viernes, 30 de diciembre de 2011

San Gimignano.


San Gimignano a la hora de la siesta 
Quien viaja de Siena a Florencia por la apacible, hermosa, acogedora, artista Toscana y a igual distancia de esas dos preciosas ciudades, descubre a la izquierda, en una colina elevada (y si no hay niebla, tan bonita y tan espesa como la de la Toscana), una ciudad amurallada de sueño: San Gimignano. Y si tiene tiempo y se desvía a la izquierda, como queda dicho, a la altura de Poggibonsi, puede encontrarse en medio de las altas torres que dan a San Gimignano su carácter propio y, creo, exclusivo. Tiene otros atractivos este viejo y casi misterioso lugar, asentamiento etrusco primero y romano más tarde. Pero lo que le ha dado carácter fue el fruto del tesón de algunos de sus habitantes, los nobles que lo habitaban en el siglo XII, que contendían en nobleza y apariencia y que levantaron en sus moradas (no podemos llamarlas simplemente “casas”) su propia torre, más alta que la del vecino, ¡claro está! Se conservan 15 de las 72 que parece que tuvo. 
La UNESCO, que anda a la caza de cosas y lugares donde colocar sus distinciones, declaró a San Gimignano, hace poco más de veinte años, Patrimonio de la Humanidad.   
¿Nos valen esta historia y estos pujos para mirarnos a nosotros mismos, mirar a los vecinos y mirar, sobre todo, a nuestros hijos? Sería pueril que nuestras vidas estuviesen movidas por el “¡Pues yo, más!” que tanto nos condiciona, generalmente, … ¡para ser menos!. Porque esa expresión, esa actitud interior, nace de la inmadura pretensión de aparecer, de parecer que, por ser máscara de la vida, suele ocultar el vacío interior que tan poco suele preocupar a los que andan locos por adornar el escaparate. “¡Yo no sé parecer…!”, decía Hamlet a Gertrudis, su madre. Hay quienes se alimentan de parecer. Y enflaquecen en el nervio interior del “ser”.
Pero puede haber otra mirada, no más benévola sino más exigente, al contemplar las altas torres de san Gimignano, que es la del estímulo, la emulación. Cuando un protagonista de la Historia (¡lo somos todos!) mira a su alrededor y descubre la grandeza de un obrero, la nobleza de una madre, la dignidad de un servidor público, los notables logros de un tesonero estudiante, la belleza de un paralítico que sonríe y agradece, la sonrisa de un paciente enfermo sin remedio… está estudiando y aprendiendo, si la entiende, la alta lección de ascender en la verdadera aristocracia, la interior.
¡Qué hermoso sería poder contemplar y vivir en medio de un bosque de torres no cerradas en sí mismas y alimentadas de envidia y acechanza, sino levantadas a costa de esfuerzo, sacrificio, entrega, solidaridad y amor! No sería utopía. Sería simple y sublime realidad de la que es capaz el ser humano, investido del Soplo divino.

martes, 27 de diciembre de 2011

Nuestra música.


En cierta ocasión, un buen hombre que viajaba con sus mulas cargadas de mercancías, fue asaltado por unos ladrones.
A la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encontraron a nuestro personaje cubierto de moratones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar.  Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con sus labios entumecidos e hinchados: "me robaron las mulas". Permaneció en un silencio que causaba dolor; y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “me robaron el arpa”... Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, comenzó a reír. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de aquel rostro desgarrado. Y, en medio de la risa, aquel hombre logró decir: “¡pero no me robaron la música!”.
Amigos: ¡La Música! Esa melodía interior que va modulando todo lo que hacemos, lo que soñamos, por lo que luchamos... Y que da, incluso, sentido a lo que sufrimos. Eso no nos los pueden robar, no podemos permitir que nos lo robe nadie. Y eso depende de nosotros. Cada uno sabrá qué son para él las mulas...; en qué consiste su arpa... Los acontecimientos, las circunstancias que forman parte de nuestra vida, podrán llegar a robarnos las mulas y el arpa. Pero no permitamos que nada ni nadie nos robe la música.
Nuestra música, como creyentes, es Jesús. Verdadera melodía que puede dar luz, sentido y alegría a toda nuestra vida. A ese Jesús de quien estamos a punto de celebrar el cumpleaños un año más. Los días que vamos a vivir serán días de bullicio, de nerviosismo y ocupaciones. Que nada de ello nos impida algún momento en que poder pensar, valorar y agradecer lo que el Niño de Belén es para cada uno. Nos puede parecer que cada año se repite lo mismo, que no hay novedad de una Navidad a otra... Cuando una melodía nos encandila, la estamos repitiendo continuamente, ¡y nos estimula!
Que la Navidad “repetida” de este año nos ayude a aprender, a interiorizar, esa melodía que es Jesús. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, nos iremos identificando con Él.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Jesús Vivo.

