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sábado, 27 de abril de 2019

El Galán del verde Gabán (3/3).


Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida y entretenimientos del hidalgo; y, pareciéndole buena y santa y que quien la hacía debía de hacer milagros, se arrojó del rucio, y con gran priesa le fue a asir del estribo derecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchas veces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó: 
-¿Qué hacéis, hermano? ¿Qué besos son éstos? 
-Déjenme besar -respondió Sancho-, porque me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida. 
-No soy santo -respondió el hidalgo-, sino gran pecador; vos sí, hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo muestra. 
Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo sacado a plaza la risa de la profunda malencolía de su amo y causado nueva admiración a don Diego. Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y buenos hijos. 
-Yo, señor don Quijote -respondió el hidalgo-, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años: los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega; y, cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria. 
A todo lo cual respondió don Quijote:
- Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y, aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee.

domingo, 7 de abril de 2019

El Galán del verde Gabán (2/3).

Calló en diciendo esto don Quijote, y el de lo verde, según se tardaba en responderle, parecía que no acertaba a hacerlo; pero de allí a buen espacio le dijo: 
 -Acertastes, señor caballero, a conocer por mi suspensión mi deseo; pero no habéis acertado a quitarme la maravilla que en mí causa el haberos visto; que, puesto que, como vos, señor, decís, que el saber ya quién sois me lo podría quitar, no ha sido así; antes, agora que lo sé, quedo más suspenso y maravillado. ¿Cómo y es posible que hay hoy caballeros andantes en el mundo, y que hay historias impresas de verdaderas caballerías? No me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare doncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos, y no lo creyera si en vuesa merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, que con esa historia, que vuesa merced dice que está impresa, de sus altas y verdaderas caballerías, se habrán puesto en olvido las innumerables de los fingidos caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas costumbres y tan en perjuicio y descrédito de las buenas historias. 

 -Hay mucho que decir -respondió don Quijote- en razón de si son fingidas, o no, las historias de los andantes caballeros. 
 -Pues, ¿hay quien dude -respondió el Verde- que no son falsas las tales historias? 
 -Yo lo dudo -respondió don Quijote-, y quédese esto aquí; que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas. 
 Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán: 
 -Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia infinita de Dios nuestro Señor. 

jueves, 28 de marzo de 2019

El Galán del verde Gabán (1/3).


Es tan rica y expresiva esta larga reflexión de Cervantes que atribuye al sabio caballero del verde gabán, que vale la pena escucharle en tres veces que volvemos a ella: Va aquí la PRIMERA PARTE:

En estas razones estaban cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta, asimismo de morado y verde. Traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. Cuando llegó a ellos, el caminante los saludó cortésmente, y, picando a la yegua, se pasaba de largo; pero don Quijote le dijo: 
- Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos. 
- En verdad -respondió el de la yegua- que no me pasara tan de largo, si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo. 
- Bien puede, señor -respondió a esta sazón Sancho-, bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. Digo otra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere; que, aunque se la den entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la arrostre. 
Detuvo la rienda el caminante, admirándose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndole hombre de chapa. La edad mostraba ser de cincuenta años; las canas, pocas, y el rostro, aguileño; la vista, entre alegre y grave; finalmente, en el traje y apostura daba a entender ser hombre de buenas prendas. 
Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha el de lo verde fue que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto jamás: admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura: figura y retrato no visto por luengos tiempos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y, como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino, diciéndole: 
- Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero destos que dicen las gentes  que a sus aventuras van. 
Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé mi regalo, y entreguéme en los brazos de la Fortuna, que me llevasen donde más fuese servida. Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo. Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia. Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo que yo soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste Figura; y, puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza, ni este escudo, ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, os podrá admirar de aquí adelante, habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago. 

domingo, 3 de marzo de 2019

Sagunto: ¡Arrasado!


Tito Livio, el eminente escritor-historiador de Roma recordaba dos siglos más tarde (Historias XXI,7,1) acerca del año 219 aC: Mientras preparan y consultan sobre ella, Sagunto ya estaba arrasada.
Recordaba que el general Aníbal Barca había sitiado la ciudad, había luchado contra sus defensores (¡y habitantes!) ocho meses y, por fin, la había conquistado y arrasado totalmente.
Abreviando a Tito Livio se solía decir “dum Romae consulitur” (mientras en Roma se discute) que nos viene bien tener presente para nuestra vida de cada día veinte o veintitrés siglos después.          
Todos hemos sido testigos pacientes o actores impacientes de discusiones que no conducen a nada. De ellas sacamos algunas conclusiones como éstas. “Con fulano no se puede discutir. Siempre quiere salir con la suya…” . “Fulanita es inaguantable… Parece que habla solo para discutir”.
Discutir significa originariamente, como se sabe, sacudir. Hoy se usa con el deseo de que se convierta en discernir, separar lo cierto de lo incierto, reparar y obtener de los aspectos del tema que se trata la verdad para concretar una salida beneficiosa, práctica.
Pero hay personas que lo que necesitan es tomar la acción del verbo en su origen y convierten una conversación en una sacudida continua.
Ignoran tal vez que conversar es verter en común lo que se piensa, se desea o se pide y en vez de diálogo, que significa algo así como el ejercicio de ofrecer y regalar palabras que reflejen el calor del propio espíritu y no el asedio saguntino que logre arrasar al que se tiene, no como amigo, sino como contrincante. 

martes, 26 de febrero de 2019

Un precioso caballo dorado.


