martes, 6 de octubre de 2015

Qué fatiga!!

Volver la mirada en la hondura de los tiempos nos puede hacer bien. Podemos comparar modos, medios, grandezas y límites. Por si acaso vale, te invito a una escuela “elemental” en la antigua Roma. Y repasar el Latín. Sigo al justamente admirado José Guillén en su monumental obra Urbs Roma
Los niños y niñas empezaban su vida escolar a los siete años, hasta los doce, en el ludus magistri. Ludus era juego, pero también escuela. Y para que no hubiese duda, se dejó lo de ludus y se dijo ya más tarde schola.
Había que madrugar para llegar a tiempo. Cada niño llevaba un farol hasta que la luz del día permitía apagarlo. Si la familia tenía medios, al niño le acompañaba todo el tiempo un pedagogus al que se le escapaba alguna vez un coscorrón. Y si los medios eran más abundantes se añadía un capsarius con la capsa que custodiaba las tablillas para escribir y los volúmenes (rollos de papiro) para escribir con la penna (pluma) o la arundo (caña) mojadas en el atramentum (tinta). Además del abacus y los calculi  de piedra o madera insertados en sus cuerdas. 
La schola era un local abierto, humilde, un toldillo o una pergula, una taberna o pequeño local comercial donde se vendía sabiduría. Es un decir.
Los niños se sentaban en bancos corridos, sin respaldo. El magister, en la cathedra, un asiento un poco más elevado. A veces, si había pared, colgaba algún mapa en ella. 
Escribían en el disticus (dos pequeñas tablillas enceradas que se cerraban sobre sí mismas) con un stylus o instrumento de escritura, en punta por un extremo para escribir y liso en el otro para allanar la cera.
El ludi magister enseñaba a leer, escribir y contar. En Roma había pocos analfabetos.
Al ludi magister se le pagaba el auctoramentum seruitutis. Recibía regalos en las fiestas de Minerva (19 de Marzo), Saturno (17 de Diciembre) y la strena (1º de Enero). Cobraba poco de cada alumno en los Idus de mes (más o menos, a mediados), menos en los tres meses de vacaciones ni los días que el alumno no iba a clase. Diocleciano estableció en 301 lo que cada alumno debía pagar al mes: 50 denarios, algo así como 0’45 euros.
Los maestros, casi todos libertos, eran duros y exigentes. Usaban la ferula (palmeta) o el látigo hasta finales del siglo I en que se pasó a una blandura criticada por algunos.
Al final de esta etapa escolar todos leían y escribían bien prosa y poesía, sabían las cuatro reglas de aritmética y se sabían de memoria las XII Tablas. Como hoy.

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