sábado, 20 de enero de 2018

Una Rosa para el corazón, no para las manos.

No voy a contar la atormentada historia de René Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke, porque no hace falta y porque la conoces.  Solo recordar una anécdota que he copiado de algún sitio y que, sin duda, recuerdas. Y hacer sobre ella un breve comentario. Una anécdota de su vida, vida llena de finura, sensibilidad, contradicciones y sufrimiento.
Había nacido en Praga, en 1875, en una familia en la que no encontró cariño. Y vivió en Viena, Praga, Múnich, París…
En París acudía con una amiga a la universidad, y todos los días encontraban en su camino y en el mismo lugar de la calle una estatua humana: una mendiga doblada sobre sí con la mano tendida pidiendo una limosna.
Y todos los días la amiga francesa dejaba en aquella mano una moneda. Le extrañaba a la joven que Rilke no hiciese lo mismo y le preguntó la razón.
- "Tendríamos que darle algo a su corazón, no a sus manos", comentó el poeta.
Y al día siguiente el poeta dejó suavemente en la mano de la pordiosera una hermosa rosa que había llevado consigo.
Y entonces se realizó un milagro: la estatua mendicante adquirió vida, elevó su mirada hacia aquel extraño bienhechor, se levantó con dificultad, besó su mano y, apretando su rosa contra el pecho, se alejó lentamente.
Pasada una semana, volvieron a encontrar a aquella pobre mujer en su sitio de siempre y en su actitud de estatua. La muchacha preguntó al amigo: - ¿De qué habrá vivido todos estos días?
Rilke aseguró: "De la rosa".
Para los que se acercaron a Don Bosco necesitados de casa, abrigo y pan encontraron como un regalo diario casa, abrigo y pan. 
Pero el testimonio de todos los que recibieron de él esa limosna diaria, pudieron sentir y afirmar que toda su vida la vivieron ya encendidos de amor porque habían sentido que Don Bosco les había regalado su corazón.  

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