Los romanos no pudieron hacer de las tierras habitadas por las tribus germánicas una nueva provincia romana. La historia nos recuerda, por ejemplo, que, al intentar crear esa deseada provincia al Norte y Este del Rin, los romanos perdieron quince mil hombres en la batalla de las selvas de Teotoburgo el año 9 dC. Esto les hizo resignarse y establecer una red de fuertes que, durante tres siglos, fueron la frontera Norte de su Imperio.
En el de Waldgirmes, cerca de Frankfurt, un labrador encontró hace muy pocos años, en el fondo de un pozo, la preciosa cabeza que vemos arriba. Era de un caballo de bronce bañado en oro. Pesa 13 kilos y se valoró en casi dos millones de dólares.   
Aquel hallazgo provocó, como es natural, una intensa campaña de búsqueda por parte de la Comisión romano-germánica del Instituto arqueológico germánico. El fuerte había albergado, además de los espacios dedicados a los soldados, talleres de cerámica y madera, y estaba dotado de tuberías de plomo para el agua corriente.  
¿De qué nos sirven noticias como estas? Se me ocurren varias lecciones. Por ejemplo: la cabezonería no debe ser nunca la fuerza que me mueve. Y  cuántas veces lo es: por amor propio, por capricho, por llevar la contraria, por no dar el brazo a torcer, por quedar bien…! 
Otra lección que me puede resultar positiva es la de dar atractivo, belleza, un cierto aire de frivolidad o alivio a deberes penosos que no hay más remedio que asumir. Alternar el esfuerzo y la distensión puede ser una actitud sabia y buena compañera en el viaje de la vida y de sus obligaciones.           
Lo pasado no ha dejado de haber sucedido. Que el pasado me importe, y de él o en él me valga, o me recree es un sano ejercicio de distinción, juicio crítico, aprendizaje, escarmiento, estímulo, maduración del ejercicio de mi discernimiento y de mis opciones. Y sobre todo (y esta es la intención de estas pobres líneas), todo ello un buen servicio en la escuela para el crecimiento de la personalidad de mis jóvenes compañeros de camino.     

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Graffiti: escritura para perdurar.


O, más sencillo todavía, grafiti. El mundo y la historia están llenos de grafitis. En cada trozo de pared o tapia, valla o superficie disponible aparecen cada mañana las firmas sin forma de artistas (o destructores de la belleza y de las buenas formas)  que gustan de expresarse “en público”.  
Tal vez interesen más los que la arqueología saca al aire en Pompeya porque nos traen bocanadas de vidas sacrificadas por el Vesubio hace dos mil años. O las proezas de Banksy, originales, maestras, sugeridoras y acusadoras a veces. 
Pero es menos conocido que en Israel hayan ido apareciendo hasta 13.000 grafitis en más de 10 idiomas, como  nos da a conocer el profesor Jonathan J. Price, Presidente del Departamento de Lenguas Clásicas de la Universidad de Tell Aviv. Prepara la publicación de los mismos un equipo de expertos internacionales que facilitarán dar a conocer  se puedan conocer estos breves testimonios de vida, casi un testamento, de  once siglos (entre el siglo IV aC. y el VII dC).
El doctor Price nos ayuda a comprender algo muy interesante: “Los grafiti antiguos se escribían para que perdurasen. No eran bromas escatológicas en un lavabo, sino que a menudo eran epitafios escritos a mano con pintura en una pared, o grabado con un clavo, o mensajes para el futuro".
Nos cuesta entender que un leve gesto, una palabra que se nos escapa, un grito de dolor o en petición de ayuda, perduran en el tiempo. Sopesar una palabra que nos avergüenza haber dicho o recordar una sonrisa que alivió un apuro de alguien cercano o borró la mala impresión o el dolor que pudo producir en el que nos escuchaba son una buena lección que debemos ofrecer a los que educamos.

sábado, 27 de octubre de 2018

La Pietà: belleza entre el cielo y la tierra.


En el verano de 1498 firmó Miguel Ángel Buonarroti con el cardenal del título de San Dionisio, Jean Bilhères de Lagraulas, benedictino y embajador del rey Carlos VIII de Francia ante la Santa Sede, un contrato cuyo precioso fruto ha llegado hasta nosotros: la admirable imagen de la Pietà del Vaticano. El joven artista tenía poco más de veintidós años y acababa de llegar a Roma. 1500 iba a ser Año Santo y el cardenal deseaba que la imagen estuviese ya con esa ocasión en su destino, la capilla de Santa Petronila, necrópolis de las personalidades francesas fallecidas en Roma, cercana a la primera Basílica de San Pedro, la construida por Constantino.
El pago seria de 450 ducados de oro y el tiempo de entrega, un año. 
Miguel Ángel empezó su obra viajando a Massa Carrara para escoger en persona el bloque de mármol blanco que convirtió en una preciosa obra de piedad y de arte. Él mismo escogió la mole y la acompañó en su traslado a Roma.
Hoy se admira y se venera en la primera capilla a la derecha de la entrada donde fue trasladada casi 250 años más tarde (1749) en la actual Basílica de San Pedro.
Giovanni Papini, aquel enérgico –casi violento- converso, defensor de la Verdad y admirador de la Belleza, escribía de este precioso regalo para la fe y la devoción: "... es el cadáver de un Dios asesinado y el dolor de una madre, cuya belleza es la hermosura casta de una mujer joven, pero tan pura que parece el reflejo de un mundo que no es aún el Cielo, pero que ya no es la Tierra".
La contemplación del arte nos conduce casi siempre a admirar la capacidad que tiene el hombre de pasar a una tela o a un bloque de piedra los rasgos de la belleza y la grandeza que admira en su derredor.   
Pero para un creyente es mucho más. Por encima del dominio que el hombre tenga de copiar la belleza con la que nos gozamos en el arte, está la grandeza de Dios, que nos ama infinitamente y nos deja admirar los rasgos visibles de su presencia amorosa invisible en la vida de nuestros hermanos los hombres: los santos, los asesinados por odio, incomprensión, rechazo y envidia; los pobres incapaces de salir de su condición; los huérfanos de padres y madres; los padres y madres huérfanos de hijos.  