Greccio es una pequeña localidad a mitad de camino entre Roma y Asís. Y cuenta Tomás de Celano, franciscano desde joven, historiador y poeta, en su Vita prima de San Francisco, que éste quiso en 1224, tres años antes de morir, celebrar Navidad en aquella ciudad, “rica en su pobreza”, por la religiosidad de su moradores. Lo narra en el capítulo XXX de su obra.
Hombres y mujeres llegan gozosos llevando cada uno una luz “para iluminar aquella noche en la que se encendió en el Cielo, espléndida, la Estrella que iluminó todos los días y los tiempos”. Llega Francesco: ve que todo está según el deseo que había manifestado y se le ve radiante de alegría. Se acomoda el pesebre, se pone la paja, se trae al buey y al asnillo… Greccio es un nuevo Belén. Se canta y se llenan el bosque y las rocas de alabanzas al Señor. “El Santo está allí, extático, frente al pesebre, con el espíritu vibrante de compunción y de gozo inefable”. 
Después de la Misa, Francisco, revestido con sus ornamentos de diácono “canta con voz sonora el santo Evangelio: aquella voz fuerte y dulce, límpida y sonora, arrebata a todos con deseos de cielo... con palabras dulcísimas evoca al recién nacido, Rey pobre, y a la pequeña ciudad de Belén”“uno de los presentes - sigue Tomás de Celano - hombre virtuoso, tiene una admirable visión. Le parece que el Niñito yacía sin vida en el pesebre, y Francisco se le acerca y le despierta de aquella especie de sueño profundo. Y la visión prodigiosa no se apartaba de los hechos, porque, por los méritos del Santo, el niño Jesús resucitaba en los corazones de muchos que lo habían olvidado y su recuerdo permanecía impreso profundamente en su memoria”. 
Así se nos cuenta la historia de aquel primer Nacimiento. Y nos queda el deseo de que la voz de Francisco, la voz de tantos gestos de bondad de nuestro Rey pobre, que tan bien conocemos, despierten en nosotros, en nuestros hogares, en el corazón de nuestros hijos, en el de nuestros amigos, la presencia viva de Jesús que sólo nos pide que se lo abramos para poder entrar en él y cenar con nosotros.  

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El placer en el trabajo.


Cuando el hombre ya no encuentre placer en su trabajo y trabaje sólo para alcanzar sus placeres lo antes posible, entonces sólo será casualidad que no se convierta en delincuente.
Así pensaba el alemán Christian Matthias Theodor Mommsen, Nobel de Literatura en 1902. Y ese pensamiento y la contemplación de su vida bastan para que estas buenas noches sean un provechoso alimento interior. Es suficiente pensar en los muchos delincuentes o medio-delincuentes o abocados a serlo que no han encontrado nunca placer en su trabajo porque la única razón para soportarlo es obtener de él los medios para no tener que trabajar.
Nuestro personaje nació en 1817 en Garding, un pueblecito pequeño que en aquellos años pertenecía a Dinamarca. Su familia era humilde, pero su padre, pastor protestante, le orientó hacia las lenguas clásicas. En la Universidad de Kiel se doctoró en Derecho. Y obtuvo de la Academia de Berlín la financiación de un proyecto gigantesco: editar todas las inscripciones latinas del Imperio romano: Corpus Inscriptionum Latinarum. Cuando murió en 1903 se habían publicado ya más de 120.000 epígrafes. Fue catedrático en diferentes universidades de Derecho romano, Filosofía e Historia antigua.
Además de su ingente trabajo científico, quiso aportar sus esfuerzos y servicios al bien de su patria como Diputado en el Parlamento alemán en tiempos del bien conocido  Otto von Bismarck, contra el que se situó con la crítica a sus procedimientos, a partir de 1881.
Gracias a sus diligentes estudios lingüísticos se pudo establecer un cuadro muy aproximado de la distribución de los dialectos usados antes de la “imposición” histórica del Latín.
En la lectura repetida de la afirmación de Mommsen que abre estas líneas y la reflexión sobre su entrega al trabajo puede encontrarse un acicate poderoso para estimular el esfuerzo en el trabajo, sea de investigación, estudio, servicio en las muchísimas plataformas de enriquecimiento de la sociedad a la que nos debemos.  

domingo, 18 de diciembre de 2011

Proserpina.


