martes, 4 de noviembre de 2014

Sam Van Aken.

Un huertecito del estado de Nueva York, a punto de desaparecer, se ha convertido, según cuentan los periódicos, en el escaparate de un prodigio. En la foto anterior se puede contemplar uno de los dieciséis árboles, fruto de una impensable iniciativa. Sam Van Aken, profesor de la Syracuse University y, sin duda, también poeta, soñador, artista, decidido y emprendedor, lo adoptó hace seis años, y en uno de sus árboles frutales hizo cuarenta injertos de otros tantos árboles de frutos de hueso. Albaricoques, melocotones, almendras, nectarinas, cerezas, ciruelas… y así hasta cuarenta frutos diferentes, son ahora testigos de algo que nos puede servir de reflexión y ejemplo.  Y en primavera del gozoso premio a una decisión como la de Sam.
Parece que el injerto es cosa antigua: de los chinos hace cuatro mil años. Plinio el Viejo (23-79 dC), es decir, Gaius Plinius Secundus, dos milenios después, describía el injerto de púa. Nuestro ilustre Gabriel Alonso de Herrera (1513) en su Agricultura General (tomo IV) se refería con amplitud a este noble campo de los cultivos. Y tres siglos más tarde el francés André Thouin (1821) habla nada menos que de 1.119 tipos de injertos.
Basta el enunciado de los hechos para que broten espontáneas algunas reflexiones. Me limito a dos. ¿Cuál fue la semilla que en el pensamiento de Sam le llevó a emprender el camino que le ha conducido hasta aquí? ¿En qué medida cuentan la imaginación, la decisión, la tenacidad para ello? ¿Cuánto tiempo, intentos, fracasos, vueltas a empezar… hicieron falta para llegar a un final tan asombroso? Y (esto es lo que nos importa más): ¿En qué medida y de qué modos fomentamos, en nuestro serio cometido de educadores, el afán no solo por saber, sino especialmente por emular, por imaginar, por conseguir, por luchar, por innovar, por crear, por esforzarse, por sentir que siempre hay un más y un más allá que conquistar…?    
El triunfo de Sam parece un retrato del triunfo de la unidad de los Estados Unidos de América. Es el resultado de querer ser lo que se es, buscar una tierra nueva para poder serlo, aceptar la carestía, los sueños, el esfuerzo hasta la violencia (no siempre las cosas se hacen bien), el sudor, la conquista, la aceptación de todos y la identificación de todos en una nación que no tiene nombre propio, salvo el del injerto que le ha dado vida.

Hay naciones (aparentemente consolidadas desde hace siglos) en las que la diferencia, el distanciamiento, la envidias, el asqueroso egoísmo, la trapacería, las zancadillas son fruto y retrato del alma de sus habitantes. Habitantes en los que llevar la contraria, ladrar, morder parecen ser necesidades sin las que es imposible mantener a flote la propia dignidad y prestancia.

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