domingo, 28 de octubre de 2012

Prever.



La reciente condena de un tribunal a siete miembros de la Comisión de Grandes Riesgos de Italia a seis años de cárcel por haber ofrecido información falsa sobre la posibilidad de que L'Aquila sufriera un terremoto nos llena de inquietud. En aquel seísmo del 6 de Abril de 2009 murieron 209 personas, como recordamos.
"La valoración que se hizo del riesgo sísmico fue aproximada, genérica e ineficaz en relación con los deberes de prevención y previsión que tenía la comisión" afirmó  la acusación. Por su parte la defensa sostiene que era imposible prever el terremoto.
Causan pena las víctimas causadas por el terremoto. Causa aprensión que no se pueda presagiar el seísmo. Y causa  desconcierto conocer que se condena a quienes no podían saber con certeza, sino sólo aproximada y genéricamente lo que podía suceder. 

Pero como aquí no se habla de terremotos sino que se pretende sacar de ello alguna lección que sirva para nuestra vida diaria, allá van estas reflexiones. ¿Es posible predecir cómo van a salir los hijos? ¿Los hijos bien orientados, de conducta recta, con actitudes maduras, trabajadores, austeros, generosos, entregados a su deber, a su familia, abiertos a los demás,  felices, altruistas… ¿son fruto de la suerte? Una madre de familia con hijos así, me decía, indignada: “Y me dicen que qué suerte he tenido con mis hijos”.

El desastre de la escuela, de la calle, de la historia… ¿puede dar al traste con muchachos sólidos en sus convicciones, fieles a sus valores, recios en la defensa de su identidad e independencia? Y, sin embargo, hay padres que encuentran enseguida culpables del desvío de sus hijos. Todo menos negar que son unos sinvergüenzas porque no han encontrado en su hogar ni hogar, ni padres, ni educadores, ni guías, ni modelos de bien. Me decía un padre sobre su hijo: “¡Ojalá se muriera!”. Y otro a propósito de un fallo grave de su hija: “¡Si lo hubiese sabido, le habría roto la cara de una bofetada!”. Y la hija comentaba: “¡Mi padre no me ha querido nunca!”.

martes, 23 de octubre de 2012

¡Contacto!



Hemos sabido estos días que la beluga NOC aprendió a hablar (los entendidos dicen que no se la debe llamar ballena blanca o de otro modo más cariñoso, porque las belugas tienen dientes y las ballenas, no). La beluga es gordita, pero no llega a crecer mucho. Dicen los entendidos (y podemos fiarnos de ellos) que los machos, más grandes que las hembras, no sobrepasan los cinco metros y medio. Las belugas tienen una protuberancia en la frente y son muy sociables. Tal vez para serlo poseen un sentido del oído muy alto.
En la Fundación Nacional de Mamíferos Marinos de EEUU (National Marine Mammal Foundation) en San Diego empezaron a sospechar, hará unos treinta años, que unas voces que se oían en el lugar donde nadaban ballenas, delfines y belugas procedían de una de éstas. Y la grabaron. Emociona escucharla… Y, más todavía, leer la interpretación del especialista de la Fundación, Sam Ridgway: que la ballena "tuvo que modificar su mecánica vocal para emitir este tipo de sonidos" y que "este esfuerzo sugiere una motivación para el contacto por parte del animal".
NOC murió hace cinco años. Pero escuchar su voz y saber que a lo mejor aprendió a “hablar” con los hombres para tenerlos de amigos nos debe llevar a una reflexión que eduque nuestro hablar. Y nuestro papel de maestros del habla con nuestros hijos, con nuestros nietos, con nuestros niños, con nuestros jóvenes, con nuestros amigos.
No ofende a nadie (y con ese deseo lo digo) afirmar que es triste constatar que algunas veces nos parece que en vez de hablar, ladran o mugen o rugen o balan. ¿Somos nosotros los que usamos un lenguaje que inspire violencia, miedo, humillación, deseos de huir, sometimiento, gregarismo, borreguismo o sentimientos de rechazo, antipatía, repugnancia, condena? Porque el habla se aprende esencialmente en el hogar. O en la guarida cuando no se ha sido capaz de crear un hogar.  
¡Cuántas veces hemos oído, y cuántas no escuchado, que enseñamos con la vida y que muchas veces hacemos de la voz, don precioso, un instrumentos de enemistad frente a todos y con todo! ¡Y cuántas veces hemos conocido familias en las que la voz es un tesoro adornado de belleza, respeto, estímulo, paciencia, cariño, acogida…!  

jueves, 18 de octubre de 2012

¿Agradecer?



El cantante napolitano Enrico Caruso murió joven, a los 48 años, el 21 de Agosto de 1921. Algunos especialistas del mundo del canto lo consideran como el mejor tenor hasta hoy. Además de una voz excepcional tenía un corazón grande y generoso. Había ayudado a los niños de un orfanato norteamericano. Según se cuenta, al conocer el hecho triste de su muerte, decidieron hacerle un regalo: enviaron un cirio al santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya para que ardiese las 24 horas de cada 1 de Noviembre en la capilla de la Virgen en su memoria. Dado que el cirio pesa 500 kilogramos y tiene 5.4 metros de alto y 1.5 metros de circunferencia, se calcula que durará 120.000 horas encendido. Como lo está sólo 24 horas al año, llegará hasta el año 6.921.

