sábado, 28 de noviembre de 2015

Antona García.

Tagarabuena es casi un barrio de la noble ciudad de Toro, en la provincia de Zamora. De allí era una aguerrida moza, Antona García que, por su belleza y calidad humana, enamoró a don Juan de Monroy, hijo del señor de Belvís de Monroy, de Cáceres. Y con él se casó. En la contienda entre los partidarios de Juana, llamada la Beltraneja, e Isabel, hermana del rey Enrique IV de Castilla, fallecido en 1474, Monroy y su esposa Antona tomaron parte declarada por Isabel. Y el portugués conde de Marialba, de la parte de Juana, con los portugueses que los apoyaban, condenaron a muerte a Juan de Monroy, Pedro Pañón, Alonso Fernández Botinete, a un pastor llamado Bartolomé y a Antona, esposa de Monroy.  
Cuenta la historia (y a lo mejor es verdad) que a Antona, ajusticiada ante 400 soldados en la Plaza Mayor de la ciudad, la colgaron, como escarmiento, de una reja de la casa de Monroy. Y que Isabel, ya reina, la honró mandando dorar la reja de la que pendió Antona. Hoy la casa de Monroy es el palacio de Rejadorada.  
Casi dos siglos más tarde, en 1635, el gran Tirso de Molina escribió un drama dedicado a aquella gran mujer. Copio parte del diálogo entre el conde portugués Penamacor y Antona, de la que queda prendado. Le pregunta a la heroína por qué se pone de parte de Isabel de Castilla. Y ella le responde.
¿Por qué la amáis?                  Porque es santa.
¿Que tanta es su gracia?        Tanta.
Mayor es la vuestra.                ¿Sueña?
¿Es hermosa?                         Como un sol.
¿Es discreta?                           Como un cura.
¿Tanto?                                    Toda es hechizura.
¿Tiene valor?                           Español.
Será rubia.                                Como el trigo.
Será blanca.                             Como el ampo.
Será gentil.                               Como el campo.

Tanto Antona como el mercedario Gabriel Téllez nos animan a que miremos bien, a que admiremos mejor, a que nos enamoremos de tanta grandeza como nos ha precedido en nuestra incomparable Historia, a que elevemos el tono de nuestro agradecimiento a raíces tan nobles y aportemos lo más honroso de nuestros sentimientos, de nuestras vidas y de nuestros esfuerzos para seguir enamorados y enamorándonos de ella.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Por fin...

¿Laicidad o dictadura? Anda por ahí suelto algún indocumentado que pretende que la vida sea laica. La vida es laica sin que nadie lo pretenda. Laico es el adjetivo que se atribuye al pueblo que quiere y siente vivir su vida social sin que ningún dictador le dicte lo que tiene que hacer o lo que no tiene que hacer, lo que puede hacer y lo que no puede hacer. Porque laico es el adjetivo de pueblo. Laós es la palabra griega de donde nace laico. Es verdad que no siempre hubo libertad en Grecia. Que también en ella, patria de la laicidad, brotó alguna vez alguna planta envenenada que quiso corromper la libertad de su laicidad.
Quien siente ganas de que haya leyes que prohíban u obliguen a cosas, conductas o gestos personales que no dañan ni la convivencia, ni la libertad de los demás, ni el obligado crecimiento y maduración de la persona y de sus iniciativas propias o colectivas, tiene vena de dictador.
Es muy bonito (pero da pena o risa) ver, sentir y aguantar que quienes vituperan y casi sienten arrebatos de locura con el recuerdo de presuntos dictadores del pasado y del muy pasado, se levanten dictando (y, a ser posible, metiendo miedo) porque tratan de proponer y llegan después a imponer la libertad laica haciendo de dictador. Es dictador el que impone no comer carne roja más de dos veces por semana o el que destruye los signos de los que creen que Halloween es la forma más desenfadada de pasarlo bien o el que elimina la muestra de destreza y energía sorteando la bravura de las olas haciendo surfing.  
Hay una expresión muy nuestra que es la de decir que hacemos lo que nos da la gana. Entre otras poderosas razones porque además de la gana puede haber en el fondo de la propia conciencia fuerzas más hondas como la honradez, la convicción, la identificación, la fidelidad… Los nuevos tiempos no pueden venir con una ola que nos arrebate la posibilidad de poner una cruz en la tumba de las personas que no sufren ya con nosotros. ¿Hace una cruz mal a alguien? ¿A quién se le ha ocurrido borrar, raer o cercenar la flor de la vida que luce en tantos monumentos desde el Abydos de las primeras dinastías egipcias hasta las catedrales góticas que nos protegen de la ignorancia?
El dictador actúa siempre dictando lo que le gusta. Se me ocurre pensar que la dictadura del gusto, que tanto nos va atando, puede ir haciendo a la libre sociedad laica esclava del capricho del dictador que más fuerza tenga en su bocaza. 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La Tarántula.

