lunes, 12 de mayo de 2014

Parsimonia.



Dicen los entendidos que parsimonia quiere decir usar, condicionar, desplegar las cosas, la vida, el propio aliento con un ritmo firme, entregado, decidido, enérgico (añade todos los adjetivos que quieras), pero también oportuno, prudente, sabio, cuidadoso. Un buen amigo me permite comentar una parábola sobre la parsimonia en forma de cuento que él escuchó a su abuelo. Tal vez lo conozcas ya, pero va bien recordarlo y aplicarlo de nuevo en tu labor de educador. Y como el cuento en sí es sustancia pura, te ahorro glosas. 

Narraba así: “Érase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiró tristemente diciendo: «¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?» Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz: «Trátame con cuidado, príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se irá soltando. No ignoro que deseas crecer pronto… Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven».

El príncipe, para cerciorarse, tiró con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto caballero. Tiró un poco más y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era por fin rey! Con un nuevo tironcito, inquirió: «Dime, bobina. ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos».

En el mismo instante, una bellísima joven y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, la curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando más hilo para saber cómo serían sus hijos de mayores.

Entonces se miró al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito de escasos cabellos nevados… El príncipe se asustó de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban agotados! Desesperadamente intentó enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Y la débil voz amiga nunca escuchada y que tan bien conocía le habló así: «Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al intentar pasar la vida sin molestarte en hacer el trabajo de cada día. Este es el fruto». Y con un grito de pánico, cayó muerto.

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