martes, 25 de marzo de 2014

On-line.



En 1917, hace casi un siglo, don Miguel de Unamuno, a quien bien conocéis, revisó un libro propio que contenía siete ensayos.  El primero lleva el título de Contra el purismo. Y en él va afirmando: «Llamo aquí civilización al conjunto de instituciones públicas de que se nutre el pueblo oficialmente, a su religión, su gobierno, su ciencia y su arte dominante; y llamo cultura al promedio del estado íntimo de conciencia de cada uno de los espíritus cultivados… El proteccionismo lingüístico es a la larga tan empobrecedor como todo proteccionismo; tan empobrecedor y tan embrutecedor… cabe sostener que una de las más profundas revoluciones que pueden hoy traerse a la cultura (o lo que sea) española, es, por una parte, volver en lo posible a la lengua del pueblo, de todo pueblo español, no castellano tan sólo, es cierto, mas, por otra parte, inundar al idioma con exotismo europeo … la vida se debe a los excitantes, y hasta a las intrusiones de las corrientes heterodoxas. Las lenguas, como las religiones, viven de herejías. El ortodoxismo lleva a la muerte por osificación; el heterodoxismo es la fuente de la vida».
Transcribo esto cuando tímida y profanamente me asomo a tomar el pulso a la cultura de nuestro pueblo y advierto la siembra de palabras nuevas en nuestra lengua que seguramente encantarían a don Miguel. Advertiría con qué pujanza avanza el idioma castellano, por ejemplo, gracias al “heterodoxismo fuente de vida”: onlain (está claro ¿no?), internet, uasap, bloguero, chatear, customizar, friki, tableta, sánduich, estrés, “celular”, tunear, grafitero, video, comando, cliquear, sueter, toner…ueb, baner, hit, zip, aipad, uindos, feisbuk, email, android, escáner, pen, host, modem, pasuord…   
Y con qué docilidad el “proteccionismo, tan empobrecedor y tan embrutecedor” abre por fin el paso en el diccionario de nuestra Real Academia (con sus trescientos años a cuestas, que “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua) a la riqueza que aportan otras lenguas, por lo visto más limpias y luminosas que la nuestra.
Hasta aquí la ironía. Ahora un poco de seriedad. Porque la ironía es siempre un poco de pimienta negra. ¿A qué modos de vida, de conducta, de trabajo, de servicio… hemos abierto la puerta en estos cien últimos años? ¿Estamos seguros de que nuestra identidad, limpia, fija y esplendorosa, es de verdad una identidad que vale la pena conservar? O, al menos, ¿hay en ella rasgos conocidos, definidos, subrayados por el buen sentido y que ennoblecen la vida de los que los poseen?
No es esta tribuna de decisiones y definiciones. A cada padre, a cada madre, a cada educador le corresponde mantener el alma (no el arma) en alto para cerrar el paso a desviaciones en las líneas que deben definir nuestra fisonomía personal, familiar, colectiva, ciudadana, nacional. A costa de parecer raros o rancios. No es rancio el oro que se aprecia, se muestra y se mantiene como un tesoro estimable. No es rara la corriente de agua pura en la que cada uno y todos juntos podemos mirarnos, beber y bañarnos.

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