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sábado, 24 de mayo de 2014

María...


El papa Francisco cierra su exhortación La alegría del Evangelio (24.11.2013) con este precioso broche. 


Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.



Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz 
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.



Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos 
el don de la belleza que no se apaga.



Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.



Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.



Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.

jueves, 22 de mayo de 2014

Auxiliadora.



Gilbert  Keith Chesterton (ya ha venido otras veces a darnos las buenas noches) fue un hombre grande: medía 1,93 metros y pesaba 134 kilos. Tuvo una educación intensa de modo que su espíritu estaba movido por la inquietud de conocer, de conocer… Tal vez por eso se interesó por el ocultismo y en el diabolismo. Y creía en el demonio.

Se casó con Frances Blogg, anglicana practicante, quien le ayudó a que se acercara al cristianismo. Estudió seriamente los escritos tradicionales sobre la fe. Y los padres John O’Connor y Ronald Knox, convertidos, como él más tarde, al catolicismo, le ayudaron mucho en su camino hacia su fe católica. Se convirtió en 1922.

No quería una Iglesia que se adaptase a los tiempos, ya que el ser humano sigue siendo el mismo y necesita que lo guíen: “Nosotros realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados...”.

Gilbert Keith Chesterton atribuía su conversión al catolicismo, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno, referido a María, quedaba reflejado así: «Un místico católico escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!". Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico…».

En mayo reverdecen muchas cosas. Lo verde es espera y esperanza. La sazón es de oro. Pero esperar nos mantiene en juventud, tensión, esfuerzo, camino… Todo eso nos brota en el espíritu con la presencia de la Madre de todos, Aquella a la que, según sentía Chesterton, “hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Como si dijese Auxiliadora de Dios. ¡Y lo es nuestra!

Andamos estos días del corazón de mayo celebrando o añorando la presencia viva de esa Madre siempre tierna, que nos toma de la mano o la pone sobre nuestra cabeza para que nuestro corazón mantenga siempre la nobleza de su estirpe.

lunes, 20 de mayo de 2013

Una Madre.



La riqueza que se expande del sueño que Juan Bosco tuvo a los nueve años nos hace comprender que la “Mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que brillaba por todas partes como si cada uno de sus puntos fuese una fulgurante estrella” que se presentó ante su mirada, era una Madre, era la Madre a la que Mamá Margarita le había enseñado a invocar tres veces al día.  
«No con golpes, sino con mansedumbre y amor tendrás que ganarte a tus amigos» le enseña a cumplir lo que se le ordena. La mansedumbre y el amor son los tesoros vivos con que una Madre inunda una casa y las vidas de los que viven en ella. Y prosigue como una Madre preocupada por el crecimiento espiritual y corporal de su hijo: «Este es tu campo: mira dónde tendrás que trabajar. Hazte humilde,  fuerte y robusto, y lo que en este momento ves que sucede a estos animales, deberás hacerlo tú por mis hijos».
¡Mis hijos!… “En aquel momento… me eché a llorar y pedí a la Señora que hablase de modo que la entendiese, porque yo no sabía lo que podía significar. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: «A su debido tiempo lo comprenderás todo».
En 1877 redactó un breve tratado sobre El Sistema Preventivo en la educación de los jóvenes. En él volcó, en la medida que daba de sí el escrito, su corazón. Un corazón abierto para jóvenes que se acercaron a él o que él fue a buscar entre los más abandonados de Turín desde 1841 a los que les faltaba el cariño de la familia y una madre. Un compañero de Domingo Savio escribiría más tarde: “Yo estaba a gusto en el Oratorio, pero mis pensamientos y mi corazón estaban siempre en mi madre, sobre todo por la tarde cuando empezaba a oscurecer. Por eso a las 5, cuando llegaba al estudio, lo primero que hacía era conversar un poquitito con ella diciéndole muchas cosas por escrito en el mismo cuaderno de apuntes, vertiendo en ella como si la tuviese presente todo mi corazón. Después me secaba las lágrimas y me ponía a trabajar en el mismo cuaderno que servía, por eso, al mismo tiempo para los desahogos del corazón y los deberes de clase”.
Razón, religión y cariño era la síntesis de su “sistema”. Y María, la Reina, la Maestra, la Madre de Dios, la Madre de todos, que compendiaba todos los cariños de todas las madres ausentes.

jueves, 16 de mayo de 2013

Una Maestra.


Los que conocen la vida de Don Bosco saben que, a los nueve años, tuvo un sueño que marcó su existencia: “A los nueve años – escribió varias décadas después - tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida”: Un Hombre venerable le llamó por su nombre y le ordenó que se pusiese al frente de un grupo de muchachos que reían, jugaban, blasfemaban… «Ponte… inmediatamente a darles una instrucción sobre la fealdad del pecado y la preciosidad de la virtud». “Confuso y amedrentado, respondí que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de las cosas de Dios a aquellos jovencitos”. Y entonces aquel Personaje le aseguró que sí podría hacer lo que le mandaba: «Yo te daré la Maestra bajo cuya enseñanza puedes hacerte sabio, y sin la que toda sabiduría se convierte en necedad».

Después de casi doscientos años de aquel sueño, Don Bosco sigue hablando a los jóvenes por todo el mundo de la belleza de la vida, de la preciosidad de la virtud, de la rectitud de la conducta, de las cosas de Dios.

