martes, 26 de febrero de 2019

Un precioso caballo dorado.


Los romanos no pudieron hacer de las tierras habitadas por las tribus germánicas una nueva provincia romana. La historia nos recuerda, por ejemplo, que, al intentar crear esa deseada provincia al Norte y Este del Rin, los romanos perdieron quince mil hombres en la batalla de las selvas de Teotoburgo el año 9 dC. Esto les hizo resignarse y establecer una red de fuertes que, durante tres siglos, fueron la frontera Norte de su Imperio.
En el de Waldgirmes, cerca de Frankfurt, un labrador encontró hace muy pocos años, en el fondo de un pozo, la preciosa cabeza que vemos arriba. Era de un caballo de bronce bañado en oro. Pesa 13 kilos y se valoró en casi dos millones de dólares.   
Aquel hallazgo provocó, como es natural, una intensa campaña de búsqueda por parte de la Comisión romano-germánica del Instituto arqueológico germánico. El fuerte había albergado, además de los espacios dedicados a los soldados, talleres de cerámica y madera, y estaba dotado de tuberías de plomo para el agua corriente.  
¿De qué nos sirven noticias como estas? Se me ocurren varias lecciones. Por ejemplo: la cabezonería no debe ser nunca la fuerza que me mueve. Y  cuántas veces lo es: por amor propio, por capricho, por llevar la contraria, por no dar el brazo a torcer, por quedar bien…! 
Otra lección que me puede resultar positiva es la de dar atractivo, belleza, un cierto aire de frivolidad o alivio a deberes penosos que no hay más remedio que asumir. Alternar el esfuerzo y la distensión puede ser una actitud sabia y buena compañera en el viaje de la vida y de sus obligaciones.           
Lo pasado no ha dejado de haber sucedido. Que el pasado me importe, y de él o en él me valga, o me recree es un sano ejercicio de distinción, juicio crítico, aprendizaje, escarmiento, estímulo, maduración del ejercicio de mi discernimiento y de mis opciones. Y sobre todo (y esta es la intención de estas pobres líneas), todo ello un buen servicio en la escuela para el crecimiento de la personalidad de mis jóvenes compañeros de camino.     

jueves, 21 de febrero de 2019

ULURU o... Ayers Rock.


ULURU llaman desde siempre los anangu, aborígenes de Australia, a este monolito que les viene desde el Cámbrico, formado por feldespato y sales de Hierro, al que William Gosse, el primer occidental que subió a él en 1873, le dio otro nombre, Ayers Rock, que era el del primer ministro de Australia en aquella fecha.
Es, como sin duda sabes, una enorme roca de 349 metros de altura y 8 kilómetros de perímetro, en el centro de Australia, rodeada por cuatro desiertos y “surgida en la época de los sueños del pasado, presente y futuro”, en cuya cima, dicen, vive una serpiente pitón, centro de fe de la cosmogonía de los aborígenes: “los hombres hicieron la Tierra y la Tierra hizo a los hombres”.
La solidez de esa roca y la de la fe de los que la veneran puede servirnos para cotejar con ella la firmeza de nuestra historia colectiva, familiar y personal. Porque es el caso que esta historia personal y colectiva, que es la que de verdad nos interesa, necesita de un repaso a fondo.
¿Estamos satisfechos de la claridad y altura de miras, de la entereza de voluntad, de la firmeza, nobleza y grandeza de las convicciones y el carácter con el que se van modelando nuestros hijos, nuestros educandos? No podemos estar esperando “a ver lo que sale”. No podemos rendirnos a la idea de que “nos ha tocado” vivir una etapa de la historia en la que hay que rendirse ante la marcha del mundo. Eso es, naturalmente, lo cómodo, lo que creemos que cohonesta el esfuerzo que aplicamos para que crezcan con una aceptable dignidad en medio de un aire en el que dignidad y apariencia se confunden.           
La inmensa alegría de haber volcado ilusión, cercanía, afecto, propuesta de metas sucesivas y crecientes, seguimiento eficaz y respetuoso, análisis del camino que se va haciendo, de las dificultades que presenta, de los medios que se aplican para hacerlo vida y, sobre todo, el ejemplo de esa vida y de entusiasmo deben mantenerse enhiestos para que el fruto conseguido sea un fruto sazonado. 

sábado, 16 de febrero de 2019

El Tambora de Sumbawa.


