jueves, 22 de mayo de 2014

Auxiliadora.



Gilbert  Keith Chesterton (ya ha venido otras veces a darnos las buenas noches) fue un hombre grande: medía 1,93 metros y pesaba 134 kilos. Tuvo una educación intensa de modo que su espíritu estaba movido por la inquietud de conocer, de conocer… Tal vez por eso se interesó por el ocultismo y en el diabolismo. Y creía en el demonio.

Se casó con Frances Blogg, anglicana practicante, quien le ayudó a que se acercara al cristianismo. Estudió seriamente los escritos tradicionales sobre la fe. Y los padres John O’Connor y Ronald Knox, convertidos, como él más tarde, al catolicismo, le ayudaron mucho en su camino hacia su fe católica. Se convirtió en 1922.

No quería una Iglesia que se adaptase a los tiempos, ya que el ser humano sigue siendo el mismo y necesita que lo guíen: “Nosotros realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando nosotros estamos equivocados...”.

Gilbert Keith Chesterton atribuía su conversión al catolicismo, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno, referido a María, quedaba reflejado así: «Un místico católico escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!". Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico…».

En mayo reverdecen muchas cosas. Lo verde es espera y esperanza. La sazón es de oro. Pero esperar nos mantiene en juventud, tensión, esfuerzo, camino… Todo eso nos brota en el espíritu con la presencia de la Madre de todos, Aquella a la que, según sentía Chesterton, “hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Como si dijese Auxiliadora de Dios. ¡Y lo es nuestra!

Andamos estos días del corazón de mayo celebrando o añorando la presencia viva de esa Madre siempre tierna, que nos toma de la mano o la pone sobre nuestra cabeza para que nuestro corazón mantenga siempre la nobleza de su estirpe.

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