jueves, 31 de marzo de 2011

Amad la vida y respetadla

El aire huele a vida. El valle del Jerte estalla de blanco y dentro de pocos días (estamos a 31 de Marzo) parecerá un valle nevado. En muchas calles de nuestras ciudades se han encendido de vida los ciruelos japoneses (los expertos los llaman Prunus cerasifera) que hacen del paseo un regalo indecible. Y en muchas de nuestras ciudades un gentío que ama la vida, que defiende la vida, que desearía que ninguna vida quedase hundiese en la sentina del egoísmo, sale a proclamar su fe en la vida.
Hace muchos años un joven sacerdote, débil de fuerzas, pero recio en ser leal a la vida, visitaba las cárceles, conducido por otro santo defensor de la vida. Nuestro aprendiz de ministro de la Vida descubrió que las prisiones que visitaba, llenas de jóvenes, eran la antesala de la muerte, física o moral. Y descubrió que el Señor de la vida le destinaba a salvar aquellas preciosas existencias. Era Juan Bosco.
Muchos años más tarde, en 1884, pocos antes de su muerte, hablando en la fiesta de su santo a un grupo de jóvenes sacerdotes, antiguos alumnos del Oratorio de Valdocco, que habían ido a felicitarle:
“El Señor, que nos quiere a todos felices, nos da a conocer con estos azotes lo preciosa que es también nuestra vida temporal. Y vosotros, queridos hijos míos, procurad en vuestros sermones hablar a menudo de la muerte. Hoy en día no se hace aprecio alguno de la vida. Uno se suicida porque no puede soportar los dolores y las desgracias; otro arriesga la vida en un duelo; éste la derrocha en el vicio; ése se la juega en arriesgadas y caprichosas empresas; aquél la echa por la borda, arrostrando peligros para lograr venganzas y desahogar pasiones. Predicad, pues, y recordad a todos que no somos nosotros los dueños de la vida. Sólo Dios es el dueño. Quien atenta contra su vida, hace un insulto contra Dios; la criatura hace un acto de rebeldía contra su Creador.
Vosotros, que tenéis talento, encontraréis ideas y razones en abundancia y la manera de exponerlas para inducir a vuestros oyentes a amar la vida y respetarla, con el gran pensamiento de que la vida temporal bien empleada es precursora de la vida eterna”.

martes, 29 de marzo de 2011

Dios no da manotazos

Encaminándonos, en el momento que nos encontramos, hacia la luz y el triunfo de la Pascua, no está de más considerar que nos sucede como a nuestro Maestro y Señor: solamente llegaremos a la luz y el triunfo definitivos atravesando, de algún modo, momentos de oscuridad y dolor; que pueden ser en muchos casos la incomprensión, la humillación, el desprecio...
No hemos de pensar que estas situaciones tengan que darse únicamente de modo personal, sólo en ese ámbito.
La fe en Cristo Jesús nos hace hermanos y nos constituye en una misma familia. Es la Iglesia, la familia toda de Jesús, quienes estamos hoy sufriendo la persecución, la humillación y el acoso en muchos lugares y niveles. También muy cerca de nosotros. ¿Llegamos a sentir que nos salpica ese dolor?
No podemos reducir nuestra actitud al lamento, a la queja y la protesta. Es verdad que hay situaciones y comportamientos que nos indignan. ¿A quién no le causa vergüenza y estupor, aunque no sea creyente, lo sucedido hace unos días en la Capilla de la Universidad Complutense de Madrid? ¿En un lugar de cultura y preparación de las futuras generaciones se puede dar tal grado de prepotencia e intolerancia?...
Podemos hacer muchas más preguntas y expresar nuestra indignación...
Pero, ¿nos sentimos cercanos y partícipes del sentimiento de quienes, estando allí orando, sufrieron la humillación, el desprecio...?
Hay una cuestión en la que me ha hecho reflexionar la frase de un ateo francés, Albert Camus, que encontré en una lectura hace unos días: “La honestidad consiste en juzgar a una doctrina por sus cimas, no por sus subproductos...”. Por el contexto de sus palabras, se refería a la fe cristiana.
Existen en nuestro tiempo muchas personas que siguen juzgando al cristianismo, a la Iglesia, por sus errores, fracasos y pecados únicamente; pero no prestan atención a sus “cimas”… Forma parte de la condición humana.
Hay un reto y compromiso para nosotros: ser capaces de convertirnos, en este momento que vivimos,  en “cimas”; a fin de que, tanto ahora como en la historia posterior que nos juzgue, podamos ser punto de referencia de honestidad, de fidelidad, de amor...
En las circunstancias que nos toca vivir, “nuestra vida será el testimonio más difícil, pero también el más auténtico”. Contamos con la ayuda del Señor. Y con su ejemplo.
También Él presintió el sufrimiento y tuvo miedo... Sin embargo, se sometió a la muerte. Una muerte que, incluso muchos creyentes, podemos considerar gratuita, innecesaria..., porque se hubiera podido evitar “con un manotazo de Dios sobre los hombres malvados”...Pero no es ese el proceder de Dios.

