martes, 7 de octubre de 2014

Lepanto.

"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".
Así se presentaba, como recuerdas, Miguel de Cervantes en el prólogo de sus Novelas ejemplares. Y evocaba el día en que perdió gloriosamente la mano izquierda mientras celebraba la victoria de la Madre de todos sobre los turcos. Porque el papa san Pío V agradecía a la Madre de la Paz y de la Luz aquella victoriosa y empezaba a llamarla Auxilio de los cristianos.
Herida que “parece fea” pero que “él la tiene por hermosa” en “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos ni esperan ver los venideros”.
Cuando un hombre de la altura moral, entereza varonil y gratitud espiritual de Cervantes se expresa así, se nos despiertan, en el aniversario de aquel hecho, 7 de octubre de 1571, las ganas de descubrir la nobleza en nuestros aparentes fracasos y la altura insuperable de grandeza, honor y belleza espiritual, tan poco tenida en cuenta cuando la vida se llena de dolor victorioso.

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