lunes, 23 de noviembre de 2015

Por fin...

¿Laicidad o dictadura? Anda por ahí suelto algún indocumentado que pretende que la vida sea laica. La vida es laica sin que nadie lo pretenda. Laico es el adjetivo que se atribuye al pueblo que quiere y siente vivir su vida social sin que ningún dictador le dicte lo que tiene que hacer o lo que no tiene que hacer, lo que puede hacer y lo que no puede hacer. Porque laico es el adjetivo de pueblo. Laós es la palabra griega de donde nace laico. Es verdad que no siempre hubo libertad en Grecia. Que también en ella, patria de la laicidad, brotó alguna vez alguna planta envenenada que quiso corromper la libertad de su laicidad.
Quien siente ganas de que haya leyes que prohíban u obliguen a cosas, conductas o gestos personales que no dañan ni la convivencia, ni la libertad de los demás, ni el obligado crecimiento y maduración de la persona y de sus iniciativas propias o colectivas, tiene vena de dictador.
Es muy bonito (pero da pena o risa) ver, sentir y aguantar que quienes vituperan y casi sienten arrebatos de locura con el recuerdo de presuntos dictadores del pasado y del muy pasado, se levanten dictando (y, a ser posible, metiendo miedo) porque tratan de proponer y llegan después a imponer la libertad laica haciendo de dictador. Es dictador el que impone no comer carne roja más de dos veces por semana o el que destruye los signos de los que creen que Halloween es la forma más desenfadada de pasarlo bien o el que elimina la muestra de destreza y energía sorteando la bravura de las olas haciendo surfing.  
Hay una expresión muy nuestra que es la de decir que hacemos lo que nos da la gana. Entre otras poderosas razones porque además de la gana puede haber en el fondo de la propia conciencia fuerzas más hondas como la honradez, la convicción, la identificación, la fidelidad… Los nuevos tiempos no pueden venir con una ola que nos arrebate la posibilidad de poner una cruz en la tumba de las personas que no sufren ya con nosotros. ¿Hace una cruz mal a alguien? ¿A quién se le ha ocurrido borrar, raer o cercenar la flor de la vida que luce en tantos monumentos desde el Abydos de las primeras dinastías egipcias hasta las catedrales góticas que nos protegen de la ignorancia?
El dictador actúa siempre dictando lo que le gusta. Se me ocurre pensar que la dictadura del gusto, que tanto nos va atando, puede ir haciendo a la libre sociedad laica esclava del capricho del dictador que más fuerza tenga en su bocaza. 

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