… es, como sabes, una nebulosa en la gran Nube de Magallanes de nuestra Galaxia. Cosa de casa, a una distancia de nosotros de solo unos 160 mil años luz. Los astrónomos estudian qué pasa y qué pasará entre dos de las estrellas peculiares, calientes y macizas de la VFTS 32, que es una especie de almacén especializado en esa clase de estrellas. Es cada una de esa pareja como 30 veces mayores que el Sol y llega a vivir a 40 mil grados de temperatura, intercambiando con la otra el 30 por ciento de su materia.
Los centros de esas dos estrellas están muy cerca uno de otro: a solo 12 millones de kilómetros, que a nosotros nos parece mucho, pero para ellas es una bagatela. Son, dicen, “estrellas-vampiro” y, desde luego, una pareja rara. Y les auguran un final catastrófico: o un choque con una gran explosión lanzando por todas partes rayos gamma de larga duración o formando un sistema binario con agujeros negros y ondas gravitatorias imponentes.
Lejos de ese mundo temible y lejano, yo pensaba en los que están a punto de formar otras parejas, cerca de nosotros, en nuestras humildes coordenadas mundiales. Las que día a día se forman en tantos encuentros ocasionales, o de relaciones frecuentes y que proyectan vivir en unión y agrado. ¿No hay riesgo en ello? Naturalmente, no. Pero a veces lo que es natural y normal deja espacio a lo que es desengaño, desilusión, capricho, cansancio, exigencia, intransigencia, despecho, rechazo, desprecio, violencia… No exagero. Y tú, lector, inteligente y benigno, me das la razón porque lo sabes bien.
¿Qué ha fallado? Una pareja humana solo tiene un factor que procure el milagro de una misma identidad. En cristiano esa identidad se llama “una sola carne”. Y ese factor es el amor. El amor  - escribía Pablo de Tarso a sus amigos cristianos de Corinto - es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
Pero una condición como esa no se improvisa, no es patrimonio de un inmaduro, de un pelele, de un hombre o una mujer a medias. Es el fruto de una autoeducación constante, generosa y en sazón. ¡A sazonar!

viernes, 13 de noviembre de 2015

El Kilo.

Nos hacían aprender: “Un kilo es el peso de un cilindro sólido de platino e iridio que está muy guardado en el Bureau International des Poids et Mesures en Sèvres”, cerquita de París. Y el metro era, hasta 1960, un prototipo consistente en “la distancia que hay entre dos muescas en una barra de platino e iridio del mismo Bureau”.
Yo me hacía un lío con las palabras, me intrigaba lo del iridio y me indignaba que el metro y el kilo lo tuviesen los franceses. Y, naturalmente, me daba miedo pensar que al comprar garbanzos, pongo por caso, el kilo que usaban no fuese bueno.  
Después de 126 años ya no valen las definiciones almacenadas en la recámara de la memoria. Y afortunadamente ya no tienen de qué presumir el cilindro y la barra de Sèvres. Estoy de acuerdo con David Newell, físico del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de Gaithersburg, en Estados Unidos, en que “es un momento emocionante”. Duermo mal desde que lo sé. Dicen que el kilogramo no será más preciso, pero sí más estable. ¡Menos mal! Algo han conseguido los de Gaithersburg. Y no como el de París que podía sufrir un sofocón o un resfriado si no estaba siempre bien aislado. O perder algún átomo que otro. O ganarlo.
Como no estoy en edad de aprender más definiciones físicas o matemáticas, pero sí de defender posturas, me pregunto: ¿Qué criterio de valores tenemos al cultivar la preciosa cosecha que nos toca cuidar? ¿Pesamos y medimos con la medida adecuada? ¿O hemos decidido que no vale la pena vigilar, rechazar y eliminar al ladrón o maligno que nos sorprende de noche y le dejamos sembrar cizaña? Se nos ocurre que es inútil; que la mala hierba estará siempre entremezclada con la buena; que ya se darán cuenta los segadores del buen trigo al elegir y a los que coman el pan de separar el pan sano del pan envenenado.
Es decir, nos resulta más cómodo no hacer nada y dejar que sea la vida la que enseñe; nos parece que no pasa nada si no hacemos nada. Si la cosecha nos sale mal podremos siempre echar la culpa a los amigos, al mundo de hoy, a los otros, al primer otro que se nos ocurra: “¡Su madre no supo decirle las cosas como son!”. “¡Su padre no movió un dedo en su educación!”. “¡Los maestros de hoy no son como los de ayer que hacían siempre de los muchachos hombres de provecho!”.

