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sábado, 12 de agosto de 2017

Yasuní: la cara oculta de la realidad.

El Parque Nacional Yasuní, en lo más al Este de El Ecuador, a 270 kilómetros de Quito y a unos 300 de Cuenca, es la mayor y asombrosa reserva natural de especies de toda la Tierra sobre un millón de hectáreas. Allí viven “desde siempre” los indígenas kichwa, waorani y shuar. No es fácil llegar, porque hay limitaciones oficiales, inteligentes y necesarias, ante el riesgo de su deterioro. Los expertos afirman que encierra más de un millón de especies, animales y vegetales, de las que el 80 por ciento se sigue sin conocer y clasificar. Si en el mundo hay unos nueve millones de especies, es admirable conocer que en el Yasuní está el diez por ciento de esa riqueza natural y que el 80 por ciento de sus especies no tiene todavía nombre científico. Kelly Swing, director de la Estación de Biodiversidad Tiputini que lleva estudiando aquel mundo desde hace casi treinta años, es uno de los treinta investigadores-autores del libro «Los secretos del Yasuní» (345 páginas de textos, fotos y mapas) que ha aparecido recientemente.
¿Me he detenido alguna vez a proyectar (ya que no a escribir) el libro de la vida de mis hijos, de este y aquel alumno, de algunos de mis educandos? Convivo horas con ellos y desconozco lo más hondo, lo más rico, lo más misterioso y tal vez más necesitado  de su corazón? ¿Por qué? Aventuro alguna respuesta que, supongo, me puede hacer pensar dónde estoy, qué hago, qué me falta.
“Me da miedo”. “No sabría”. “No me toca a mí”. “No tengo derecho a hurgar en su vida”. “No quiero comprometerme”. “Ya habrá otros que lo hagan”. ¿Y después?...
Por mi parte, dado que me ocupa y preocupa esa posible distancia entre el artista y su obra de arte, se me ocurre un camino posible, grato y gratificante: la amistad. Una amistad sincera, respetuosa, confiada, generosa, cercana, constante, desinteresada… llena de aprecio, de disponibilidad, de auténtico y reverente afecto.

jueves, 6 de abril de 2017

CFBDSIR J214947.2 y el conocimiento de los jóvenes.

Ese es el nombre y esta la figura, en recreación bienintencionada, de un cuerpo extraño que flota en el espacio. Los astrónomos, que saben de astros, no saben si es una estrella un poco rara o un planeta joven y solitario que se ha desprendido de su debido lugar y vaga por el espacio. Tampoco excluyen que sea una enana marrón, de masa baja o de alta densidad metálica. Lo descubrieron en 2012 y andan pensando en ello, desde entonces, relativamente despistados, porque el análisis espectroscópico da que hay en ella (o él) metano y agua.
La universidad francesa Grenoble Alpes supuso en un momento inicial que formaba parte del conjunto llamado AB Doradus de unas treinta estrellas que parecen caminar juntas a su aire por el espacio. Pero AB Doradus es mucho más joven, de entre 50 y 120 millones de años, que nuestra (o nuestro) CFBDSIR J214947.2-040308.9.
Me he referido a este cuerpo atípico con un poco de zumba por dos razones: porque no conozco ese mundo que nos contempla desde tan lejos; y, porque al enterarme de la actitud de justificado despiste de los estudiosos ante este querido cuerpo celestial, lo he comparado con el conocimiento que a veces tenemos de nuestros muchachos.
Creemos conocerlos, sabemos lo que les decimos, quedamos satisfechos porque nuestro criterio nos parece acertado, oportuno y eficaz. Pero hay veces (o muchas veces o siempre) en que no sabemos si nos escuchan, no sabemos lo que piensan al oírnos, no sabemos si lo que les decimos les vale para algo y si lo que piensan despierta en ellos reacciones de rechazo, aunque, como es natural, prefieran dejarnos en la ignorancia sobre ello. 
¿Dónde está el fallo? Para mi respetuoso parecer, falla el diálogo. Diálogo que, como es fácil comprender, no es una sucesión de dimes y diretes. Un diálogo constructivo se da, pienso, cuando hay sintonía afectiva entre él y yo. Sólo si me quiere, si me aprecia, si soy algo para él en la alta nube de la estima, habrá comunicación. Que no consistirá siempre en darme la razón, pero sí y siempre en tenerme como el compañero de camino en el que puede confiar, al que se puede recurrir, y cuyo hombro puede servirle siempre de fiel y cálido descanso.

lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Amigos?