domingo, 2 de septiembre de 2018

Los honderos o dar el blanco.


Los honderos baleares fueron buenos mercenarios en los ejércitos cartagineses y romanos que ganaban o perdían batallas (¡es un decir para los demasiado chinches!) en el encuentro o en el cuerpo a cuerpo. Porque no había balas.
Los honderos las ganaban a distancia. Iban en primera fila y, como David ante Goliat, con un solo disparo (de una de las tres hondas que llevaban en la cabeza, la cintura y la mano) eliminaban a un enemigo, con otra piedra (o una pieza de plomo de 200 gramos) a otro... Y así diezmaban la vanguardia, que era  lo más selecto del ejército enemigo.  
En la guerra de griegos contra cartagineses a finales del siglo V, en el ejército de AmílcarAsdrúbal y Aníbal (recuerda: Cannas, primero – derrota - y Zama más tarde - desquite) estuvieron destrozando escudos y corazas y… desconcertando al enemigo. O perforando, desde la costa, el casco de madera de los barcos hostiles o sospechosos.  
Se entrenaban desde niños, como sabes. Y debían acertar en su puntería si querían comer.
A veces serpea entre nuestras prácticas educativas una que suele ser complacer para que nos quieran o nos dejen en paz. A la larga lo que logramos es que nos declaren la guerra (esa guerra insidiosa de la desestima o el desquite solapado que tanta tristeza y desolación produce). El ejercicio de la paternidad nunca se realiza con el ejercicio del paternalismo. Autoridad es la calidad del que acompaña en el crecer, en madurar, en acompañar al hijo o al “pupilo” para que vaya siendo él mismo y lo sea sabiamente.
Dar de comer gratis no es el camino. Ayudar a entender que el premio de la amistad, de la cercanía, del triunfo sobre la propia limitación no es un regalo, sino una meta que se alcanza cuando se ha crecido en puntería, en fuerza y en constancia animado por la mirada exigente, estimulante y llena de aprecio y cariño del que lo quiere ver de verdad convertido en un buen luchador.

sábado, 18 de agosto de 2018

Juanelos: una historia de trabajo y entrega.


Quien se adentra en los terrenos del Valle de los Caídos descubre, al llegar al llamado Soto de la Solana y a unos seis kilómetros del Monumento, cuatro enormes columnas de granito de Orgaz, llevados a este lugar en el otoño de 1953.  
Proceden del proyecto de Juanelo Turriano para elevar agua desde el río Tajo a Toledo según deseo de nuestro Carlos V.
Ya antes de Turriano, en 1528, el Emperador había hecho venir a Toledo a un ingeniero flamenco, criado del conde de Nassau, según narra el luminoso cronista Francisco de Pisa: “... subió el agua desde los primeros molinos de junto a este puente de Alcántara hasta el Alcázar”. Pero el Tajo, celoso, se llevó, en un enfado, todo el ingenio.
Fue Felipe II quien, según nos cuenta Luis Hurtado de Toledo, párroco de San Vicente, en 1576 vio realizado el deseo de su padre: “Debajo del Alcázar sube un miraculoso y estupendo edificio que el subtilísimo Juanelo Turriano de Cremona, príncipe de la arquitectura y servicio de su majestad, con ocho órdenes de caños de metal, cuatro en cada escalera, los cuales semovientes y laborantes arrojan dentro de dicho Alcázar dos caños del grueso de un real de a ocho cada caño, y estos andan y trabajan de día y de noche porque su movedor  es el mismo río, con unas ruedas y artificio casi sobrenatural...”.
Estos hechos, lejanos e irrepetibles, nos hablan del empeño, el tesón, el estudio, el esfuerzo, la colaboración, el recurso... que ennoblecen a tantos grandes personajes de nuestra fecunda historia. Y nos invitan a que, aun sin programar quedar en ella como personajes ilustres, hayamos vertido la luz de nuestro entusiasmo como grandes, medianos o humildes creadores de una honrosa historia de trabajo y entrega.  

lunes, 13 de agosto de 2018

Petulancia o el no saber pedir.


