jueves, 29 de mayo de 2014

La osadía de creer.


El pasado 24 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey y clausura del Año de la fe, el Papa Francisco nos decía en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (42):

La fe siempre conserva un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos. Por ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio”.

Nos cuesta creer porque queremos saber, tocar, morder, constatar, probar, ver. Ver si es verdad lo que creemos. Y eso, naturalmente, no es creer. Queremos hacer objeto de nuestra “ciencia”, de nuestra experiencia, lo que es solo contenido de nuestra confianza, de nuestra convicción. “Si no lo veo, no lo creo”. Evidentemente si lo ves no tienes fe, sino evidencia. Es decir, no nos fiamos. Y lo peor es que solo nos arrimamos a las personas que nos ofrecen objetos para tocar. Las que, en cambio, nos hablan de esferas no tangibles, desaparecen de nuestro interés, de nuestra atención. Es cuestión de vagancia. Porque fiarse es mucho más hondo, más esforzado, más difícil, más comprometido que tocar. Aunque lo que se nos propone para creer es mas noble, más alto, más rico que cualquier cosa que podamos tocar, nos quedamos con lo “seguro”, que es lo tangible.

Pero si es difícil creer, se nos hace mucho más difícil amar. Porque amar no es solo adherirse a algo o a alguien que no siempre es tangible, sino que nos exige entregarnos. Y entregarse es regalar el propio “yo”, porque se decide enriquecer el “yo” del otro con nuestra propia identidad. Y eso es duro. ¿Por qué hay matrimonios que acaban en desbandada? Porque en esas coyundas el programa es querer no amar, poseer no darse.

Repasar las palabras del Papa nos pueden ayudar a rasgar, al menos un poco, el velo de nuestro egoísmo, para descubrir con asombro y hacer caso con valentía a Quien nos ama.   

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