El Tambora es un volcán de 2850 metros de altura en la isla de Sumbawa, Indonesia.
Su máxima actividad conocida la tuvo el 10 de abril de 1815: arrojó 160 kilómetros cúbicos de material volcánico y causó la muerte inmediata de 71.000 personas. Provocó anomalías del clima en todo el mundo en 1816, “año sin verano” y sin cosechas. Con sus cenizas a más a 10 y 30 km de altura durante años produjo nieve de junio a septiembre  en Estados Unidos y Canadá y epidemias de tifus en el Sureste de Europa y en el Este del Mediterráneo.
En la historia de las personas nada de lo que sucede queda sin consecuencias. Ni nada de lo que hacemos. Hasta un gesto sin aparente relieve en una madre o un padre, en un educador se puede convertir en una actitud de reserva, en una conducta de apartamiento, en un vacío a todo lo que provenga de él, en una vida llena de resabios y desquites, de soledad interior, de desconfianza general y profundamente creciente.
Basta haber tenido la confianza de uno de nuestros jóvenes amigos tocado por una desafortunada intervención paternal (¿paternal?), para apreciar la hondura de ese mal. Y si por herencia o venganza continúa esa cadena de conductas torpes y egoístas, nos damos cuenta de por qué en nuestra cercanía familiar o en nuestra más o menos vecina sociedad advertimos en algunos de nuestros “amigos” amarguras, decepciones, desánimos, necesidad visceral de revancha… 

lunes, 11 de febrero de 2019

Diálogo...? O no es verdad.


Roger Rosenblatt comenzó su vida profesional como escritor y periodista. El teatro, la historia y la poesía moderna le abrieron después el paso desde muy joven camino de la cátedra. De las muchas cosas inteligentes que escribió está esta severa afirmación: Entre padre e hijo no puede haber monstruo más terrible que el silencio.
Que nos sirve para analizar nuestra conducta y relaciones en el ejercicio supremo de nuestra vida familiar: la comunicación. 
Parece natural que quienes comparten un mismo techo lo hagan también con la sangre y la palabra. Pero no siempre es así. Y porque es así se va abriendo un abismo en la “comunión” entre padre e hijo y se abre día a día una trinchera que los separa irremediablemente.
Conocí un caso en el que era el padre el que se desahogaba sin ser capaz de darse cuenta de que la situación la había creado precisamente él. La falta de una oportuna pero sincera declaración de afecto y estima fue dando cuerpo a una triste convicción en el hijo: “Mi padre no me aprecia, mi padre no me quiere, le tengo sin cuidado, hasta puede ser que me desprecie…”. Y el silencio se enseñorea en forma de desinterés e ignorancia recíproca… que va pervirtiendo poco a poco no solo la relación, sino la capacidad de transmitir palabras, sentimientos, estima, afecto y vida.
Si no se manifiesta el amor es inútil pretender lanzar puentes de otro tipo para poder acercarse al que es, por generación, por autoridad, por afecto, por cercanía la obra de nuestra vida.
Una vez más la palabra de Don Bosco bajo cuyo afecto vemos todo y vivimos nos vuelve a recordar que “la educación es cosa del corazón”.  

viernes, 8 de febrero de 2019

Primer contrato laboral de aprendizaje.


El afecto hacia Don Bosco de todos los suyos animó a atesorar escritos y documentos de su servicio paternal a sus muchachos. Se conserva, por ejemplo, un extenso y minucioso contrato de aprendiz de carpintería a favor de uno de ellos, Giuseppe Odasso, en el taller del señor Giuseppe Bertolino. Seguro que fue uno de los primeros contratos laborales, lo firmaron dicho maestro, el aprendiz, su padre Vincenzo y Don Bosco el 8 de Febrero de 1852 (hace hoy 167 años) en doble copia y en papel timbrado de 40 céntimos.
El maestro se comprometía a “corregir al joven solo de palabra y sin golpes, respetando su edad, su capacidad, el descanso los días de fiesta y los deberes como alumno del oratorio”.
El joven se comprometía a portarse como “buen aprendiz”. Durante los dos años de su aprendizaje recibiría un sueldo de 30 céntimos diarios los seis primeros meses, 40 en el segundo semestre y 60 desde enero del segundo año.  
Hace bien recorrer algunas de las fechas de la vida de Don Bosco y situar en ella la firma de este contrato: en 1847 acoge a algunos sin techo  y amplía ese espacio al año siguiente. En 1853 empiezan los primeros talleres que tal vez fueron de remiendo de calzado.    
Y un año antes, como hemos visto, ya había colocado al joven Giuseppe Odasso como aprendiz en el taller del señor Bertolino.
La impresión que causa leer la vida de Don Bosco lleva a entender que la grandeza de su corazón fue, desde el principio y sin barreras a la hora de entregar su atención a los que más necesitaban ese precioso regalo. Más y más, forzando las fronteras de lo presente, porque sabía que era del futuro, siempre del futuro, el campo interminable de su proyecto.

martes, 5 de febrero de 2019

Sonreír, siempre sonreír.