Pet, en la cuna de nuestra lengua, el indoeuropeo (según dicen los que son capaces de decir estas cosas tan sublimes y acertar), encerraba el significado o sentido de volar, lanzarse hacia, precipitarse sobre o en… De pet vino petere, que es, por ejemplo, pero no solo, dirigirse a otro generalmente para pedir. Y cuando petere se hizo canalla resultó petulare. Y petulantes eran los inaguantables pedigüeños en la pobre-rica Roma, las prostitutas en la misma Roma virtuosa y vil. Y petulantes son hoy todos los que inoportuna, extemporánea, irracionalmente… exigen. No piden, que es verbo racional, oportuno, comedido, a la medida del trato entre personas que razonan. Ellos petulan.    
Demos una vuelta por el inverosímil mundo (inverosímil: “que no se parece en nada a lo verdadero”, es decir a lo correcto, lo  conveniente, lo sensato) en que nos movemos: en la familia, en la llamada sociedad, en el mercadeo de la Política, en las instituciones, en las naciones y en sus conventículos y advertiremos cuánto hay de petulancia, de exigencia, de violencia sutil o palmaria en sus actuaciones.
Esto, que suena tanto a política, puede trasladarse sin reparo al precioso mundo de nuestra preciosa misión de educar. ¡Cuánto hay de petulancia donde no se ha enseñado a pedir! La insolencia no es arma de los fuertes. Los fuertes tienen armas que hacen reflexionar, callar, ordenar, dar. Los débiles se sienten movidos por lo que creen que remueve a los otros: el fingimiento, la exageración, las quejas, los llantos, los mimos, la mentira, y un pretendido paso a la concesión.
¿Qué hacer? Conducirnos a sentir que conversar es un noble ejercicio de convivir. Y que, como decía Quinto Horacio Flaco a su amigo, y casi preceptor, Publio Virgilio Marón, mi otro debiera ser siempre "dimidium animae meae", mitad de mi alma: ¿quién no ama la mitad de lo que es? Y educar en consecuencia.

domingo, 29 de julio de 2018

El pasado... para qué me vale?


Don Claudio Sánchez Albornoz hizo su entrada en la Real Academia de la Historia el 28 de febrero de 1926 con un discurso que tituló Estampas de la vida en León durante el siglo X. Ahora sigue estando a nuestro alcance con el título Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Lo leí con el placer especial de sumergirme en el pasado.
“Circulan por León –se empieza a leer en la página 50- monedas del pueblo hispano-musulmán, con que comercia el reino y a la par las viejas piezas galicanas o romanas que alza el arado de la tierra a cada paso. Mas no bastan los dirhemes de Córdoba, los sueldos de Galicia ni los viejos denarios, y aunque con frecuencia se acude al trueque directo de objetos por objetos, como no es éste siempre suficiente y los reyes leoneses no acuñan numerario, fuerza es admitir en los pagos todo trozo de plata y pesar la moneda, para igualar de algún modo los diversos instrumentos de cambio”.
Nos hace saber, por ejemplo, que un asno se vendía por cuatro sueldos, una yegua vieja por quince, un galnape (o cobertor) por cuatro, un modio de trigo por uno, una saya carmesí por treinta…  
Naturalmente lo que me cautivó no fue la cotización de la vida el año 1.000 en León, sino la vida misma en León en el año 1.000, mostrada a través de un instrumento tan vívido como son las costumbres y usos de aquello que ha pasado.
Me hace esto pensar que hoy el interés y el valor de ese pasado no ocupan lugar en nuestra mente, en nuestros sentimientos, entre los “instrumentos” de nuestra labor de formadores del futuro. Se me ocurre que del pasado, en general y casi solo, tomamos ciertos hechos que nos animan a criticarlos. Y, sin embargo, en nuestra curiosidad por acercarnos a tantas cosas, el mundo grandioso del pasado (grandioso por sus errores, por sus esfuerzos, por sus carencias, por sus victorias, por su crueldad algunas veces, por su ternura otras muchas) no nos sirve de apoyo para afinar la sensibilidad de los que van a construir el futuro pero que, al mismo tiempo, son inevitablemente producto del pasado.

martes, 24 de julio de 2018

Fortitudo Mea In Rota (Mi fortaleza está en la rueda).


