1816 y, más de cerca, de la  adaptación de Alejandro Dumas padre: Drosselmeier, el mago de las marionetas, lleva, la tarde de Navidad, a los niños de la familia Shtalbaun sus muñecos con los que juegan. Pasado algún tiempo se llevan los muñecos. Después de atender a luces y regalos Clara y Fritz vuelven a pedir a Drosselmeier que haga vivir a sus marionetas. Como ya no están en casa, les presenta un cascanueces que Clara rompe porque le resulta antipático. Cuando, cansada, se duerme sueña lo que todos conocéis.
Me ha venido este recuerdo al recibir un correo de esos que hacen pensar: en el taller de un imaginero discuten sus instrumentos de trabajo quién debe ser el presidente de la democracia que desean: se ofrece el martillo al que desechan porque es duro, golpea siempre y mete mucho ruido; le sigue el tornillo pero no lo ven bien, porque se pasa la vida dando vueltas, hurgando y metiéndose en lo hondo de las vidas; prueba la lija y la rechazan porque es áspera y monótona y muerde sutilmente; cree valer el metro ya que es el valedor de las medidas correctas, pero le dicen que es extremoso, demasiado exigente y un poco estirado y engreído…
Empieza su jornada el artista y logra rematar el precioso juego de ajedrez que puebla con sus galanas figuras el tablero de sus vidas. Feliz él y felices los instrumentos que declaran la necesidad de que el martillo sea fuerte para afianzar la seguridad de los trabajos, la tenacidad del tornillo para sujetar lo que pudiera desmandarse, el toque definitivo de la lija que logra para las figuras la tersura de sus superficies, la precisión del metro que todo lo conduce hacia su justa medida.

Y andamos nosotros, Claras de nuestros sueños y Martillos y Compañía de nuestras ambiciones, desechando a quien de verdad puede dar sentido, belleza, orden y  capacidad de servicio y entrega  a nuestras vidas. ¿Nos cuesta mucho desear, admitir, recibir y colaborar la condición que nos es tan necesaria para aunar y dar sentido y fruto a nuestras vidas?

domingo, 17 de febrero de 2013

Anelosimus.



Anelosimus es un género de araña identificado como tal por Eugène Simon desde 1891 en Venezuela. Llaman la atención estas arañas por su capacidad social. Viven en zonas tropicales. Algunas especies que viven por encima de ese cinturón parecen solitarias. La mayor parte, en cambio (las analyticus, andasibe, arizona, baeza, biglebowski, chickeringi, chonganicus, crassipes, decaryi, dialeucon, domingo, dubiosus, dubius, tipo, elegans,  ethicus, exiguus, eximius, fraternus, guacamayos, inhandava,  iwawakiensis, jabaquara, jucundus, kohi, linda, lorenzo, puede, misiones, pantanal, puravida, tungurahua, vondrona… ¡qué nombres!), que pululan en el aire de México, Perú, Brasil, China, Japón, Islas Ryukyu, Panamá, Ecuador, Argentina, Corea, Japón, Malasia, Madagascar, Kenia, Costa Rica, Jamaica, Brasil… forman una red (¡auténtica tela de araña!) que mide muchos metros y que sostiene a miles de estos animalitos en el aire. Sin duda las habéis visto en algún documental de ciencias. 
Pero a nosotros pueden interesarnos para nuestra reflexión, además del recuerdo de estos animales, estas dos referencias. Simon (1848-1924), nacido en París, dedicó su vida al estudio de los arácnidos y los crustáceos. A los dieciséis años escribió el primero de sus 328 estudios, Historia natural de los arácnidos. Y legó al Museo de Historia Natural de París la clasificación de 26.000 arácnidos. Había viajado apasionadamente por todo el mundo. No fue precisamente un vago.
Y esa es la primera reflexión de estímulo para nuestros vagos y “mareantes”, los muchos jóvenes que marean a sus padres estudiando, si acaso, para aprobar, quejosos de la exigencia de sus desesperados maestros, soñando con un viernes por la tarde que no acabe nunca.
Y la segunda es la que nos ofrecen los muchos anelosymus que se alían para compartir la vida, que se unen para construir una misma casa, que se sostienen porque para ellos “el grupo” (tan grande a veces) no es un puro refugio para mecerse y descansar, sino la realización conjunta de un proyecto de existencia.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Leontopium (3).



