domingo, 30 de enero de 2011

Don Bosco, ASOMBRO…

… de los que le conocieron o estudiaron. Y a ellos acudimos hoy para escuchar lo que pensaron o sintieron de él.
    En marzo de 1861, dos años después del nacimiento de la Congregación salesiana, los que compartían con él pan y vida, escribieron: “Las grandes y luminosas dotes que brillan en Don Bosco, los hechos extraordinarios que ha vivido y que todo admiramos, su modo especial de conducir a la juventud por los difíciles caminos de la virtud, los grandes proyectos que se ven madurar en su mente para el futuro, nos revelan en él algo sobrenatural y nos hacen presagiar días más gloriosos para él y para el Oratorio. Esto nos exige un estricto deber de gratitud y la obligación de impedir que nada de lo que se refiere a Don Bosco caiga en el olvido”.
     Don Miguel Rua, al que aceptó entre los suyos cuando era un muchachito y que fue su fecundo sucesor al morir en 1888 afirmaba: “Un hombre en el cual Dios elevó la paternidad espiritual a su más alto grado… Siendo jovencito me sentí prisionero de una fuerza afectiva que embelesaba mis pensamientos, palabras y obras… Sentí que era apreciado de una forma jamás experimentada hasta entonces”.
     Un gran salesiano, Alberto Caviglia, que conoció a Don Bosco en sus últimos años y que lo estudió seriamente lo definía así: “El educador y el pedagogo, el padre de los necesitados, el fundador de congregaciones religiosas, el apóstol de María Auxiliadora, el creador de uniones laicales en el plano mundial, el promotor de la caridad cooperativa, el propulsor de misiones lejanas, el escritor popular de obras apologéticas, el luchador de la prensa católica, el creador de la escuela profesional católica, el hombre de la piedad religiosa y de admirables empresas humanas todos juntos y al mismo tiempo obran y avanzan, como si fueran muchas personas nacidas y destinadas a una sola de esas obras, pero que se funden en la única persona de un sacerdote: Don Bosco”.
     Los testimonios son tantos que, para completar estas líneas, transcribo sólo las que José Lombardo Radice, prestigioso pedagogo italiano de los primeros años del siglo XX y que se define a sí mismo en un artículo publicado en una revista de pedagogía de 1920: “¿Don Bosco? El secreto está ahí: ¡Una idea! Nuestra escuela: muchas ideas. Muchas ideas las puede tener también un imbécil, cura o no cura, maestro o no. Don Bosco era un gigante que deberíais tratar de conocer. Supo crear un imponente movimiento de educación en el ámbito de la Iglesia dándole de nuevo el contacto con las masas que aquella había perdido. Para nosotros, que estamos fuera de la Iglesia y de toda iglesia, es también un héroe: el héroe de la educación preventiva y de la escuela-familia. Sus seguidores pueden estar orgullosos de él. Nosotros podemos aprender de su obra algo para la escuela laica”.

viernes, 28 de enero de 2011

Palabras (y realidades) en desuso

En efecto, hay palabras que ya no se usan, o se usan raramente o, por usarse raramente, algunos las usan sin saber lo que quieren decir. Recuerdo el elogio que quería hacer un comensal de un consomé añadiéndole el adjetivo “nauseabundo”. ¿Para qué añadirle nada si estaba tan bueno? Seguramente le sonaba bien, pero a los que compartían con él mesa y conversación les cayó, al menos, como si estuviesen descubriendo una mosca en el plato.
Por ejemplo, palabras que no se usan o se usan poco o se usan mal son maledicencia, honestidad, retruécano, deber, palíndromo, perdón, renuncia, talante, sacrificio, tremebundo, solidaridad, amor, hipocorístico, valentía, santidad… 
Vamos con esta última intentando descubrir lo que los especialistas, por ejemplo Don Bosco y San Francisco de Sales, muy nuestros, decían de ella.  El primero decía que Dios nos quiere a todos santos y que serlo es fácil y que está muy bien premiado. Nuestro Patrono, el obispo de Ginebra, escribía con rotundidad que “es un error, por no decir, herejía, pretender excluir la santidad (él escribía “devoción”, que es lo mismo) de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir que la santidad puramente contemplativa, monástica y religiosa, no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de ese triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar”.  
¿Y por qué es fácil ser santo? Porque serlo es sólo saberse y sentirse amado por Dios. ¡Nada más! ¡Nada menos! El que, poco inteligente, se enreda en redes de pesca inútil y no se esfuerza en ejercer su condición de hijo de Dios (amándole como a Padre) como madre de familia, como hijo, como vendedor de bisutería, como funcionario, político, deportista, escultor, médico… se encuentra cada mañana con que la barca le sigue estando vacía porque sus redes no dejan lugar a la pesca.
Y cada mañana despierta con sed de algo más, de infinitud, de auténtica y sólida felicidad. Sin darse cuenta de que lo que desea lo tiene ya dentro de sí: ¡Dios me quiere!

