miércoles, 26 de enero de 2011

¿Sí? ¿No? El arte de educar


      ¡Qué encargo tan delicioso es el que reciben los padres de ser pajes de los Magos! La fiesta de los Reyes es un sueño compartido, preparado, vivido y disfrutado... Es un monumento absoluto al SÍ al niño que pide y recibe. Y una experiencia de orgullo, de paz y de calma de los padres que dura... un largo rato.
     Mientras eso lo experimentábamos en nuestras casas, en Bielorrusia (¡lo contaban los periódicos a mediados de enero de 2011!), en la región de Grodno, tuvo lugar un hecho como éste: un cazador sorprendió en la nieve a un zorro, apuntó, disparó, lo abatió y corrió a echarle mano. Pero cuando lo intentó, el zorro dio un manotazo que alcanzó el gatillo (¡sin mala intención: los zorros son honrados!), salió la bala, hirió al cazador en una pierna y el zorro salió corriendo. ¡El cazador cazado!
     Es frecuente que en la educación de los hijos suceda lo mismo. El padre (y un poco la madre) se siente investido de autoridad y usa del SÍ como de un supremo instrumento para ganarse al hijo. A la vuelta de la esquina no hay NO que quepa en la letra chica del pacto mutuo. El cazador ha sido cazado. Y el hijo manda. Habrá gritos, amenazas, intentos de echarle de casa, de suprimirle la paga semanal… por parte del padre. Pero como el hijo no ha aprendido el valor del NO, porque no lo ha oído nunca, al final se hace lo que él manda.
     Parece una caricatura, una exageración, una acusación injusta. Pero “parece”, porque no gusta oírlo. En el fondo se reconoce que el deber, la disciplina, la auténtica autoridad (que es ayuda a construir) son desconocidos en el dulce hogar que se comparte. Dice para alivio de la propia cobardía: “¡Ya eres mayorcito! ¡Tú verás lo que haces!”. Y el hijo, que no sabe lo que hace, hace, naturalmente, lo que le da la gana. Es decir, lo que hizo siempre. Porque desde niño sabe que por ser bueno, por ser guapo, porque le quieren mucho, porque así deja en paz a los padres… (hasta la siguiente), oye siempre SÍ, cuando está claro que no siempre era esa la respuesta que debía haber recibido.            
     Y de ese modo, tan frecuente en la maraña social y moral en que vivimos, el niño deja de ser niño; es adolescente, deja de ser adolescente; es joven, deja de ser joven; y llega a parecer maduro dándose como respuesta SÍ a todo lo que le gusta, y exigiendo esa respuesta de los demás, especialmente de los padres que son quienes debieron decirle la verdad. El deber, el cumplimiento de una tarea, la renuncia a lo que no se tiene derecho o posibilidad, el sacrificio que ahorma la personalidad, la solidaridad con quien al lado necesita ayuda, la entrega de algo propio o de sí mismo a una causa noble, a un proyecto arduo, a un camino largo y pesado cuando es necesario, son esferas desconocidas.  
     ¿Cuál es el camino? La ternura empapada de razón. Sin ternura no se educa. Pero sin razón tampoco. Y la razón es el ejercicio que ayuda a darse cuenta (razón) padre e hijo de la mano, o del brazo (ternura), que hay decisiones, actuaciones, vivencias en las que se debe partir de un NO claro, gallardo y decidido. Y otras para las que la respuesta es un SÍ igualmente rotundo, valiente y definitivo. Y que ambas respuestas, tanto el SÍ como el NO acertados, son un bien cuando se está tomando en las manos el propio destino.

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