¿Es innata la gratitud en el ser humano? ¿Es sólida, duradera, constante? “Es de bien nacidos ser agradecidos” se dice entre nosotros. Pero se tiene la impresión, al girar la vista en el propio entorno, que este sentimiento no se da por igual en todos. ¿Es que hay alguien mal nacido? ¿O juega también la educación en el aliento de esta virtud? Yo no lo dudo. Cuando a un niño se le inicia razonada y sabiamente en la vida, ya desde pequeño, en el “sentido del otro” ante el hermano más pequeño o mayor que él, ante los padres, los maestros, los mismos amigos y compañeros, crece en él la actitud de aprecio, respeto, atención y afecto. Agradecer no es pagar una deuda por un favor recibido. Se podría saldar con otro favor recíproco y… en paz.
Agradece de verdad el que ve en el otro una persona para el que se ha hecho un hueco en el corazón. O, dicho de otro modo, agradece el que ama. O de otro modo todavía: enseñar a amar es ayudar a que crezcan todos los sentimientos positivos de los que es capaz el ser humano. Y así el agradecimiento será una noble irradiación del propio corazón.

sábado, 13 de octubre de 2012

Sensatez.



La luz que la Escuela de Salamanca lanzó sobre España y Europa en el siglo XVI brilló en los sensatos y concretos planteamientos económicos de Luis de Ortiz, contador de Hacienda de Castilla en el reinado de Felipe II. Los expuso en 1558 en el Memorial al Rey para que no salgan dineros de España.
En realidad, dicen los expertos, proponía un plan de desarrollo para detener (o, al menos, aminorar) la crisis económica que padecían nuestros abuelos. Por ejemplo: conservar el oro para rebajar el precio de los productos: fomentar los recursos, eliminar el ocio introduciendo el trabajo y la manufacturación de productos en vez de exportar las materias primas (¿recuerdas a Guicciardini?), supresión de las aduanas entre los diversos reinos de España, desamortización de los bienes de la iglesia y reforma fiscal. Esto suponía aumentar la productividad, fomentar el crecimiento demográfico, fomento de los regadíos, repoblación forestal, restricción de la expansión monetaria, disminución del consumo.
No se hizo nada. Pero los doctos de la democracia actual con sus sucesivos gobiernos podían haber recordado y aplicado a tiempo sus propuestas (modernas entonces y adaptables ahora) para ahorrarnos el síncope económico que padecemos, culpa de la torpeza secular y puede ser que racial que nos alienta.

Tal vez agrade leer algunas líneas del Memorial.
Entendido está que de una arroba de lana que a los extranjeros cuesta quince reales, hacen obraje de tapicerías y otros paños y cosas labradas fuera de España, de que vuelven dello mismo a ella, valor de más de quince ducados, y por el semejante de la seda cruda en madeja de dos ducados que le cuesta una libra, hacen rasos de Florencia y terciopelos de Génova, telas de Milán y otras de que sacan aprovechamiento más de 20 ducados; y en el hierro y acero de lo que les cuesta un ducado hacen: frenos, tenazuelas, martillos, escopetas, espadas, dagas y otras armas y cosas de poco valor, de que sacan más de 20 ducados y a veces  más de ciento. Y ha venido la cosa a tanta rotura que aun la vena de que se hace el hierro llevan a Francia, y allá tienen de poco acá herrerías nuevas, todo en daño no sólo de nuestras honras pues nos tratan peor que a bárbaros, mas aún de nuestras haciendas, pues con estas industrias nos llevan el dinero, y la misma orden se tiene en la grana y en la chinchilla y a lo demás que en España se cría y viene de Indias…

lunes, 8 de octubre de 2012

Herederos.



Francesco Guicciardini

Hemos paseado por estas líneas, hace ya casi diez meses, a Francesco Guicciardini, el joven “embajador” de Florencia que llegó a España en 1512 (¡quinientos años!) para sondear la inclinación del Reino de España (Fernando el Católico) en aquellos años de guerras y alianzas. Leamos algo de lo que consignó en su Redazione di Spagna sobre los españoles:
No se dedican al comercio considerándolo vergonzoso, porque todos tienen en la cabeza ciertos humos de hidalgos, y se dedican con preferencia a las armas con escasos recursos o a servir a algún grande con mil trabajos y miserias…
La pobreza es grande y en mi juicio no tanto proviene de la calidad del país cuanto de la índole natural de sus habitantes, opuesta al trabajo. Prefieren enviar a otras naciones las primeras materias que su reino produce para comprarlas después bajo otras formas, como se observa en la lana y la seda, que venden a los extraños para comprarles después sus paños y sus telas.
No son aficionados a las letras, y no se encuentra ni entre los nobles ni en las demás clases conocimiento alguno, o muy escasos y son pocas las personas que saben la lengua latina. En la apariencia y en las demostraciones exteriores, muy religiosos, pero no en realidad…
No nos tiene que dar vergüenza lo que Guicciardini vio en nosotros. O pensaba de nosotros. No debemos negarlo sin más. Y menos revolvernos contra uno que dice lo que ve o cree ver. En esa posible actitud se manifestaría ya la tendencia que tenemos a creernos perfectos y a no dejarnos señalar los defectos que hay en nuestro modo colectivo de ser y comportarnos. Lo único inteligente es preguntarse: ¿No hay en el español, es decir, no hay en mí lo que don Francesco comentaba del español tomado en conjunto?   
En tiempos de crisis (¿cuándo hay tiempos sin crisis?) el único camino posible es mirar hacia atrás y comprobar que los lodos de hoy son los polvos de ayer aceptados y asentados en nuestra historia. Y tomar la decisión de que de mí no dependa que el egoísmo y la vagancia produzcan fisuras en mi debida vivencia ¡Y en la convivencia!