No viene mal repasar nuestro cuadro de pesos y medidas. ¡Y usarlo!

domingo, 8 de noviembre de 2015

Letanía.

(¡Qué bien nos viene -en este mes de noviembre- acariciar esta preciosa letanía que nos sigue regalando Gustavo Adolfo Bécquer en la Solemnidad de Todos los Santos).

Patriarcas que fuisteis semillas
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte
rogadle por nosotros.
Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas,
rogadle por nosotros.
Almas cándidas, santos Inocentes,
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado,
rogadle por nosotros.
Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de verdad depositario,
rogadle por nosotros.
Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo en sangre roja,
al que os dio fortaleza en los combates,
rogadle por nosotros.
Vírgenes bellas cual las azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura,
rogadle por nosotros.
Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas,
rogadle por nosotros.
Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y rico tesoro,
al que es caudal de ciencia inextinguible,
rogadle por nosotros.
Soldados del ejército de Cristo,
santas y santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a aquel que vive y reina entre nosotros.

martes, 3 de noviembre de 2015

Y con el mazo dando.

Como sin duda sabes, sabio lector, los obeliscos son hijos de Egipto. Pero el nombre que hoy usamos para hablar de ellos, no. Es griego. Los griegos tenían en su admirable Grecia el obelós, es decir, el asador. Y cuando fueron a Egipto a alimentarse de ciencia y sabiduría quedaron asombrados ante esos monumentos a los que dieron el nombre de obeliscós, es decir, asadorcitos, “pinchitos” en jerga moderna. (Los griegos, además de sabios, eran alegres e irónicos: Obelix vino más tarde).
Parece que en el mundo hay unos cuantos obeliscos egipcios fuera de Egipto. Por ejemplo, ocho en Roma (Roma tiene, además, otros tantos hechos en Italia), tres más en esa península y hay otros ocho en varios lugares del mundo.
Asuán (Sienet antiguamente), en el Sur del Egipto antiguo, era la patria de los obeliscos y de muchas de las piedras (de granito sienita) usadas en monumentos y pirámides. El obelisco que preside estas líneas desde Asuán, es, desde hace siglos, símbolo y lección. A mí se me ocurren estos y estas. Tú serás más fecundo.
Símbolo de la perennidad de lo noble. Aunque yace y parece que no habla, ahí está para decirnos todo lo que su permanencia dicte a tu sensibilidad. No espera ya que lo acaben para elevarlo y trasladarlo desde su cuna a algún lugar suntuoso. No vale. Se rajó y en su cabeza partida no hay dignidad para erguirse como sus hermanos, los que ya apuntan hacia las estrellas. Pero, antes de que un leve temblor de rocas lo rajase, dándolo por perdido, hubo una legión de especialistas en darle, golpe a golpe, enérgica, pero suave y constantemente, la forma que le habría hecho grande y sagrado. Ya no sueña con levantarse. Pero los turistas que lo visitan y suben, como ves en la foto, hasta su noble costado, piensan con él y como él en su frustrada historia. 
Y hasta alguno piensa en el camino paralelo de la educación, en el inútil esfuerzo por hacer de un niño, de un joven un hombre hecho y derecho. ¿Por qué de una materia viva como es esa promesa infantil y juvenil no florece siempre y se convierte en fruto maduro el que tanto podía haber logrado? ¿Lo malograron sus padres? ¿Naufragó él entre ilusiones, distracciones, debilidades, cobardías, concesiones al agrado? ¿Hay alguna obra de arte en la que la tenacidad del maestro, la docilidad del discípulo, la mutua colaboración no hayan exigido constancia, tenacidad, pincelada tras pincelada, correcciones, golpes de gubia, de azuela, lima o punzón?