La edelweiss no es lo que parece. Parece una gran flor, pero es (son) varias pequeñas flores abrazadas entre sí para vencer a la adversidad. Los grandes pétalos, blancos cubiertos de suave pelusa, son en realidad brácteas, fuertes estructuras que mantienen en pie el conjunto floral. Y el centro de amarillo plural, es un grupo de las verdaderas flores que se necesitan, se abrazan y se defienden.

Y esa es una tercera lección que nos da la Edelweiss. El apoyo mutuo es en la Naturaleza, tanto de animales como de  vegetales, una conducta constante admirable. ¡Cuántas veces lo hemos admirado y envidiado! Y debería serlo en la especie humana. Y, sin embargo, la aglomeración, en la forma más común, nace muchas veces de la necesidad de atacar con éxito. O de defenderse de los semejantes sometiéndose a ellos. Me uno al cabecilla para que no me atice. Es decir, sintiéndome débil, me hago más débil y así no sucumbo. Y con ello ya he sucumbido. Conservo la vida, pero no el honor.

Dejando aparte esa actitud de capitulación, deberíamos copiar la razón por la que la Edelweiss se acomuna. Que es (permitidme que a flor tan bella le atribuya una actitud tan noble) el amor. Es una flor “social”: no puede, no sabe, no quiere vivir en solitario. Se necesita a sí misma. No teme perder su identidad aunque resigne su retraimiento, aunque parezca renunciar a su soledad. No es, en realidad, lo que es si no vive en el racimo que la hace ser grande y fuerte porque vive unida a las demás. ¡Ojalá el hombre aprendiese de ella esa virtud tan excelente como es la de la fraternidad! ¡Ojalá el estado de alianza del corazón le hiciese padre e hijo de sus hermanos!

viernes, 28 de septiembre de 2012

Ubuntu.



Casualmente he recibido juntos dos correos de los que os doy parte si no lo conocieseis. Uno de ellos presenta el desarrollo de una carrera (en una país asiático, (tal vez la India) de niños con anomalías en sus piernas o en sus pies. En medio de la cerrera uno de ellos cae y deja oír su voz de dolor. Todos los demás se detienen y acuden a ayudar al amigo. Le levantan, se toman por los hombros y llegan todos juntos a la meta.
Copio la presentación del otro: Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y les dijo que aquel que llegara primero, ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.
Cuando les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar, le respondieron: -"UBUNTU" (¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz, si todos los demás están tristes?").
¿Sólo los niños, sólo los pobres, sólo los lisiados entienden que vivir juntos, luchar juntos, sufrir juntos, ganar juntos, correr juntos, llegar juntos… es un signo de nobleza? ¿Por qué alimento yo tan cobarde y duramente el espíritu de competición, de hundir al contrario en la derrota, de lucir la corona o la medalla de mi triunfo?     
Y, sin embargo, se tiene le triste impresión de que la organización de la vida actual en las personas, en las familias, en las instituciones, en la política, en las empresas, en el mercado, en las relaciones internacionales está estructurada en la contraposición, no en la colaboración.
Desde niños en casa, niños en la escuela, adolescentes en la calle, jóvenes en el trabajo y en la universidad parece que son muchos los que se entrenan (o los entrenan) para llevar la contraria en la adultez. ¿Es envidia?, ¿incapacidad?, ¿ganas de enredar?, ¿alianza con el violencia?, ¿ceguera para todo lo que no sea malo?, ¿amargura de corazón?