miércoles, 26 de enero de 2011

¿Sí? ¿No? El arte de educar


      ¡Qué encargo tan delicioso es el que reciben los padres de ser pajes de los Magos! La fiesta de los Reyes es un sueño compartido, preparado, vivido y disfrutado... Es un monumento absoluto al SÍ al niño que pide y recibe. Y una experiencia de orgullo, de paz y de calma de los padres que dura... un largo rato.
     Mientras eso lo experimentábamos en nuestras casas, en Bielorrusia (¡lo contaban los periódicos a mediados de enero de 2011!), en la región de Grodno, tuvo lugar un hecho como éste: un cazador sorprendió en la nieve a un zorro, apuntó, disparó, lo abatió y corrió a echarle mano. Pero cuando lo intentó, el zorro dio un manotazo que alcanzó el gatillo (¡sin mala intención: los zorros son honrados!), salió la bala, hirió al cazador en una pierna y el zorro salió corriendo. ¡El cazador cazado!
     Es frecuente que en la educación de los hijos suceda lo mismo. El padre (y un poco la madre) se siente investido de autoridad y usa del SÍ como de un supremo instrumento para ganarse al hijo. A la vuelta de la esquina no hay NO que quepa en la letra chica del pacto mutuo. El cazador ha sido cazado. Y el hijo manda. Habrá gritos, amenazas, intentos de echarle de casa, de suprimirle la paga semanal… por parte del padre. Pero como el hijo no ha aprendido el valor del NO, porque no lo ha oído nunca, al final se hace lo que él manda.
     Parece una caricatura, una exageración, una acusación injusta. Pero “parece”, porque no gusta oírlo. En el fondo se reconoce que el deber, la disciplina, la auténtica autoridad (que es ayuda a construir) son desconocidos en el dulce hogar que se comparte. Dice para alivio de la propia cobardía: “¡Ya eres mayorcito! ¡Tú verás lo que haces!”. Y el hijo, que no sabe lo que hace, hace, naturalmente, lo que le da la gana. Es decir, lo que hizo siempre. Porque desde niño sabe que por ser bueno, por ser guapo, porque le quieren mucho, porque así deja en paz a los padres… (hasta la siguiente), oye siempre SÍ, cuando está claro que no siempre era esa la respuesta que debía haber recibido.            
     Y de ese modo, tan frecuente en la maraña social y moral en que vivimos, el niño deja de ser niño; es adolescente, deja de ser adolescente; es joven, deja de ser joven; y llega a parecer maduro dándose como respuesta SÍ a todo lo que le gusta, y exigiendo esa respuesta de los demás, especialmente de los padres que son quienes debieron decirle la verdad. El deber, el cumplimiento de una tarea, la renuncia a lo que no se tiene derecho o posibilidad, el sacrificio que ahorma la personalidad, la solidaridad con quien al lado necesita ayuda, la entrega de algo propio o de sí mismo a una causa noble, a un proyecto arduo, a un camino largo y pesado cuando es necesario, son esferas desconocidas.  
     ¿Cuál es el camino? La ternura empapada de razón. Sin ternura no se educa. Pero sin razón tampoco. Y la razón es el ejercicio que ayuda a darse cuenta (razón) padre e hijo de la mano, o del brazo (ternura), que hay decisiones, actuaciones, vivencias en las que se debe partir de un NO claro, gallardo y decidido. Y otras para las que la respuesta es un SÍ igualmente rotundo, valiente y definitivo. Y que ambas respuestas, tanto el SÍ como el NO acertados, son un bien cuando se está tomando en las manos el propio destino.