domingo, 27 de marzo de 2011

El Crystal Trío


Si oyes que los siberianos Vladimir Perminov, Vladimir Popras e Igor Sklyarov, es decir, el Crystal Trio, dan un concierto, no te lo pierdas. El primero toca la flauta de Pan; Popras, el verrófono con nueve octavas; e Igor, el arpa. Todo con instrumentos de cristal. Y suenan como un auténtico regalo. Los dedos húmedos sobre el borde de copas y de tubos hacen que la música de Musorski, de Chaikovski (¡bueno, sí, Tchaikovsky!), de Borodin, Glinka, Cui, Balakirev, de… quien quieras, te hagan sentirte envuelto en esa preciosa música rusa que tanto te gusta. 
Y no son aficionados callejeros (aunque a veces tocan en la calle), sino profesionales titulados de conservatorio que le han encontrado gusto al cristal. Son jóvenes y serios (Igor tiene bigote) y responsables de una música exacta. 
Ver sus manos que acarician suave y rápidamente el cristal sin que haya un error en las aproximaciones de sus dedos, me hace pensar en una palabra, que es un adjetivo, de uso frecuente entre nosotros: chapucero. Chapuz, chapuza, dice la Real Academia de la Lengua, es un término foráneo prestado. Pero nos ha gustado tanto, que parece creado por nuestro genio y para nuestro ingenio; que es nuestro, ¡vamos! El Crystal Trio no tiene nada de chapucero. Se adivina en la retaguardia de sus gestos un ejercicio diario tenaz, constante, de muchas horas al día, de una precisión sin mella. 
Tengo que repasar mi arte, mi ciencia, mi saber, mis lecturas, mi conciencia, mis estudios, mis trabajos, mis servicios, mi carrera, mis proyectos, mi profesión, mi trato, mis contratos… mi familia, mi alma, mi colesterol, mi tabaco, mis planes, mis amistades, mis deportes, mis gastos… y preguntarme con sinceridad y valentía: ¿Soy chapucero? ¿Me digo a mí mismo: “¡Qué más da. Nadie se entera! ¡Da lo mismo!. ¡Total para lo que se va a ver!”?
Pero ¡ay del “profesional” que me falla!: “¡Verde! ¡Lo pongo verde! ¡Se va a enterar!”. Y andamos por la vida concediéndonos amnistía para nuestras chapuzas mientras que condenamos a cadena perpetua, si no a la hoguera, a los que han querido pegárnosla con su torpeza y su inconsciencia. ¡Justicia, ante todo!

viernes, 25 de marzo de 2011

El respeto...


Hace algunas semanas seres procedentes de las cloacas o de algún zoo de puertas abiertas (¡universitarios, no!) invadieron las capillas de dos centros educativos. De todos es conocido el hecho.
Podemos asegurar que no eran universitarios por muchas y fuertes razones. Una de ella es que los hechos tuvieron lugar en dos universidades. Y en ellas hay un responsable último y responsables intermedios (educadores, como se exige y supone a quienes forman hombres y mujeres y no domesticadores de animales) que velan porque en el ámbito universitario no tengan lugar actos parecidos a aquelarres de hienas. Es decir, usan todos sus recursos para que no invada su recinto la marabunta.
Un universitario es una persona educada. O, si todavía le falta algo para serlo, está en camino de lograrlo. Es más, se supone que en ese camino, ya a las alturas de la universidad, se va adelante con un bagaje de educación notable.
Un universitario, ya antes de serlo, es persona. Y la persona sabe que el rasgo más elemental de comportamiento cuando se forma parte de un grupo humano (las piaras son otra cosa) es el respeto. No a las ideas, que no existen por sí mismas, sino que se tienen. Y bien puedo no tener las ideas que tienen otros. Pero respeto, sí. Respeto a la Naturaleza, al derecho de cada uno, a las personas.
Las dictaduras, cuando fueron iniciativa de cerebros desbocados, no fueron y no son respetuosas. Un universitario, que estudia el mundo que contempla en la historia y en la cruda realidad que le rodea, conoce bien los rasgos de los dictadores. Y entre ellos está el de no tener respeto a las personas. Van a lo suyo que es prevalecer. Prevalezco porque sé que yo tengo el poder, tengo la razón, tengo la fuerza, tengo las ganas, tengo necesidad de suprimir al que no piensa como yo, al que no se calla bajo mi bota…      
Un universitario sabe que la ciencia (que es lo que se ofrece y busca en la universidad) está estructurada sobre el respeto. El que impone (sea catedrático o alumno), el que excluye (esté aprendiendo o crea que está enseñando), el que descalifica (tenga o no, o crea tenerlo, título para ello) no es persona. Será o querrá ser león jefe de la manada, o procesionaria que abre camino vertiendo babas de adhesión, pero no persona, porque no tiene respeto, porque ignora que hay otros y que cualquier otro quiere ser y tiene derecho a ser él mismo. Respetando a su vez, claro está.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Olvidar, ahogar, destruir