La Insigne Colegiata Abadía Mitrada de San Andrés Apóstol es la catedral de Carrara. No es muy grande. Pero es bellísima. Se empezó a construir en el siglo XII y creció durante otros dos y ofrece a los que la visitan un intenso recorrido de fe, arte, historia y de adhesión a la propia identidad ciudadana.
Pero el nombre de Carrara suena más cuando se la relaciona con su bellísimo mármol. Parece que en la Edad del Bronce, además de utensilios de esa aleación, se hicieron de este mármol útiles domésticos y figuras votivas en algunos enterramientos.
Desde los años 40 anteriores a nuestra era, los romanos se encargaron de convertir la noble piedra de Massa en regalo para el arte y para la historia. Llamaron marmor lunensis a esta piedra de los “Alpes Apuanos”, por su coloración blanca sin vetas con una cierta tendencia a un leve azul, como el de la Luna. O tal vez porque la embarcaban en el cercano puerto de Luni. El Panteón y la Columna de Trajano, por ejemplo, deben a estas canteras, según los entendidos, parte de su brillante alcurnia.
Y en el arte y la construcción para el recuerdo, la fe y la nobleza espiritual de sus admiradores se volcaron los hombres del Renacimiento, como por ejemplo los hermanos Pisano. Y, con su obra inimaginable, Miguel Ángel Buonarroti. Este genio, con 24 años, recién llegado a Roma firmó (“Bonarotus” ¿buena rueda?) en agosto de 1498 con el Cardenal Bilhères, embajador del rey de Francia, una imagen de la Virgen con Jesús muerto en sus brazos, para la capilla de santa Petronila, que era la necrópolis de los franceses insignes que morían en Roma. 
Miguel Ángel dedicó casi un año en elegir y transportar el bloque que le habría de servir para convertirlo en piadosa maravilla.    
Pero en esta ocasión vaya el acento al lema de los “Carrarenses”. Carrara viene de carro. Y muchos “carreros” volcaron en el transporte de este oro blanco, días y sudores, parte de su vida. De ahí el precioso lema que se repite con las cuatro palabras que abren estas líneas: Mi fortaleza está en la rueda. Y hay muchas ruedas, grandes, medianas y pequeñas en la ornamentación de Carrara. La rueda, los sudores y el trabajo han dado fortaleza y grandeza a los hombres de estas tierras.              
Sus vidas y su ejemplo deben servir a quien sueña con ser alguien grande que solo el sudor, el trabajo, la constancia, el tesón,  el esfuerzo y la “rueda” lo hacen posible.

miércoles, 4 de julio de 2018

La biblioteca de Asurbanipal.


Usurbanipal, suponen los historiadores, no iba para rey, aunque lo fue. Porque su formación juvenil le llevó poderosamente hacia el saber. Y dedicó todo su entusiasmo en enriquecer la biblioteca que su predecesor Sargón II (rey desde 722 hasta 705) había comenzado en Nínive. Ni Sargón ni Usurbanipal o, como le llama Esdras, Asnapar, o se le conoce en otros escritos de la historia como Sardanápalo, fueron meros coleccionistas de “libros” o, propiamente, tablillas de arcilla cocida. Dejó escrito Sardanápalo para nuestro aleccionamiento: “…estudié el saber secreto de todo arte del escriba... “.
Otro joven, Austen Henry Layard, inglés, viajero, estudioso, inquieto, con ganas de ser arqueólogo, descubrió en 1847, como sin duda sabes, debajo de un montículo cercano a la ciudad perdida de Nínive y las ruinas del palacio de Senaquerib, ¡la biblioteca de Asurbanipal! Buena parte de ellas se conservan en el Museo Británico.
Eran casi 22.000 tablillas, contra las que el babilonio Nabopolasar, en el 626 y sin ninguna consideración hacia la ciencia, el arte y la Historia, volcó toda la fuerza de la destrucción.
¡El pasado!  Basta decir a alguna persona algo del pasado para que tuerza la cabeza como queriendo decir “¡No me vengas con historias!”.
Y, sin embargo, somos todos y en todo producto del pasado. Y debemos cultivar la memoria del pasado y educar en esa actitud para no resbalar en un presente sin futuro. Querer ignorar hechos, personas, conflictos, choques, desastres, cataclismos humanos (los de la Naturaleza debemos respetarlos aunque nos amarguen) es creernos autores de la Historia. Y es verdad que cada ser humano construye su propia historia, pero cuando tratamos de referirla nos encontramos muchas veces con un vacío profundo de esfuerzo, servicio, sentido altruista de la vida, como si a nadie debiésemos nada o como si nuestra vida se cerrase con nuestro raquítico recorrido.
Se me vienen estas sencillas pero exigentes reflexiones como motor de nuestro empeño en hacer sentir a los que acompañamos en su admirable ascenso para que adquieran conciencia de que nada de lo que ellos viven quede sin eco después de su memoria.

jueves, 14 de junio de 2018

Boxford: un tesoro arqueológico.


Llama la atención que personas sin medios económicos notables cultiven la belleza y den relieve a algo que parece inútil. Fue el caso del propietario romano de una villa no muy grande, el Oeste de Londres, en Boxford, hace cosa de veinte siglos. En las recientes excavaciones con las que se buscaba disponer de tierras, se encontraron un tesoro. Tesoro al menos arqueológico. Una pulsera infantil, monedas, cerámica, una baldosa con la huella de un animal, un local destinado posiblemente a troje, una pequeña piscina y un precioso mosaico de seis metros de largo con figuras de la mitología griega.
Neil Holbrook, experto arqueólogo y conocedor de las costumbres romanas, subraya la grandeza de ánimo del propietario de la villa, empeñado en dotar a su propiedad con tanta belleza.
Y Anthony Beeson, por su parte, conocedor de los gustos, costumbres y cultura  romanas, supone que la figura central del extraordinario mosaico es la de Belerofonte montado en Pegaso, el caballo alado, matando por el aire a la Quimera, el monstruo amenazador, como sabes. Otras figuras, también presentes, parecen ser Hércules, en lucha como era su costumbre, Cupido, adornado con flores como era su costumbre, Telamón, padre de Teucro, del que, sin duda, sabes ya todo.
Nuestra reflexión ante estos hechos de crónica, pudiera abrirse a la historia que se abre después de nosotros que somos educadores, formadores, forjadores de personalidades. Y, si no los somos, debiéramos serlo.
No servimos para que se nos agradezca el servicio. No razonamos para que se recuerde la grandeza de nuestra mente. No exigimos para dejar clavadas espinas, o la memoria de nuestros juicios. La memoria que deseamos que se produzca no es la de nuestro nombre o nuestros aciertos, sino la huella grabada en su personalidad de honradez, generosidad, entusiasmo, optimismo, aprecio por la vida, necesidad de regalarse, felicidad por sentirse capaces de hacer en sí mismos y en su derredor un mundo más bello. 

jueves, 10 de mayo de 2018

La medida de Procustes.