lunes, 24 de enero de 2011

Francisco de Sales: un santo para imitar

… nació en Saboya en 1567, se formó con los jesuitas en París y estudió derecho en la Universidad de Padua. En 1593 era ya sacerdote y se presentó voluntario para  evangelizar a los calvinistas del Chablais en la Alta Saboya, Alpes Suizos . En 1602 es elegido obispo de Ginebra, con residencia en Annecy. Con Juana Fremiot de Chantal fundó la Orden de la Visitación de Santa María, las Salesas.
     Y a Juan Bosco, seminarista en Chieri, le pareció un santo imitable. Hay santos que parecen inimitables. Francisco de Sales resumía su doctrina en la palabra “devoción” que no es sino tener presente a Cristo que nos convierte en sarmientos vivos de su divinidad, capaces de producir frutos de amor. Pero esto lo quiere Dios de todos: del ama de casa, del obrero, del obispo, del funcionario, del artista, del joven, del achacoso…
     En el seminario de Chieri Juan tuvo presente a Francisco en la capilla: era una de las cuatro imágenes que flanqueaban la de la Inmaculada. Y cuando habló a sus muchachos de  santidad les dijo más o menos lo que había aprendido de Francisco: que Dios nos quiere a todos suyos, es decir, santos; y que es fácil llegar a serlo. Y tuvo buenos seguidores de esas verdades. Algunos de los que le escuchaban son hoy santos de altar porque supieron ser santos de verdad, amigos de Cristo y de sus compañeros.
     ¿Qué le atrajo de san Francisco a Juan? Su fuego, su alegría, su educación, su entrega, su valentía, su decisión, su afabilidad, su confianza en Dios... El cuarto propósito de los que hizo en su ordenación sacerdotal fue: “Que la caridad y la dulzura de San Francisco de Sales me guíen en todo”. Y cuando no mucho más tarde, propuso a algunos de aquellos muchachos de su Oratorio de Valdocco fundar una sociedad para amar y servir a los jóvenes les propuso el nombre de Sociedad de San Francisco de Sales y a ellos el de Salesianos.
     En el 1er Capítulo General de los Salesianos (1877) dijo Don Bosco: "El nombre de San Francisco de Sales es un nombre apreciado por la Iglesia y por los cristianos: es el santo de la mansedumbre: el Santo que hemos tomado por Patrono”. En el escudo adoptado por el Capítulo Superior de la Congregación en 1884 figura su imagen y en la riqueza de la acción formativa de sus hijos insiste en promover el espíritu de caridad y de dulzura de San Francisco de Sales.
    Comentamos hoy que el mundo anda mal y a lo mejor lo hacemos quejándonos, criticando, rechazando… Es decir, hacemos que ande peor. Y esto nos sucede ya en nuestro hogar o cerca de nosotros. No nos damos cuenta de que si queremos construir el Reino de Amor de Cristo, tenemos que hacerlo como San Francisco sugería al decir: “Se atraen más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”.

sábado, 22 de enero de 2011

"Sí, mamá... ofrecí mi vida para obetener la gracia de tu vuelta"