Flavio Pagano es un joven e inquieto emprendedor (y no empresario) italiano (Nápoles 1962). Fue editor (¡a los 23 años!), se volcó en la musicología, pasó al relato, al teatro, a la televisión, al periodismo… Hace algunas semanas publicó una novela a la que puso por título Muchachos borrachos  (Ragazzi ubriachi).
Pudiera llamarse tesis. Con dos ideas centrales: los jóvenes (muchos jóvenes, afortunadamente no todos, ni mucho menos), fruto de una sociedad saciada de vacío, tratan de disolver su propia historia interior, presente y futura, bebiendo "para olvidar una vida que no han vivido todavía". O buscan el riesgo como un sustitutivo o una solución de su propio vacío; y los adultos “ofrecen sólo confusión y debilidad”.
Más que comentar, vale que leamos su propio comentario. Nos valdrá como estímulo para juzgar si lo que dice nos afecta, por qué nos afecta y en qué medida, y qué debemos hacer para que nuestra historia y la historia de nuestros hijos (y de nuestros nietos) tengan otro sesgo.
“Bajo la futilidad aparente de las razones que dan o tienen para beber hay un vacío inquietante. No les vale ya beber para alegrarse y pasar un rato de juerga. Pasan a emborracharse y a regar su vida con un sollozo de rabia”. Ni la familia ni la escuela ni la sociedad ni la política ni el arte ni el deporte les dan referencias en qué apoyarse. “Los muchachos borrachos forman parte del pueblo de los invisibles, de los que, para sentir que existen, tienen que quemar un contenedor en una manifestación o vomitar en el retrete de un bar”.
Es frecuente que en las familias se dé, de un modo abierto o sordo, “un choque entre personas que se buscan desesperadamente. Todo sucede en una familia "normal", donde no hay problemas económicos ni  un nivel cultural insuficiente. Es ahí donde el alcohol muestra su insidia. Porque no produce escándalo, no parece una cosa peligrosa. Los padres subestiman con frecuencia las señales de crisis de sus hijos. Son ellos los primeros en estar borrachos. Borrachos de aburrimiento, de frases hechas, de ideas sin raíces, de palabras. Los padres de hoy frecuentemente son en realidad eternos hijos. Lo que un muchacho necesita es el ejemplo… Antes de hablar con los hijos hay que escucharlos, verlos. Estar presentes. Proponer reglas y dar el ejemplo de la propia persona. La clave es esa. Si no, las palabras, que son un mundo maravilloso, se convierten en cháchara. Hace falta amor y también firmeza”.