Hay palabras (de las que subrayo ahora amor y amigo) que se usan como un pañuelo. Pueden ser el leve cofre de un delicioso perfume, un signo de alianza desplegado en el aire, el tapón con el que queremos impedir que se nos escape la vida de una persona que es parte de la nuestra, un dócil instrumento con el que sacudimos el polvo y hasta el recipiente temporal de algo que no queremos que se vea ni se toque ni se huela.  
Decimos amigo cuando en realidad estamos tantas veces refiriéndonos a amiguitos, a amiguetes, a amigotes… A nuestro alrededor, tan intensamente denso como lo hace el círculo angustioso de los medios llamados de comunicación, aparecen con profusión esas figuras. El interés, el miedo, la pura y sucia simpatía, la necesidad de contar con respaldo para nuestras aventuras, la afinidad de gustos y tantas otras dimensiones de la precariedad de nuestra personalidad, nos hacen recurrir a la larga fila de rodrigones  a los que mal llamamos amigos.
Abu Muhammad 'ali Ibn Hazm nació en Córdoba el año 994 entre los clamores de las victorias de Almanzor, y murió contando ya setenta años, en su casa de campo Manta Lisham (Montíjar hoy, en Huelva) la tarde de un domingo, cansado de la política y del engaño y después de haber pensado y escrito sobre teología, filosofía, historia, política…
En el capítulo XVII (Sobre el amigo favorable) de su libro juvenil El collar de la paloma nos explica lo que él considera encomiable en la amistad: 
Entre las cosas que son de desear en amor, es una que Dios Honrado y Poderoso conceda al hombre un buen amigo, de amables palabras y grande ánimo, que sepa cómo tomar las cosas y cómo salir de ellas, de claro entendimiento y lengua aguda, reposado y muy entendido, poco dado a llevar la contraria y mucho a ayudar, colmado de paciencia, indulgente con las importunidades, aunado con su amigo, buen cumplidor de los juramentos de la amistad, razonable en amoldarse a las cosas, de natural loable, incapaz de injusticia, presto a la asistencia, aborrecedor de todo desabrimiento, fácil de abordar, desprovisto de perversidad, de ideas sutiles, sabedor de las debilidades humanas, de buenas costumbres, de ilustre cuna, guardador del secreto, muy piadoso, de veras leal, libre de traición, de alma generosa, de fina sensibilidad, de intención notoria, de moderación evidente, de temperamento constante, pródigo en dar consejos, de afecto acreditado, fácil de convencer, de rectas creencias, de lenguaje sincero, de espíritu vivo, de natural casto, de brazos abiertos y holgado pecho, revestido de tolerancia, amigo de los puros afectos e incapaz de desvío”.

viernes, 20 de julio de 2012

Peri Em Heru.


El serio investigador alemán Karl Richard Lepsius llamó en 1842 Libro de los muertos al conjunto de oraciones, fórmulas o sortilegios con que los egipcios ayudaban a sus muertos a hacer la gran travesía hasta el Aaru o mundo del Sol. Lo hacían desde el Imperio Antiguo, hace casi cinco mil años. Aunque el estilo de las invocaciones fue variando y mejorando con el paso del tiempo.
Ya en el Imperio Nuevo (pongamos hacia los años 2.500, cuando Keops, Kefrén y Mikerinos - o Jufu, Jafra y Menkaura, como les gustaba llamarlos a sus paisanos, abuelo, padre e hijo - se hicieron las célebres pirámides en Guiza) las invocaciones estaban consolidadas, aunque no había quien las entendiera.          
Y los saqueadores de tumbas dieron el nombre de Kitab al-Mayitun (que significa "Libro del difunto") a los papiros que hallaron junto a las momias. O Lepsius copió a los profanadores o éstos oyeron a Lepsius. Porque el verdadero título de tal literatura, como dicen los que entienden de ese mundo sugestivo y misterioso, sencillo y complicado, sombrío y luminoso de la interminable vida de los egipcios, es el de rw nw prt m hrw. O, con mayor brevedad y más vocales, peri em heru. Es decir, más o menos: Palabras para salir a través de la luz. Que es un modo de explicar con más esperanza de qué se trata.   
Comprende las oraciones de marcha hacia la necrópolis con himno al Sol y a Osiris. La “salida al día” con el triunfo sobre los enemigos. La toma de  diversas apariencias para disimular, el uso de la barca solar para conocer algunos misterios. Regreso a la tumba. Juicio ante el tribunal de Osiris. Textos de glorificación del muerto para diferentes fechas y celebraciones, servicio de las ofrendas, preservación de la momia por los amuletos.
Alabanza a Osiris y, finalmente, el capítulo mas impresionante con el que dejamos al paciente lector que ha llegado hasta aquí:
"Fórmula para entrar en la sala de las dos Maat". El difunto se presenta ante el tribunal de Osiris. Se pesa su corazón (conciencia y moralidad).
“Fórmula para impedir que el corazón del difunto N. se oponga a él mismo en el Más Allá”: Que diga (el difunto, al llegar a la Sala de Maat, donde habrá de ser juzgado en presencia de Osiris, la divinidad del Inframundo):
“¡Oh mi corazón (proveniente) de mi madre, oh mi corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mi existencia terrenal! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, ante los Señores de los bienes! ¡No digáis a propósito de mí: “Hizo aquello, en verdad” con respecto a lo que hice; no os levantéis contra mí delante del Gran Dios, Señor del Occidente!
¡Salve a ti, corazón mío! ¡Salve a ti, víscera de mi corazón! ¡Salve a vosotras, entrañas mías! ¡Salve a vosotros, dioses preeminentes, portadores de majestuosos penachos, cuyo poder radica en vuestros cetros! Anunciadme a Re, recomendadme a Nehebkau cuando llegue al Occidente del cielo”.