Y sigue enseñando a los jóvenes que se dejan enseñar que María es para todos los creyentes, de cualquier credo, edad y condición, la Maestra de Vida que conduce hacia la Verdad por el único Camino que lleva al Bien verdadero: el camino de la Escuela del Amor, de las cosas de Dios.

El primer título que rodea y caracteriza a la Madre de todos los hombres es, en varias expresiones, el de Guía, Maestra y Educadora. En aquel sueño hay un gesto de esta Maestra que Don Bosco recordaba con detalle y que la vida no nos puede enturbiar a nosotros: “Al verme confuso con mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, me tomó con bondad la mano y «¡Mira!», me dijo…

Don Bosco sintió toda su vida que su mano estaba apoyada en la de una Maestra segura, de modo que en 1887, unos meses antes de su muerte, afirmaba: "Hasta ahora hemos caminado sobre seguro. No podemos errar; es María la que nos guía".

Nos viene bien un examen del camino que hemos hecho y del que nos queda por cerrar. ¿Hemos pensado alguna vez que tal vez no fue casualidad que mi vida se encauzase durante algún tiempo en una casa de Don Bosco? ¿He clasificado las luces que me han iluminado mis pasos apartando las que me llegan de los ojos luminosos de la misma Maestra que tuvo Don Bosco? ¿He dejado de sentir en mis manos el cariño, la firmeza, la seguridad que con sus manos desea comunicarme?

miércoles, 23 de mayo de 2012

Auxiliadora de Dios.


Gilbert Keith Chesterton fue, como es sabido, un fecundo escritor inglés que vivió desde 1874 hasta el 16 de Junio de 1936. Dentro de unos días se cumplen 76 años de su muerte. Un crítico literario le considera el mejor escritor del siglo XIX. ¿Por qué se le conoce tan poco?  Por ser, como otro crítico afirma, católico; aún más, por ser un converso. Ha habido siempre en la historia una “leyenda negra” de ataques que urden, sin más, los que se arrastran por las alcantarillas de la envidia. Todos la conocemos. Y otra, de silencios, que por ser fruto de mentes iluminadas, no es menos eficaz. Aunque igualmente decisiva.
La celebración católica de la solemnidad de María, Auxiliadora del hombre, nos lleva a mirar a aquel hombre que encontró en la santísima Virgen, Madre de Dios, la luz que le condujo y le acompañó desde su conversión hasta la muerte.    
Cuando explicaba por qué y cómo se había hecho católico refería: “Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable”.
Nos ceñimos hoy al primero de los casos: “En el primer caso - creo que se trataba de Horton y Hocking - se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.
No creo que sea presuntuoso traducir estas palabras de Chesterton con esta afirmación: “María es Auxiliadora de Dios”. Dios (que ama al hombre como sólo puede amar Dios; que respeta la libertad del hombre como sólo sabe respetar la libertad Dios) ama y respeta a una jovencita nazarena casadera (hasta poco antes una bogeret, como llamaban los judíos a las doncellas de esa edad) y le comunica un poco de un proyecto inimaginable para el hombre que Él tiene sobre el hombre: Que ella sea la madre de su propio Hijo. Y María dice que sí, porque es esclava de su voluntad, porque, por amar a Dios, encuentra su felicidad en construir con Él lo que sea y como sea por muy incomprensible que sea.    
Decimos tantas veces “Madre de Dios” que se nos ha ajado entre los labios ese precioso pétalo de asombro, admiración, agradecimiento, ternura y contemplación que usamos para invocar a la que, al convertirse en Madre de Dios, se convirtió también en Madre nuestra.
Sin vergüenza y sin debilidad debemos volver a tomar esa afirmación (¡Madre de Dios!) como un timón seguro de nuestra vida, un recurso para sentirnos superiores a cualquier ataque, un lazo de unión con Ella que refuerce nuestra ternura de hijos y nuestro orgullo de Familia.

domingo, 20 de mayo de 2012

El último canto.


Emociona acompañar en los últimos momentos de la carrera que hace por la historia a un amigo al que se quiere. Cuando sus pies están ya inmóviles y parece que el oído del corredor está sólo abierto a la voz del que le va a premiar con un abrazo tras el último esfuerzo por llegar a la meta.   
El padre Vincent McNabb, buen amigo de Gilbert K. Chesterton contaba así su último  encuentro con él: “Fui a verlo cuando moría. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquella gran humanidad estaba con el calor de la muerte; su gran mente se preparaba, sin duda, a su modo, para la visión de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión, siempre bendita, María de Nazaret. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las rasgos de su gran corazón, e inmediatamente recordé la canción de los Cruzados, la Salve, que nosotros los Blackfriars (Frailes Negros: Dominicos) cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Va a oír usted la canción de amor de su Madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “Salve, Regina, Mater misericordiae…: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…”.
Del padre Vincent McNabb, irlandés, había escrito Chesterton: "... es uno de los pocos hombres grandes que he conocido en mi vida; es grande en muchos sentidos, mental, moral y místico y en sentido práctico… Nadie que haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo puede olvidar".
Emociona también esta actitud de aprecio, de respeto, de admiración y, sobre todo, de cariño que se da naturalmente entre hombres grandes. Porque los menguados de espíritu, que andamos dispersos por el mundo, encontramos dificultad en atravesar nuestra miserable piel de babosa y rodear con afecto a quien deberíamos agradecer sus altos valores y de quien deberíamos aprender las lecciones de sus acciones.
¡Y ojalá tuviésemos a nuestro lado, ante el momento del auténtico Encuentro, a quien nos cantase las acariciadoras palabras de la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos… Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre… María”.