Procustes era un bandido griego en la lejana historia. Siempre y en todas partes ha habido bandas y  bandidos. Basta mirar a nuestro derredor (y un poco más allá) en nuestra querida Patria. Con su banda actuaba Procustes en el Ática. Vigilaba el paso de los ingenuos que osaban pasar por un determinado puerto en la montaña. Los detenía y robaba. Y a los que no satisfacían su avidez, los sometía a esta corrección: tendido en un lecho que tenía la medida del bandido, los descoyuntaba o cortaba los pies si no llegaban a su estatura o la excedían.
Procustes no era, evidentemente, un hombre educado. Ser educado lleva consigo aceptar que cada persona con quien convivimos sea ella misma, respire su aire, disfrute de sus derechos, conserve su propia medida.
Cuando oprimimos, deprimimos, exprimimos o comprimimos (que todo eso somos capaces de hacer en los vericuetos de nuestra vida)... cuando hacemos algo de eso con nuestro vecino y le sometemos con ello a nuestra medida, a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra real gana, empezamos, seguimos y acabamos siendo mal educados. Como Procustes.
En el fondo, un ‘maleducado’ es un egoísta. Y un egoísta es, en el fondo y la forma, un inmaduro, un enano, un raquítico de espíritu que conserva, aún después de muchos años de vida, la idea infantil de que todo el mundo gira alrededor de él, de que él es el bello ombligo del mundo. “¡Cuántos son los enanos!”, lloraba Plauto. Y Juvenal decía: “Los buenos son tan pocos, que apenas llegan al número de las puertas de Tebas o de las bocas del Nilo”· Que eran siete.
En la historia de los hombres hay figuras que pasan por modelos. Buenos o malos. Un modelo fue Caín. Estaba estrenando la vida y ya oía en su corazón: “... a tus puertas está el egoísmo acechándote como una fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”. Y él respondía a Dios, después de haber matado a Abel: “No sé dónde está. ¿Es que me toca a mí cuidar de mi hermano?” Un poco descuidados debieron de estar Adán y Eva en la educación de este hijo mayor.
Así hablan todos los egoístas, es decir, todos los ‘maleducados’. No saben dónde están sus hermanos. ¡Que no los ven, vamos! Y si no los ven, mal pueden preocuparse de ellos. Hacen verdad -  pero ¡de qué modo tan miserable y tan triste! - la afirmación de George Berkeley hace tres siglos: Esse est percipi. Existe lo que veo, en una traducción cómoda. Existimos porque Dios nos ve. Existen las cosas que percibimos. Y las personas. Podríamos pasarlo a nuestro lenguaje vulgar: “Lo que no me interesa, ni lo veo: no existe para mí”.

martes, 31 de octubre de 2017

Pomerium: poniendo los fundamentos.

Dos de las culturas más ordenadas del pasado fueron, sin duda, la etrusca y la romana. De la primera vino la segunda. Para ellos, en el ajetreo de pensar y ordenar una ciudad nueva, había un precepto que seguían fielmente. Repasémoslo con brevedad.  
Se buscaba una superficie llana. En ella una yunta de bueyes, guiada por un sacerdote, trazaba un primer surco de forma cuadrada o rectangular, que constituía el pomerium de la futura ciudad.  
En el centro de cada lado se levantaba el arado, porque allí irían las puertas: una en cada punto cardinal. La zona central interior, futura calle que iba de Este a Oeste, se llamaba Decumano Máximo. La otra calle, perpendicular a la primera, que iba de Norte a Sur, era el Kardo Máximo. Y en su cruce, centro de la ciudad, se hacía un agujero o mundus cubierto con una losa que llevaba esta inscripción UBI TERRA PATRUM IBI PATRIA. Sobre el mundus se colocaba la groma, instrumento para el trazado recto de las calles. Y los augures hacían los sacrificios oportunos para conocer las condiciones salubres del lugar estudiando los hígados de los animales sacrificados.
Debemos estas noticias a Hyginus gromaticus, agrimensor en tiempos del emperador Trajano, autor de varios libros de agrimensura cuyo apellido-apodo se debía a su oficio, como habrás intuido.
Proyectar, ordenar, construir, dotar una nueva ciudad romana era una labor delicada, precisa, exigente y larga. Se trataba de obtener el favor de los dioses, aplicar al arte a los estudiosos, acertar con el Sol y sus solsticios y lanzar la vista a la lejanía para lograr calles perfectamente alineadas.
¿Y mis hijos? ¿Y mis pupilos? Empezamos soñando. Creemos que ya nos vienen hechos. Nos molestan sus desvíos, aun los más pequeños. Y nos fastidia tener que decir, una y otra vez, las cosas, porque no acaban de entender que las queremos así y asá y no como a ellos les parece. 
No acertamos. Y no porque no tengamos razón (que alguna vez sí la tenemos), sino porque no hemos aceptado que la educación es cosa del corazón, no de la cabeza (no siempre y fundamentalmente).
Esas palabras que quedan subrayadas son de Don Bosco. Él tuvo una madre a la que quiso entrañablemente y de la que recibió siempre toda su entraña. Aprendió a educar al sentirse educado por ella. Y el carácter de Juan Bosco, ya desde niño, no era precisamente el de una persona endeble. Pero se dejó educar por quien le amaba, especialmente su madre, Margarita, y don Juan Melchor Calosso que le modeló como hombre cuando solo tenía catorce años.

lunes, 15 de mayo de 2017

Alegría: bella chispa divina!