lunes, 21 de marzo de 2011

La tierra tiembla


Desde las 08.55.38 (hora local) del 09.03.2011 hasta las 07.06.11 del 16.03.2011 las sacudidas que se sucedieron cerca de Honshu (costa Nordeste del Japón: 40º N – 140º E) fueron 502. Así lo comunica el U.S. Geological Survey y sabemos casi todos.
El día 11 hubo 130, de las que una, la de magnitud 9.0, a la que llamamos ingenuamente “el terremoto de Japón”, despertó de la relativa tranquilidad de su sueño  a los japoneses de aquella latitud a las 05.46.23. Porque de las 502 de esos ocho días sólo 4 habían alcanzado o superado levemente la magnitud 6.0. Creyeron que era uno más de los vaivenes de todos los días.
Ellos saben que “la Tierra tiembla” no es sólo el título de una vieja y dramática película de Visconti, sino una realidad natural e igualmente dramática de esta Tierra en que posamos nuestros pies. La Tierra tiembla desde que existe. Y tiembla el Sol y tiemblan las estrellas. Y no está en nuestras manos detener ese proceso que pertenece a la naturaleza de su ser. La Tierra es así de bella porque ha vivido temblando desde hace miles de millones de años.
Pero hay sacudidas que nos interesan profundamente sobre las que sí podemos (¡y debemos!) alargar nuestras manos y, sobre todo, nuestro corazón. Son las de una tierra bendita, fruto del amor, que son los hijos, que viven y crecen movidos por las sacudidas de su naturaleza o las de su entorno. En esa tierra hemos puesto la riqueza de su herencia. Y tal vez nos hemos quedado pasmados cuando hemos visto en su historia las pequeñas sacudidas de su personalidad (la ruptura del gracioso capullo para que empiece a lucir al sol la flor; la crisis de su belleza para dejar que se forma el fruto) o las que recibe del vaivén de eso que no existe y que llamamos cobardemente sociedad para sacudirnos la responsabilidad de educar o de no haber educado. No nos damos cuenta de que estamos ausentes de la vida de nuestros hijos. Algunos de ellos afirman que nunca han hablado con su padre. Le han dicho “cosas” y han recibido muchos sermones. Pero nunca han tenido la oportunidad de sentir que su padre (y su madre) “es” para él; que la comunicación es, no sólo una necesidad, sino el placer de crecer gustando del aliento de quienes le dieron la vida por amor y deben seguir dándosela con el amor equilibrado de cada gesto en una relación mutuamente creadora. 
Y si ante una tragedia como la de Japón lo único que oyen decir es que “¡es terrible!”, “¿qué nos puede suceder a nosotros?”, “¿llegarán hasta aquí los efectos?”, “¿podrá pasar en nuestras centrales nucleares lo mismo?”, estamos sembrando dos tristes semillas: la del miedo que parece ser el único sentimiento que nos queda hoy ante todo (y que está abonando con tanto agrado la mal llamada por unos “opinión pública” y por otros “el alma del pueblo” y algunos irresponsables nucleares); y el egoísmo, que nos envuelve ya hasta la asfixia en su manta protectora, como si pudiésemos ser hombres, ser humanos, crecer y madurar encerrados en la estéril cloaca del “nosotros, nosotros mismos, sólo nosotros”.

sábado, 19 de marzo de 2011

¡No nos mires!


Katia Molodovsky (1894-1972), hebrea rusa, fue una excelente poetisa, seleccionada  para la obra monumental promovida por el National Yiddish Book Center de los Estados Unidos y finalizada el año 2001, que reúne las “cien mejores obras de la moderna literatura judía”.
La oración que podemos leer a continuación nos ayuda a penetrar un poco en el alma de un pueblo elegido, amado y perseguido en la historia por el dolor.

"Dios de misericordia, escógete otro pueblo mientras tanto.
Nosotros estamos cansados de morir y de muertos, no tenemos ya oraciones.
Escógete otro pueblo mientras tanto.
No tenemos ya sangre para el sacrificio.
Nuestra casa se ha convertido en un desierto.
La tierra escasea de tumbas para nosotros;
ya no hay para nosotros cantos fúnebres ni himnos de lamento en los viejos libros.
Dios de misericordia, santifica otra tierra, otra montaña.
Nosotros hemos cubierto ya todos los campos y cada piedra con ceniza santa.
Con viejos y con jóvenes y con niños se ha pagado
cada letra de tus diez mandamientos.
Dios de misericordia, desfrunce tus ardientes cejas y mira los pueblos del mundo,
dales profecías y "días de temor".
Se murmura tu palabra en toda lengua, enséñales las obras, los caminos de tentación.
Dios de misericordia, danos vestidos ásperos de pastores de rebaños,
de herreros con martillo, de lavanderas, de trabajadores del cuero y más sencillos aún.
Y haznos otro favor, Dios de misericordia, quítanos este aire de sabios”.

Otro hebreo, dos mil años antes, José de Nazaret, había sentido el mismo peso de la misma cruz. Pero su vida estuvo volcada en aceptar en silencio la defensa de la Vida, de la belleza, del Bien y del Amor, perseguido por la envidia, la persecución, los celos, la violencia y la muerte.  Hoy lo admiramos, tratamos de  aprender algo de él y le pedimos que siga junto a nosotros que tan sobrados andamos de palabras y tan pobres estamos de lealtad, de honradez y de apertura y de entereza a los proyectos de Dios.