Lago de Atecina Turibrigense Proserpina
Como todos sabéis a Proserpina, romana, la habían llamado antes y la seguían llamando en Grecia Perséfone o (para ir más de acuerdo con la carga del acento griego) Persefón. Era hija de Zeus y de Deméter. Aunque gentes más cercanas al mar decían, por si acaso, que de Poseidón, dios del mar, y de Deméter. Y aún otros que de Zeus y Stix, que dio nombre al río en el que sumergieron a Aquiles (menos el talón) para hacerlo invulnerable. A falta de su DNI, los habitantes de nuestras tierras de adentro, embebidos de lengua y cultura celta, la llamaban también Atecina, según consta en inscripciones romanas de hace veinte siglos más o menos.
De modo que un paisano de los campos que muchos años más tarde se llamaron de Badajoz (también de estirpe romana), recurrió a ella en busca de justicia. Veamos: No hace mucho tiempo se descubrió cerca del lago que daba agua a la entonces capital veterana, Mérida, a través del airoso acueducto que hoy llaman ”puente de los milagros”, una lápida que sigue clamando con estas palabras en una muy fiel traducción a nuestra lengua: 
   
Diosa Ataecina Turibrigense Proserpina, por tu majestad te ruego, te suplico que
vengues el robo que me ha hecho quienquiera que sea que me hurtó, afanó o me sisó 
estas cosas que escribo aquí abajo: 
seis túnicas, dos capas de lino, una camisa, de la que....... ignoro.......

Seguramente nos hace sonreír la ingenuidad del autor desconocido de ese ruego y súplica a la majestad poderosa de Atecina. Pero ¿se nos ha ocurrido que con más frecuencia de la que confesamos y con más intensidad de lo que los casos justificarían, también nosotros caemos en la misma hueca, casi infantil esperanza de que la señora de las aguas (era hija de Poseidón) nos resuelva los problemas que en la vida se nos plantean? ¡Cuántas veces echamos la culpa a ”otro”, no sabemos quién, de las consecuencias de nuestra vagancia, de nuestras distracciones tal vez mayúsculas, de nuestro suponer que no sucediese, pero sucedió, lo que no quisimos prevenir ni eliminar!
Y si esto tiene importancia en la propia vida es mucho más trascendente cuando se trata de la vida, del crecimiento, de la maduración de los que se nos confía, en primer lugar de los hijos. No podemos acudir a quien no va a respondernos cuando los hemos dejado perderse, los hemos abandonado a su exclusiva propia iniciativa cuando todavía no tenían edad para trazar una iniciativa acertada. Si han perdido el rumbo debemos pensar que lo mismo nos ha sucedido antes a nosotros, porque no hemos sabido ser para nosotros primero y para ellos también buenos pilotos. ¡Que Proserpina no nos contemple braceando infructuosamente en medio de las olas porque hemos perdido el barco o porque nos lanzamos a navegar sin más defensa que el traje de baño!

jueves, 15 de diciembre de 2011

El árbol de la Vida.


Sería pobre que el árbol de Navidad quedase en puro adorno en nuestras casas. Y sería rico que fuese fuente de sugerencias para nuestro espíritu. Se dan diferentes explicaciones sobre su origen y naturaleza: como la veneración del árbol venerado por los Druidas de Europa central que los cristianos tomaron para celebrar el nacimiento de Cristo siguiendo a San Bonifacio en el siglo VIII; él lo adornó con manzanas y velas precursoras de los adornos que hoy se usan.
Se difundió por la Europa más “moderna” casi mil años más tarde y parece que llegó a España a mitad del siglo XIX.
Evocan el árbol del Paraíso cuyo fruto provocó la soberbia del hombre en sus orígenes. Recuerda el árbol en el que Cristo dio la vida para que todos los hombres la tengan en abundancia y para siempre.
En Steyr, ciudad del norte de Austria, hay un árbol sorprendente. Es el altar de la iglesia del Niño Jesús. Se cuenta que en 1694 llegó a la ciudad un campanero nuevo, enfermo de epilepsia. Era un verdadero amigo del Niño Jesús. Y en un hueco de la corteza de un abeto puso una Sagrada Familia en cuya contemplación encontraba alivio para su mal. Oyó que se atribuía a una imagen del Niño Jesús la curación de una monja paralítica y él puso una copia de cera de aquella imagen en el hueco del árbol. Empezó a sentirse curado y comenzaron las peregrinaciones hasta el Niño Jesús del árbol.
Se construyó una iglesia alrededor de aquel árbol privilegiado, porque sobre él descansan el altar y el sagrario. Y sigue abrazando al Niño Jesús de cera que bendice a los hombres y los inunda con su luz.
¡Ojala el árbol de Navidad, el árbol de la Vida fuese en cada casa, en cada plaza, en cada ciudad en que se levante un foco que irradie amor y paz, los dones que Jesús nos regala al regalarse a sí mismo!