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martes, 9 de abril de 2013

Pterosaurio.



¿Te gustaría que un pajarraco de los antiguos habitantes de la tierra llevase tu nombre? Pues ese, cuya imagen más o menos reconstruida aquí vemos, se llama Vectidraco daisymorrisae porque lo descubrió una niña inglesa de 5 años, que se llama Daisy Morris, hace ahora otros cinco en la isla de Wight. El nombre que le han puesto a este pterosaurio, es decir, lagarto alado, lleva el de la isla, Vectis, como la llamó el general romano Vespasiano, vaya usted  a saber por qué, que la ocupó, y el de su descubridora.    
Era mucho más pequeño que el más grande de los de su especie, el Quetzalcóatl, “serpiente emplumada”, que era el nombre en lengua náhuatl, que le dieron los estudiosos en recuerdo del dios más poderoso. Porque este animal medía como mucho unos 75 centímetros de apertura alar y el “mexicano” nada menos que diez metros. 
La niña estaba con sus padres en “La Isla” (¡la del Festival!), como la llaman los ingleses, en el verano de 2008. Y entre las arenas observó la presencia de algo raro. Se trataba de los restos fosilizados de un ejemplar de la que, más tarde, el paelontólogo Martin Simpson definió como una especie de pterosaurio desconocida.
Y con esto se acabó la paleontología ornitológica. 
Pero no la reflexión. Que puede ir por senderos de educación. Y precisamenre de la que supone la observación en los niños aún pequeños, la inquietud por conocer cosas nuevas, la satisfacción por haber descubierto algo desconocido, por crear instrumentos de juego o de trabajo, por dar con palabras que se parecen a otras y que significan algo determinado.
La rutina del aprendizaje, la repetición de datos, fechas, hechos y personajes, ejercitan si acaso la memoria y fomentan el aburrimiento. Proponer, en cambio, tanto en la escuela como en la casa, la búsqueda de algo que sea fruto de ese ejercicio, y acompañarlos en ella abre un horizonte nunca sospechado de inquietud, trabajo, iniciativa, investigación. Y vale la pena.    
 

domingo, 23 de septiembre de 2012

Aburrimiento.



Uno de los estados del ánimo más frecuente entre los jóvenes es el del aburrimiento. No es raro que lo expliquen como consecuencia de no saber qué hacer, de no encontrar atractivo o estímulo en lo que hacen, de sentirse perdidos ante el deber que deben abordar, de no saber cómo descubrir el placer de crear, de organizar, de embellecer de verdad su inmenso y sediento mundo interior.  
Los que se pasan horas ante el ordenador (o ante alguno de los muchos instrumentos de comunicación e incomunicación que se usan profusamente hoy) son aburridos profesionales. Porque recurren a ello como trabajo normal, casi obligado. Aunque lo que hacen es volver a atarse a una máquina que va despoblando su corazón. 
Cuando nos llega la noticia de que un joven de 19 años (inglés y de nombre Adam Cudworth) ha logrado hacer unas sorprendentes y hermosas fotografías de la Tierra con una cámara digital montada en un globo de helio, quedamos convencidos de que el fenómeno del aburrimiento no aparece cuando con unas horas de trabajo, pruebas e investigación, con un gasto de pocos cientos de libras y el permiso de la Aviación Civil llega a fotografiar la Tierra desde casi 34 mil metros.
Yo estoy convencido de que el aburrimiento es hijo de la vagancia. Y que la vagancia se enseña y se hereda. Estas líneas, como todas sus hermanas, parten del deseo de sacudir en los padres su deber de iniciar en sus hijos, desde muy pequeños y en la medida oportuna, en alguna actividad “extraescolar” ilusionante. Me describía un muchacho sensible y sensato la figura desesperante de su padre de vuelta a casa del trabajo: “Se sienta delante del televisor y no se levanta más que para comer. No hace nada, ni invita a nada, ni pide compañía y colaboración para nada”.
Puede ser que pensemos que se trata de un padre cansado que necesita llevar la barca de su vida a la orilla de la evasión televisiva para restaurar sus fuerzas. Pero es más justo pensar que es el caso de un hombre aburrido que no tiene en cuenta que es padre y que debe educar en ese bello camino de la creatividad hacia la que naturalmente  se sienten atraídos los niños. Y los jóvenes que no han empezado a estrenarse como aburridos profesionales.