Esta niña que se ve en el centro de un fragmento de fotografía hecha en Junín de los Andes (Argentina) en 1900 es, con mucha probabilidad, la beata chilena Laura Vicuña. De ella decían los que la conocieron:
  • “… tenía cara redonda, cutis blanco, rostro siempre rosado, cabellos y ojos grandes, hermosos y más bien oscuros; mirada inteligente e ingenua, modesta, sonrisa habitual aun en los sufrimientos, lloraba y reía al mismo tiempo, la pose de la cabeza un poco inclinada hacia la derecha”
  • “Los cabellos de Laura eran castaños, no muy rizados; los ojos negros”.
  • “Laura era de carita pequeña y redondita al principio, luego flacucha, pero siempre sonriente y afable; cuerpo de estatura regular para su edad, pero más bien delgadita… Color de la piel blanco; trato afable y cortés en sumo grado”.
  • “Laura tenía una carita sonriente, trato afable y cortés, y jamás la vi triste… carita chica y redondita en un principio, luego demacrada, pero siempre sonriente”.
  • “Era de aspecto delicado, tez blanca, cabellos oscuros y abundantes, ojos también oscuros, callada…”
  • “… era una niña de suaves modales, peinado nunca suelto, con trencitas, tomadas con una cinta, sosegada su mirada, modesta; labios no finos, regulares, su cara redondeada, sus mejillas sin color, apenas algo”.
  • “Tenía un aspecto agradable; su mirada era dulce, compasiva, caritativa y cuando estaba sana, tenía unos hermosos colores”.   
  • ”Los ojos de Laura al mirar no pestañeaban… y, al mirar, Laura tenía una sonrisa apenas perceptible”.
  • “… siempre la veíamos con la sonrisa en los labios”
  • “…  Así pude notarla, con su sonrisa triste, sin abundar en palabras ni términos”.
     ¿Y por qué la declaró Juan Pablo II beata en 1988? Tal vez la respuesta esté en las palabras del mismo Papa: “Que la suave figura de Laura Vicuña, gloria purísima de Argentina y Chile, suscite un renovado empeño espiritual en esas dos nobles naciones, y enseñe a todos que, con la ayuda de la gracia, se puede triunfar sobre el mal; y que el ideal de inocencia y de amor, aunque denigrado y ofendido, al final resplandecerá e iluminará los corazones. Porque este mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad  de Dios, permanece para siempre”.
     Su madre, probablemente viuda, pasó de Chile a Argentina (Junín de los Andes) el año 1900 con sus dos hijas Laura y Amanda. Las llegó al colegio recién inaugurado de las Salesianas. ¿Colegio? Eran más bien unos chamizos, dignamente limpios y pintados, al pie los Andes, levantados al extremo de un poblado igualmente pobre, pero menos, de gente advenediza, buena o bronca. Uno de esta última gente, Manuel Mora, dio cobijo a la joven viuda chilena, que se veía obligada a realizar las labores de la casa, complacerle tocando la guitarra y cantando y prestando otros servicios que a Laura, la hija mayor le hicieron encontrar sentido a su vida ofreciéndola a Dios para que su madre volviese al buen camino.
     La vida de Laura en casa de Mora era un tormento. El colegio era su cielo. Y en ambos lugares, hasta el 22 de enero de 1904 en que falleció (faltaban dos meses y once días para cumplir 13 años), vivió buscando realizar la voluntad de Dios, queriendo y sirviendo a sus compañeras de colegio y pensando en su madre.
     «Sí, mamá, yo me muero. Yo misma se lo he pedido a Jesús... Hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti... para obtener la gracia de tu vuelta. Mamá, ¿no tendré, antes de morir, la alegría de verte arrepentida?» Mercedes cayó arrodillada en lágrimas, fuera de sí: «¿He sido yo entonces la causa de tu largo sufrimiento y ahora de tu muerte, hija mía? Qué infeliz soy. Mi querida Laura, te juro en este momento que haré lo que me pides... Me arrepiento. Dios es testigo de mi promesa».
     Y se abrazaron tiernamente, llorando.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Serán las hormigas nuestras maestras?


Jean-Henri Casimir Fabre (1823 -1915) fue un entomólogo francés. La pobreza de su familia no le impidió entregarse al estudio de los insectos hasta el punto de que se le considera “padre” de la entomología. Hasta Charles Darwin se inspiró en él para redactar sus últimos escritos. Fabre, audidacta, estudió paciente y apasionadamente  el comportamiento de los insectos. ¡Cuánto habría dado por conocer a la linepithema humile, una hormiga argentina, emigrante, llegada a Europa precisamente cuando él completaba su investigación y su vida!
Mide esa hormiga de 1,6 a 3,2 mm. De ahí su nombre: humilde. Y hoy forma la mayor colonia del mundo con millones de hormigueros a lo largo de 6.000 km que bordean las costas mediterráneas desde Génova hasta Galicia. ¡El poder de la inmigración en un siglo!
En su patria de origen las obreras de un hormiguero son muy agresivas con las de otros. Se tiran al cuello y llegan a acabar con la vecina casi siempre. Lo que Fabre no pudo hacer lo logró Laurent Keller, ecólogo suizo, hacia el año 2002 y encontró que entre las hormigas europeas por adopción no hay rechazo. Probó a “provocarlas” de dos en dos, tomadas de las costas italianas, francesas, españolas y portuguesas y nada. Se comportaban como hermanas o, al menos, como primas que se llevan bien. 

No van a ser las hormigas maestras nuestras. Pero algo pueden decirnos a nosotros que somos inteligentes, hombres de paz, demócratas (¿qué será eso?), tolerantes, maduros, comprensivos, acogedores, condescendientes… hasta que un “quítame allá esas pajas”  enciende en forma de tea ardiente el hervor de nuestra indignación.

lunes, 17 de enero de 2011

Trabajo... trabajo... ¡¡Descansaremos en el Paraiso!!