Beethoven comenzó a componer su sinfonía número 9 en 1818 y no la dio por terminada hasta enero de 1824. En el alma de sus inolvidables notas (¡mucho más que notas!) está el poema de Friedrich Schiller An die Freude escrito más de treinta años antes, que se llamó Oda a la alegría en su forma final de 1808. Beethoven tenía 22 años cuando ya soñaba con ponerla en música respetando para el cuarto movimiento, “Himno a la alegría”, el texto de Schiller con unas palabras propias de introducción. 
Su estreno (en Viena, no en Berlín, como le hubiera gustado a él: “Viena está dominada por los italianos” decía) se hizo el 7 de mayo de 1824, diez años después de la presentación de la Octava. La dirigió Michael Umlauf, aunque Beethoven estaba también en el escenario, siguiendo la obra en sus partituras, ya muy sordo y limitado en su salud y a tres años de su muerte.
La sala estaba llena de admiradores de Beethoven que suponían que iba a ser la última vez que le viesen. Y quedaron fascinados por tanta belleza. Cuentan que él estaba volcado en sus papeles, de espaldas a la sala, y que uno de los solistas le hizo volverse para que pudiese contemplar a un público conquistado por entero al que saludó con una inclinación del cuerpo. 
Como somos muchos los que no sabemos Alemán, pongo una traducción de las palabras del final de esta Novena Sinfonía. Sirven de invitación a la alegría de la fraternidad, don divino.

¡Oh amigos, no esos tonos!
Entonemos otros más gratos y llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!

¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.
Quien logró el golpe de suerte, de ser el amigo de un amigo.
Quien ha conquistado una noble mujer ¡que una su júbilo al nuestro!
¡Sí! que venga aquel que en la Tierra pueda llamar suya siquiera un alma.
Pero quien jamás lo ha podido, ¡que se aparte llorando de nuestro grupo!
Se derrama la alegría para los seres por todos los senos de la Naturaleza.
Todos los buenos, todos los malos, siguen su camino de rosas.
Ella nos dio los besos y la vid, y un amigo probado hasta la muerte;
al gusanillo fue dada la voluptuosidad y el querubín está ante Dios.
Alegres como vuelan sus soles, a través de la espléndida bóveda celeste,
Corred, hermanos, seguid vuestra ruta alegres, como el héroe hacia la victoria.
¡Abrazaos millones de seres! ¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada debe habitar un Padre amante.
¿Os postráis, millones de seres? ¿Mundo, presientes al Creador?
Búscalo por encima de las estrellas! ¡Allí debe estar su morada!
¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, ¡oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.
¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Alegría, bella chispa divina!

martes, 25 de abril de 2017

La Olmeda: la historia "enterrada".

La conocida y autorizada revista National Geographic tomó la villa romana de La Olmeda (Pedrosa de la Vega-Palencia) para ilustrar el mes de septiembre de 2016 en su calendario anual. Le tengo un cariño especial y un respeto reverencial a la belleza de esta antigua villa romana de finales del siglo IV. Porque, poco después de su descubrimiento en 1968 y su posterior apertura al público, tuve el placer de seguir las explicaciones con que su descubridor, el santanderino don Javier Cortes Álvarez de Miranda, nos regalaba a los visitantes. La sencillez al relatar su asombroso descubrimiento, su atenta tenacidad en remover las tierras de su finca, su respeto desde el principio a lo que intuyó como un tesoro histórico y artístico, su cuidado al alumbrar metro a metro los 4.400 que comprende la villa, me emocionaron profundamente.
Doce años más tarde lo donó a la Diputación de Palencia que ha ido dedicando  atención a la mejora de los accesos y la protección y acondicionamiento de esta preciosa página de la historia “enterrada” durante dieciséis siglos.
Leo que National Geographic la emparejaba con monumentos de la historia como los restos de Tutankhamón, la Cueva de Lascaux, Machu Picchu, Pompeya, Petra, Angkor,  Abu Simbel… y otros pocos pero preciosos legados de nuestros antepasados de todo el mundo y de todos los tiempos.
Para algunos de nosotros y para muchos de nuestros jóvenes (¡y niños!) compañeros de camino, el pasado está pasado. Cuenta lo que va a venir, lo que acaba de llegar y somos capaces de entusiasmarnos con lo que neciamente llamamos trending topic (¡moda, ignorante!) solo porque es moda. El móvil (se supone que en la historia ha habido muchos móviles y a nuestro alrededor) ese móvil que todos sabemos y sus compañeros de incomunicación, nos entontece, porque nos impide ser nosotros mismos. Decimos que con él en la mano llegamos a todas partes, pero seguimos adelante aislándonos, ignorando tanta riqueza admirable, echando sobre nuestras vidas mucho tiempo perdido, mucha tierra de siglos.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Papiros.

