sábado, 30 de mayo de 2015

Hombres grandes.

Una de las grandes “devociones” de Don Bosco (seguimos recordando que estamos - ¡ya casi al final! – en el bicentenario de su nacimiento) era la del Papa. No sólo porque trató, recurrió y agradeció de corazón la extraordinaria atención que prestaron a sus singulares obra y vocación los papas Pío IX y León XIII, sino porque Don Bosco fue un torrente de afecto hacia el “Divino Salvador”, como llamaba a Jesús de Nazaret y veía en el Papa su presencia histórica. 
Llena con su originalidad (la del Evangelio) y su cercanía (la de Jesús) el aire en el que se relaciona con quienquiera que sea el Papa Francisco. Pero mantiene hacia su predecesor Benedicto una actitud de aprecio, respeto, cariño y deferencia que muestran la grandeza de uno ante la grandeza del otro.         
Es bueno que repasemos algunos de los sentimientos que Benedicto tuvo a bien manifestarnos. Al dejar el pontificado recordaba el cercano y ya lejano 19 de abril de 2005 al recibir la herencia del que poco después sería san Juan Pablo II: «En aquel momento, como ya he expresado varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: Señor, ¿por qué me pedís esto y qué me pedís? Es un peso grande el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, por tu palabra lanzaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, a pesar de todas mis debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor me ha guiado, ha estado junto a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia».
«Me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea. El Señor me ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero he sabido siempre que en esa barca está el Señor y he sabido siempre que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él el que la conduce, es verdad que por medio de los hombres que ha escogido, porque así ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar».
Y es igualmente bueno que tomemos esa convicción advirtiéndola en nuestra vida. No puedo ser padre que transmite lo mejor de su ser ni maestro o educador que vierte lo mejor de su sentir si no estoy convencido de que es el Señor, ¡siempre presente!, el que guía mi barca que es suya y que comparto con otros la brega de remar y lanzar la red.     

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