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miércoles, 2 de agosto de 2017

George Ivanovich GURDIJEFF: El Cuarto Camino (1/2).

Gurdjíeff, (a quien dedicamos dos Buenas Noches para repartir los 82 consejos que daba a su hija para recorrer con dignidad en el mundo el Cuarto Camino existencial que encierra su propuesta), decía que, como no a todos se les da bien o les es posible  el camino del faquir o el del monje o el del yogui para abandonar el mundo, se les ofrece el compromiso de una responsabilidad que les haga trabajar sobre su propio intelecto, sus emociones y su mismo cuerpo físico. He aquí la primera parte de esos consejos que hacen posible e trabajo exigido con plenitud y eficacia. 

Fija tu atención en ti mismo; 
sé consciente en cada instante de lo que piensas, sientes, deseas y haces.
Termina siempre lo que comenzaste.
Haz lo que estás haciendo lo mejor posible.
No te encadenes a nada que a la larga te destruya.
Desarrolla tu generosidad sin testigos.
Trata a  cada persona como si fuera un pariente cercano.
Ordena lo que has desordenado.
Aprende a recibir; agradece cada don.
Cesa de autodefinirte.
No mientas ni robes; si lo haces, te mientes y robas a ti mismo.
Ayuda a tu prójimo sin hacerlo dependiente.
No desees ser imitado.
Haz planes de trabajo y cúmplelos.
No ocupes demasiado espacio.
No hagas ruidos ni gestos innecesarios.
Si no la tienes, imita la fe.
No te dejes impresionar por personalidades fuertes.
No te apropies de nada ni de nadie.
Reparte equitativamente.
No seduzcas.
Come y duerme lo estrictamente necesario.
No hables de tus problemas personales.
No emitas juicios ni críticas cuando desconozcas la mayor parte de los hechos.
No establezcas amistades inútiles.
No sigas modas.
No te vendas.
Respeta los contratos que has firmado.
Sé puntual.
No envidies los bienes o los éxitos del prójimo.
Habla sólo lo necesario.
No pienses en los beneficios que te va a procurar tu obra.
Nunca amenaces.
Realiza tus promesas.
En una discusión, ponte en el lugar del otro.
Admite que alguien te supere.
No elimines, sino transforma.
Vence tus miedos; cada uno de ellos es un deseo que se camufla.

sábado, 2 de abril de 2011

Otro libro mudo...

(Totmundo, feliz, entrega el antifonario, recién acabado, al abad Ikila.)
 

¿Qué tiene de especial el Antifonario mozárabe de la Catedral de León? Un antifonario es un libro que contiene los breves textos bíblicos que se cantan antes de los salmos.
Pues bien, este libro, el Antifonario de León, es un manuscrito en 306 folios de pergamino, que se usaba en las celebraciones de la Liturgia mozárabe o hispánica entre los siglos VI y el XI.
Lo copió en 1069 Totmundo, un fraile del monasterio leonés de San Cipriano del Condado (que se asienta junto al río Porma a 20 kilómetros de León a vuelo de pájaro sin curvas, desde la capital en dirección nordeste). Pero, a su vez, el antifonario del que se copió venía usándose nada menos que desde el tiempo del rey Wamba que reinó desde el año 672 al 680. Y es el único antifonario mozárabe completo que se conserva. Ya son méritos. Al menos el de la prosapia.
Y aquí viene lo interesante. El antifonario expresa la música con neumas, es decir, notas, pero sin tetragrama o pentagrama que las sustente y sin que, por tanto, los especialistas hayan podido descifrar su melodía. Lo cual no es un drama, porque ya llegarán; pero sí un arduo reto, porque les cuesta llegar.
En cambio un drama doloroso, y un reto más que arduo casi insuperable, se dan en la vida, cuando un joven camina sin dar señales de definición. Es incapaz de poner música a sus días. Nunca se ha planteado la necesidad de trazar ante sus ojos un proyecto para el futuro, un camino para sus pasos, una meta para sus ilusiones o sus empeños. No tiene pentagrama (o tetragrama, si se quiere rebajar el esfuerzo) y, por tanto su existencia carece de melodía. 
Los padres están detrás de ese drama: es decir, son sus autores. ¡Amargados dramaturgos! Los resortes que usaron en su educación fueron sólo las cosas, las promesas, los premios, las complacencias... No se daban cuenta de que los neumas iban en aumento, pero no tenían carriles por los que avanzar, pentagramas en que incrustarse.
La exigencia no era oportuna en un momento en que la autoestima debía consolidarse. El rigor sería un disparate cuando ya se estaba a punto de parir la primera obra de arte. La austeridad no iba bien con quien tenía una visión amplia y optimista del hombre, del mundo, de la existencia y de la historia. El control se veía a todas luces injusto en un mundo en el que no podemos empañar algo tan noble como es la libertad. El esfuerzo no valía la pena con un mercado que brinda facilidad para alcanzar todo a muy buen precio. 
Podemos dar base sólida a la maduración de nuestros hijos. Debemos. Debemos llenar nuestra vida familiar y la de la sociedad a la que servimos con el placer de bellas melodías que se escriban con notas acertadas sobre pentagramas seguros.

martes, 1 de marzo de 2011

Ni una mosca...


Los emperadores romanos tuvieron casi todos muy mala prensa. Porque como gobernaban por rachas, es decir, familia tras familia, de las que la anterior había caído por obra, a veces violenta, de la siguiente, los historiadores de esta siguiente no eran muy indulgentes con la anterior. ¡Claro, estaban subvencionados! Es cosa vieja, pero no exclusiva de aquella vejez.
Un ejemplo: Cayo Suetonio Tranquilo, historiador de Roma durante los reinados de Trajano y Adriano, escribió la vida de los doce emperadores que van desde Julio César (que no lo fue, pero entra con pleno derecho en la lista) hasta Domiciano. Tito Flavio Domiciano fue emperador desde el año 81 al 96 y había sucedido a su hermano Tito que, a su vez, había sido sucesor del padre de ambos, Vespasiano (un repaso a la historia nos ayuda a airear los libros de nuestra juventud).
Pues de Domiciano cuenta Suetonio, sin mucha misericordia, lo que sigue: En los primeros tiempos de su reinado se encerraba todos los días a solas y se pasaba un buen tiempo cazando moscas atravesándolas con un punzón muy agudo. A uno que preguntó una vez “¿Hay alguien con él?”, Vibio Crispo no quiso darle una respuesta absurda y le dijo. “Ni una mosca” (en Latín suena mejor: Ne musca quidem). 
No está mal que nos apliquemos el dicho. No exactamente porque nos pasemos la vida papando moscas. Que no. Sino por si al repasar nuestras horas nos damos cuenta de que las llenamos de aire. Se nos ha confiado una honrosa tarea: ser emperadores. Pero no como aquellos o, al menos, no como algunos. Somos Emperadores de nuestras vidas. Imperar es poner orden en algo. Y nosotros tenemos un gran algo que ordenar.
No está mal que critiquemos a los gobernantes, ”emperadores de la cosa pública”, si les hemos cedido durante un poco de tiempo el papel de ordenarla. Son servidores de los ciudadanos y tienen esa obligación que cumplir. Y nosotros la de vigilarlos y corregirlos. ¡Y qué bien lo hacemos!     
Pero tenemos muy cerca de nosotros un “imperio” (nuestra persona, nuestra familia, por ejemplo) que no podemos dejar de construir, segundo a segundo… si no queremos que el vigía Vibio Crispo nos tache de perseguidores de quimeras, con punzón o sin punzón. O de moscas.