martes, 24 de abril de 2012

Se la mata.


El verso completo, casi final (porque añade ¡arriba, corazón!) de la poesía, casi un soneto, de Gregorio Marañón que trascribimos, es: “Si la pena no muere se la mata”. Y, si no recuerdo mal, era el lema de su exlibris en los muchos y densos libros de su biblioteca.
Arriba, corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.
Otras horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.
Espera siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.
Con tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!

El capítulo 11 de la segunda parte del Quijote se abre, ¿recordáis?, rebosando de la pena del Caballero al comprobar la maldad del encantador que había convertido a su princesa Dulcinea en aldeana. Pero entonces Sancho, que no sólo escuchaba, como nos dice magistralmente Doré en este grabado, sino que pensaba (¡y cómo pensaba!) y se expresaba, le dijo a su señor: “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias...”.
Y otro sabio, el bufón Don Galán, del Águila de Blasón de don Ramón del Valle-Inclán, le ilumina el camino al caballero don Juan Manuel Montenegro: El que está triste siempre/ lo está demasiado. E insiste (cuando le oye a don Juan Manuel explicar: Siento como si un gusano me royese el corazón): Es el pensamiento: un cuervo loco que por veces húyese de la cabeza y se esconde en el pecho.
Y Claudio, aquel rey impostor y alevoso, que robó a su hermano Hamlet el trono y el lecho, le decía a su sobrino: Las lágrimas que lloran con exceso una muerte son un poco saliva contra Dios.
Son tan sensatas y equilibradas estas reflexiones de un pensador, un rey, un escudero y un bufón, que bastan para robustecer la convicción de que nuestro pecho no debe albergar la nostalgia que se fragua y se revuelve en la cabeza.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Una cadena al pie...


… Cuando llevaron a Luis Versiglia a estudiar al Oratorio de Valdocco, en 1885, con doce años, iba con la ilusión de prepararse allí para ingresar en la escuela de Veterinaria de Turín. Decidió volverse a su casa cuando vio que en el Oratorio no había más caballos (su pasión) que uno viejo, el del panadero, que acarreaba cada mañana el pan que tantos sudores costaban a Don Bosco. Pero la madre logró disuadirlo.
Empezó a descubrir un aire especial que se respiraba en aquella casa y quedó prendado del ideal misionero cuando el 11 de marzo de 1888 (hacía dos meses que había muerto Don Bosco) le impresionó la actitud de uno de los ocho misioneros que en la Basílica de María Auxiliadora celebraban la salida de su expedición. 
Dieciocho años más tarde (17 de enero de 1906) era él el que guiaba la primera expedición misionera salesiana a China. En realidad aquellos seis primeros misioneros iban a Portugal, porque Macao, lugar de su destino, pertenecía a esta nación. Habían estudiado portugués, inglés, francés y chino.
El 10 de octubre de 1911 estalla la revolución china: China es una república. Y se acaban las coletas.
Las residencias salesianas (orfanatos) son ya cuatro en 1912: Heung-Chow,  Ngan-hang, Sheung-tchao y Shek-ki. ¡A que suenan bien!
Pero el azote de la guerra civil endurece la vida, sobre todo de la gente pobre. Y mueve el corazón de los salesianos dedicados a atenderla.
Versiglia habla de Dios y de Jesús a los enfermos del lazareto de Wan-chai donde están los enfermos de la peste bubónica. Los tienen atados por el tobillo con una cadena al catre para que el delirio no los haga levantarse y huir.
Habla con una niña de doce años a la que había bautizado. - ¿Entonces ahora soy hija de Dios? ¿La cadena no me impedirá ir hasta Él?
Y a nosotros nos basta esta pregunta ingenua y sublime para que esta noche durmamos en los brazos de Dios.