Cuando en el verano del año 79 d.C. el Vesubio se cargó todo lo que pudo a su alrededor, lo hizo de forma diferente según las distancias. Pompeya, como sabes, quedó arrasada por el fuego, el viento y las rocas. La población de Herculano, un poco más cercana y hacia el Oeste, se vio invadida por la lava que quedó como incrustada en ella. Basta pensar que sobre ese enorme depósito de lava solidificada se empezó a construir, hacia el siglo X, otra ciudad que se llamó Resina, o porque había un caserío con el nombre de Risina o porque aparecía resina o algo parecido en aquellos parajes. Pero con gran acierto volvió a llamarse Ercolano en 1969.
Entre los hallazgos de su lenta excavación está la biblioteca mejor conservada de la antigüedad, casi en su integridad. Sus papiros quedaron a salvo de la erupción del Vesubio y son, después de tanto tiempo y de su rareza, un tesoro arqueológico muy notable. La mayor parte son tratados de filosofía escritos en griego. Pero… (es natural que haya “peros” después de tal catástrofe y tantos siglos) no se pueden desenrollar. Se presentan sumamente frágiles de modo que en el primer intento de hacerlo se dañó totalmente alguno de ellos. Por otra parte su contenido nos ha llegado por otras manos y otros lugares.  
De todos modos, cuando se quiso identificarlos y clasificarlos se recurrió a una lectura por medio de rayos X. Y se pudo constatar que la tinta usada, en contra de la idea de que la mezcla con hierro en tinta no se dio hasta el año 420 d.C., la de los pergaminos romanos de Herculano estaban escritos con una tinta hecha a base de negro de humo, la goma que más tarde se llamó arábiga, y plomo.
Este largo preámbulo puede servir para una reflexión breve en dos líneas. El asombro sobre el fenómeno de la inventiva humana al servicio desde siempre de la ciencia y de la sabiduría. Y la veneración que debemos mantener, a pesar del torrente de instrumentos que nos ofrece hora a hora la técnica actual, por las enseñanzas que nos vienen desde muy atrás, pero que conforman nuestra actitud de solidaridad con el pasado que se convierte en el presente en escuela de solidez y pertinacia.

jueves, 14 de abril de 2016

Gaius Appuleius Diocles

Cayo Apuleyo Ninfidiano y su hermana Ninfidiana dedicaron a la Fortuna Primigenia, en Palestrina, una estatua en recuerdo y honor de su padre, Cayo Apuleyo Diocles, que murió en aquella ciudad “a los 42 años, siete meses y veintitrés días” en 146. En la base del monumento pusieron sus hijos la lápida que bien puedes leer arriba, pero que transcribo por si acaso no.

                                                  C. APPVLEIO DIOCLI
                                               AGITATORI PRIMO FACT
                                            RVSSAT NATIONE HISPANO
                                              FORTVNAE PRIMIGENIAE
                                      DD.C. APPVLEIVS NYMPHIDIANVS
                                                 ET NYMPHYDIA FILII
Cayo Apuleyo Diocles había nacido en Mérida Augusta (lo dice brevemente la tercera línea). Y había sido conductor – agitator - de cuadrigas en el equipo rojo (se lee en las líneas segunda y tercera).
Desde que Nerón, casi un siglo antes, había traído de uno de sus viajes a Grecia el espíritu deportivo, los juegos y un poco más tarde sus sucesores el pan gratis, habían empezado a corromper a una ciudadanía, la de la capital del Imperio, que estaba más por divertirse que por trabajar. Los circos (“máximo”, al pie del Palatino, y el de Calígula y Nerón, al pie de la colina Vaticana) eran lugares de encuentro, de apuestas, de comida, de luchas y de pasarlo bien durante horas y horas y hasta días y días.
Algún experto ha sumado los premios que nuestro paisano Cayo Apuleyo desde que empezó a correr a los 18 años, hasta su retirada profesional, pudo ganar en su carrera de carros: hasta 35.863.120 de sextercios, que hoy serían – aventura un cálculo posible - 13.600 millones de euros.
En el circo de Nerón apareció, entre otras dedicadas a héroes del mismo deporte, una lápida en la que se contaban detalladamente sus proezas: 4.257 carreras (alguna hasta con siete caballos unidos en un mismo tiro) y 1.462 victorias; dando, además, el nombre glorioso de los caballos. Y sus ganancias.
Nos vale para meditar. La grandeza debe nacer de la entrega constante. El honrado no es el que lo es en un acto concreto, siendo artero en los demás, sino el que ofrece en una bandera llena de sudor tal vez, pero limpia de marrullería, el fruto de su trabajo. Y tenaz no es el que pone toda su fuerza en conseguir un premio halagüeño, sino el que pone en su vida, día a día, acto a acto, gesto a gesto, la constancia del esfuerzo sin mengua hasta que la cuerda aguanta.
Nuestro arte de educadores y padres consiste en alentar sin desfallecer, con la belleza de la trasparencia, el entrenamiento de nuestros artistas de la  vida en ciernes.