La Universidad del Estado de Ohio (EEUUA) analizó 7.200.000 imágenes de rostros humanos, que quedaron reducidas a 35 modos diferentes. Tomaron 821 palabras inglesas para describir los sentimientos. Las tradujeron al español, chino mandarino, persa y ruso y se pusieron a investigar en 31 países de todo el mundo.
El rostro humano puede expresar sentimientos de 16.384 maneras, combinando los músculos faciales de modo diferente. El disgusto sólo necesita una expresión facial,  tres el miedo, cuatro  la sorpresa y cinco la tristeza y la rabia.
Las expresiones universales que expresan emociones son una docena y, afortunadamente, la mayor parte se usan para manifestar alegría. Aleix Martínez, coautor del estudio, ha quedado satisfecho de esta última constatación  “porque –dice– habla de la compleja naturaleza de la felicidad".
Todo lo anterior es curioso y puede ser que también interesante. Pero llegar como final del estudio a gozar por la “compleja naturaleza de la felicidad” debería llevarnos a que nuestra conducta, nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestro trato, nuestras propuestas, nuestras invitaciones, nuestros modos de mostrar caminos estén siempre iluminados por la sonrisa.     
San Pablo VI, el año 1975 nos ofreció una carta sobre la alegría: «Gaudete in Domino». Y en ella señalaba a Don Bosco como uno de los santos que mejor habían aprendido y comunicado el carisma de la alegría. Su primer intento de unir y empapar de fe la vida de sus amigos, siendo estudiante en Chieri (1832) le hizo fundar la «Sociedad de la Alegría» entre sus compañeros, mostrando su opción por buscar lo positivo en la vida y evitar toda tristeza («melancolía, fuera de la casa mía»). Y esa fue una de las claves psicológicas fundamentales de su pedagogía. Era en el fondo, como no podía ser de otra manera –como no puede ser nunca- la alegría sobrenatural de la fe.

sábado, 2 de febrero de 2019

Proclamadlo desde las azoteas...


Don Bosco tenía muy presentes las palabras de Jesús a sus discípulos cuando les mandaba predicar desde las azoteas las verdades aprendidas de Él. Lo cuenta san Mateo en el capítulo décimo de su evangelio. 
No es de extrañar que Don Bosco leyese, comentase y sugiriese alguna corrección a sus biografías, que fueron apareciendo en Francia a partir de 1881 la del doctor Charles D'Espiney y en 1883 la de Albert du Bois. En 1884 aparece, como ya sabemos, la primera española, Don Bosco y su Obra, de monseñor Marcelo Spínola.
A propósito de ésta es bueno recordar esta oportuna anécdota.
Un provincial franciscano leyó esta biografía, recién editada,  en un viaje desde España al Ecuador. Y allí la propagó entre los suyos.
Don Evasio Rabagliati, uno de los primeros salesianos misioneros a América, en uno de sus viajes a Italia le comentó a nuestro Padre que había leído este libro y que le había gustado mucho.
“- Bien, le contestó Don Bosco, tradúcelo. Ahora sólo tú y don Luis Lasagna sois los únicos misioneros capaces de escribir con corrección en italiano. Así lo haremos imprimir.
- Pero ¡cómo, Don Bosco! - observó con toda confianza don Evasio Rabagliati - ¿Publicar nuestra alabanza nosotros mismos? ¿No le parece que eso no está bien?
- ¡Ah!, no; mira: si no lo imprimimos nosotros, lo imprimirán otros y el resultado será el mismo. No se trata de una persona; se trata de glorificar la obra de Dios y no la del hombre, porque obra suya es lo que se ha hecho y lo que se está haciendo”.
Cuando se define la virtud de la humildad solemos cometer el error de afirmar que es la virtud que nos invita a disimular el bien para no presumir de gigantes. Pero los santos, que nunca supieron presumir de gigantes, sabían que la humildad es la virtud que anima a “predicar desde las azoteas” el bien que derrama Dios sobre sus hijos.