domingo, 27 de octubre de 2013

Luchadores.



Cuando tenía muy pocos años nuestro pequeño hombre entró de criado en una carbonería de su pueblo, perdido en la Mancha: escaso el jornal, mala la comida y un trato inhumano. Carbonería de las que hacen carbón y que no sólo lo venden. Y fraguaba, fraguaba…  la idea de huir de aquel negro rincón.

Hasta allí iban desde Madrid carboneros a buscar carbón. Uno de ellos, que se llamaba Juan, le trató con respeto y nuestro pequeño hombre le pregunto dónde vivía. El señor Juan le respondió que en la calle del Ave María. Y nuestro pequeño hombre al día siguiente solo, andando, con sesenta céntimos en el bolsillo, se encaminó hacia Madrid. Preguntó al llegar a un guardia dónde estaba la calle donde vivía un señor que se llamaba Juan, que era carbonero y que la calle tenía nombre de Semana Santa. El guardia lo miró con estima y se dedicaron a recorrer las calles con nombre de Semana Santa: Verónica, Amor de Dios, Válgame Dios, Desamparados… sin éxito. Pensó el guardia que tal vez se trataba de la del Ave María ¡y allí encontraron la carbonería del señor Juan que quedó pasmado cuando le oyó a nuestro hombre que había huido del pueblo para lograr un poco de luz para su vida!. Se quedó a trabajar en la carbonería de la calle del Ave María.

Los primeros ahorros y parte de los siguientes los invirtió en un silabario y una vela, después en un catón y más velas y aprendió, en la escuela nocturna de su cuartucho, a leer y a escribir.

Encontró la posibilidad de trabajar como listero en una obra y siguió con su escuela particular, abierta todas las noches donde él era maestro y al mismo tiempo, único alumno. Mientras tanto había pulido su persona y su presencia y entró en la casa del Marqués de… En ella tenía, entre otras misiones, la de acompañar al primogénito de la familia al Instituto. Pero por su cuenta se matriculó él también y empezó el bachillerato hasta que el marqués se enteró y le prohibió que asistiese a las clases con su hijo. Nuestro hombre se despidió de la casa.

Se colocó de oficinista, al mismo tiempo que completaba el Bachillerato al que siguieron los estudios de Derecho en la Universidad donde se doctoró. Más tarde cursó Filosofía y Letras y Ciencias Morales y Políticas. Fue Director General de Prisiones, Ministro de Justicia algunos meses y autor de varios tratados.

Como esto no es un cuento, sino la historia real de un hombre auténtico que él mismo relataba sencillamente, con naturalidad, sin dar importancia a nada que le pudiese servir de halago, llenando su conversación con las anécdotas y la descripción de los muchos lugares del mundo que había conocido, debe bastar, sin comentarios, para encender en todos el deseo de crecer.

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