Plinio el Viejo (Cayo Plinio Cecilio Segundo nada menos), que fue un prodigio de observación, estudio, honradez y sabiduría como escritor, gobernante y militar, murió víctima de la erupción del volcán Vesubio en agosto del año 79 cuando iba en una nave a rescatar a las víctimas de la playa de Stabies. Dejó una riquísima herencia de escritos de los que se conservan sólo, desgraciadamente, los 37 libros de Historia Natural. En uno de ellos, el 35, refiriéndose al pintor griego Apeles, del que dice que no dejaba pasar un día sin pintar algo, escribió esas palabras tan conocidas nulla dies sine línea, con las que nos estimula, aún hoy, al trabajo constante, del que él fue tan buen ejemplo. 
La vagancia no es ajena a la naturaleza humana. Es vago el que cree no necesitar nada. Y hay muchos tontos que lo creen: - Si ya tengo todo, ¿para qué moverme en búsqueda de algo que no necesito? Algunos estudiosos de la motivación dicen que a ésta la mueve la emoción.
Sabemos muy poco de los animales, aunque creamos saberlo casi todo. Y esos estudiosos afirman que un animal al que se le facilita satisfacer todas sus necesidades sucumbe rápidamente. Como parece que los animales no sienten emoción, los saciados no se mueven fácilmente con esfuerzos gratuitos.
El hombre es, sobre todo, un fantástico cofre de emociones. Y es más hombre-hombre (porque hay también hombres-menos hombres) cuando encauza sus emociones en la búsqueda de su perfección. Y se somete al ejercicio de sus cualidades (aun sin pensar que con ello está caminando hacia su excelencia) por el placer de recrearse, de crear.
Investigar, estudiar, trabajar, servir, crear, añadir, completar, culminar fueron los verbos que vivieron tanto Plinio como su admirado Apeles. 
El gran Maestro, el buen Amigo, Jesús de Nazaret, nos lo enseñó con la parábola de los talentos confiados para que produjesen riqueza.
¿Qué estoy haciendo yo con los talentos que me han confiado?

sábado, 15 de enero de 2011

¡¡Pero si yo había pedido a los superiores un músico!!

     Cuando el corajudo Miguel Unia, de 45 años, le pidió a su joven acompañante Luis Variara que tocase algo al piano en el barco que los llevaba desde Italia a Colombia, se encontró con que aquel ilusionado muchacho de diecinueve años no sabía. – «¡Pero si yo he pedido a los superiores un músico! Pásate el viaje aprendiendo a tocar».   
      “Corajudo” e “ilusionado” son adjetivos para salir del paso al definir a estos dos salesianos que iban a Agua de Dios, un lazareto arrinconado, por miedo a los leprosos, en al suroeste de la nación desde la mitad del siglo XIX.
     Unia, al que le quedaba en 1894 un año de vida,  llevaba allí cuatro y necesitaba un joven que animase con la música los largos días de calor asfixiante y de aislamiento de los 2.000 habitantes, de los que algo menos de la mitad eran enfermos. Y logró que Luis variara echase a desfilar una banda que se convirtió en bálsamo para tanto dolor. Contaba algún testigo de su trabajo de maestro de música que era emocionante ver cómo llevaba a sus labios el  instrumento que un pequeño aprendiz leproso no lograba dominar.
    Cuatro años después de su llegada ya era sacerdote. Y descubrió en el corazón de algunas de las enfermas el deseo más ardiente: ofrecer a Dios totalmente una vida que no tenía más horizonte que una muerte joven. Y con algunas de ellas y algunas otras sanas fundó en 1905 la Congregación de Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Hoy sirven a los enfermos en diez países de tres continentes.
     Después de diez años de cielo («Bendigo al Señor – escribía - por haberme enviado a este lazareto, donde he aprendido a no dejarme robar el cielo») le robaron la esperanza de ver madurar su obra: la incomprensión, la suspicacia y una salud crecientemente débil lo apartaron del lugar de su “cielo” hasta su muerte, a los 49 años, el 1º de febrero de 1923.
     Hoy lo sentimos cercano a nosotros con la misma bondad y sencillez que regaló con ternura a sus pobrecitos leprosos. Aunque lo invoquemos como Beato (Juan Pablo II en 2002) el día en que la Iglesia lo celebra: 15 de Enero.

miércoles, 12 de enero de 2011

Haití, un año después...


    El 18 de agosto de 2002 un cáncer acabó con la vida del P. Laurent Bohnen, salesiano sacerdote de 87 años, después de haber pasado en Haití 45. Llegó a Haití desde su floreciente Holanda en 1954. La visión de los barrios abandonados a la propia miseria, más o menos oculta en chabolas, lanzó su corazón a la acción, movido, sin duda, por Don Bosco. Abrió una escuela en uno de los barrios: unos postes con una cubierta de chapa y una pizarra. Después, dos; más tarde, 100… En febrero de 2010 eran 200.
     Doscientas escuelas (Les petites écoles de la Cité Soleil) extendidas por todo el país con 815 maestros que atendían a 26.000 personas, niños y jóvenes en su mayor parte (¡Qué triste hablar en pasado!). Construyó también 4 centros para los niños-jóvenes capaces de continuar estudios en niveles superiores y un centro de formación profesional para jóvenes-adultos con talleres de  mecánica, carpintería, fontanería, ebanistería, sastrería, electricidad…
     Estaba convencido de que “un estómago hambriento no tiene orejas”. Y echó a cocer, desde el primer día en la primera escuela, arroz con alubias en la cantina que llegaría a ser la “cafetería” más grande del mundo, para hacer que el hambre de pan no ahogase el hambre de aprender. Su obra se mantenía con la aportación generosa de personas e instituciones.
     Cincuenta y un hermanos y nueve comunidades, además de la cadena de “pequeñas escuelas”, llevaban adelante escuelas primarias, secundaria, profesionales, escuelas de alfabetización, centros agrícolas, oratorios festivos, grupos juveniles, una imprenta, una escuela de informática, un laboratorio de lenguas, dos iglesias públicas, casas de acogida, dos seminarios menores, una emisora de radio Don Bosco.
     El terremoto de hace un año (¡35 segundos!) volcó todo el bien logrado y exigió empezar casi desde el principio. La reorganización de la totalidad ha supuesto la refundación de las obras y revisión del planteamiento pastoral, verificación de la utilización  de las casas y obras que quedaron en pie, hacer seguras todas las obras, reconstruir todo el conjunto de las Petites Écoles y el resto de las escuelas, privilegiando de momento el Centro de Formación Profesional, la escuela de formación de docentes y la escuela de enfermería.
     Ojos que no ven, corazón que no siente”. Es el cálculo del egoísta. Pero nosotros no lo somos. Nos cabe convertir el corazón en un órgano de amor que escuche el clamor del hambre, que extienda manos hacia la falta de casa y vestido, que abra muchos ojos sobre el mar de necesidades que se sumaron a las que ya existían y nos haga ser grandes por el incomparable don de dar. 

martes, 11 de enero de 2011

Don Bosco no fue el inventor de las Buenas Noches...

Don Bosco no fue el inventor de las Buenas noches, naturalmente. Pero les dio una modalidad especial. A los muchachos que acogía, primero unos pocos, más tarde cientos, les vertía en el corazón su afecto antes de despedirse de ellos para ir a dormir.
Hubo quien aseguró que la inventora de aquellas “buenas noches” colectivas fue su madre Margarita ya en el año 1846. Mamá Margarita (Mamma Margherita decían ellos) los quería como a hijos. O como a nietos, porque a su hijo Juan le gustaba llamarlos y sentirlos hijos y ellos sentían que para ellos era de verdad un padre.
Un “buen pensamiento” (casi siempre una amena reflexión sobre algún hecho del día) servía para suavizar la dureza de la jornada (trabajo, estudio, muchas noches frío, otras calor, hambre, juegos,…) y les hacía entrar en las hondas venas de la vida.    
Una vida que para ellos no era halagüeña: trabajaban en talleres conocidos por Don Bosco o en los talleres que poco a poco se fueron montando en aquella pobrísima casa para su preparación como artesanos; o estudiaban seriamente en las clases de los profesores José Bonzanino o Mateo Picco, o en las clases nocturnas de aquella casa que los acogía y que se llamaba Oratorio de San Francisco de Sales, en Valdocco, de la periferia pobre de Turín, junto al río Dora y a pocos kilómetros de los impresionantes Alpes, de cuyos pueblos procedía gran parte de ellos. Ahora el Oratorio era su casa, después de haber trabajado durante el día en la ciudad.
A la hora de ir a dormir pensaban en la madre lejana, en el hogar, probablemente pobre pero acariciador, en los hermanos con los que ya no se podían pegar, en los amigos de la aldea que habían dejado allí hasta… Dios sabía cuándo.  Pero con esos dulces recuerdos anidaban en su afecto las palabras que acaban de escuchar a Don Bosco y que iban moldeando su historia.
Esta nuestra por hoy se ha acabado.